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SUPERHÉROES Y VILLANOS

  • Writer: Florencia Franco
    Florencia Franco
  • Nov 24, 2019
  • 33 min read

Updated: Mar 5, 2020

BATMAN Y EL JOKER


A Fausto Franco


“Quién con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en un monstruo. Cuando miras largo tiempo al abismo, también éste mira dentro de ti”

Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal





La hipótesis inicial que motiva nuestras investigaciones anteriores – asociadas por lo general a la literatura y a la poesía – y ésta desarrollada en el presente, es que todo aquello que logra tocar fibras invisibles, aunque muy sensibles en nosotros, humanos, encubre detrás de sí una serie de verdades consistentes, verdades que nos hablan de nosotros mismos como sujetos y como miembros de una comunidad que comparte un determinado espacio-tiempo. “Joker”, aun estando en cines, se ha posicionado en los rankins como una de las 25 películas más taquilleras de la historia de España y la previsión es que no cesen de aumentar los espectadores en las próximas semanas que esté en cartelera. En los Estados Unidos hay quienes afirman que se ha coronado como la película más taquillera de la historia del cine.


En relación a estas cifras se nos hace inevitable preguntarnos:


¿Qué es lo que este film nos revela, de nosotros y de nuestros tiempos? ¿Qué verdades se esconden detrás de tantas máscaras y vidas dobles?


Para sumergirnos en este maravilloso mundo de superhéroes y archienemigos hasta encontrar en él los verdaderos tesoros que subyacen como cofres en el fondo del mar, debemos dejar de lado todo tipo de criterios diagnósticos y pensar al personaje que Todd Phillips nos presenta alejándonos de las etiquetas clínicas que tantas veces acaban revelando un mero rótulo incipiente de un fenómeno que en verdad es mucho más profundo, mucho más complejo, mucho más humano.



Por otro lado, este tipo de investigación topoanalítica, a nuestro modo de ver, requiere de instrumentos más literarios que clínicos, lo cual no implica que no nos sirvamos en todo momento del psicoanálisis, esa linterna que despliega su luz sobre la impenetrable oscuridad en la noche de los tiempos, y los discursos.




¿Cómo surgen los comics?


Quizás no debería llamarnos la atención que la “edad de oro” de los comics se corresponda con uno de los períodos más oscuros y perturbadores tanto para la sociedad la estadounidense, en la cual nacen, como para el resto del mundo.


La primera tapa de revista de historieta en la que Action Comics presenta por primera vez un personaje cuyo arquetipo se conocería luego como “superhéroe” fue en junio del año 1938. Estos años no fueron precisamente boyantes para la sociedadoccidental, sino más bien todo lo contrario, eran los últimos años de una de las crisis económicas más devastadoras de la modernidad, una crisis extensa que se prolongó durante toda la década de los años 30.


Mientras tanto, con Franco en España, Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, Metaxas en Grecia, se cocinaba a fuego lento el caldo explosivo que tan solo un año después daría la vuelta al mundo: La segunda guerra mundial. Hablamos del período de recesión económica más severo de todo el siglo XX y del nacimiento de los llamados totalitarismos – siendo los más terribles el nacionalsocialismo y el estalinismo soviético - sin embargo, en este período, la revista que proponía Detective Comics resultaba ser un gigantesco éxito de ventas en un país sumido en la más fría depresión.


Los comics triunfan durante la Gran depresión.


Observando de cerca este lúgubre contexto socio - histórico –cultural se nos hace comprensible el hecho de que las personas recibiesen con tanto agrado estas historietas en las que un cierto número de superhéroes combatían el mal, la injusticia y el caos en un mundo sin Dios.



Pero ¿Acaso siempre existieron los superhéroes?


La primera hipótesis que tendríamos entre manos y que procuraremos desarrollar es que el superhéroe es un arquetipo moderno el cual, como todo arquetipo, conforma una representación mental inconsciente producto de un determinado discurso. Ahora, si bien los superhéroes son un fenómeno moderno, dirijámonos a los albores de la civilización occidental para comprender cómo llegamos, como cultura, a la construcción de este arquetipo. Intentemos reflexionar de dónde pueden venirnos algunas de las características que lo componen.


La civilización egipcia, como sabemos politeísta, sostenía la creencia en una gran colección de dioses cuyos nombres y entidades generalmente se atribuían a fenómenos naturales difíciles de explicar por medio de la razón. Los dioses egipcios comenzaron siendo zoomorfos para luego devenir en dioses más bien antropomórficos, que sin embargo mantenían algún atributo o algunas cualidades animales como la cabeza (Anubis, Dios antropomórfico con cabeza de perro; Horus, con cabeza de halcón; Ra con cabeza de pájaro, etc) Estos dioses tenían también la finalidad de proteger a los ciudadanos egipcios que le rendían culto e iluminar al faraón, quién era un médium entre la divinidad y los ciudadanos.


No olvidemos que, si bien los egipcios sostenían la creencia en una amplia variedad de divinidades, el único hijo directo de éstos, el único ser dotado de esa doble naturaleza entre lo humano y lo divino, cuya finalidad era la de garantizar el orden del cosmos y el mundo, era, por supuesto, la persona del faraón.




Egipto decaería como imperio y para el siglo III A.C, durante los tiempos de Alejandro Magno, la cultura griega alcanzaría su máximo esplendor. Si bien coincidiría en ciertas costumbres y características religiosas con la egipcia - por ejemplo en la zoolatría - dado el enorme florecimiento de lo humano en materia de lenguaje - son los poetas como Homero, Ovidio o Hesíodo, quienes se encargaron de crear y elaborar por escrito fabulosos relatos y narraciones en torno a sus deidades.


La civilización egipcia llegó a escribir El libro de los muertos, y éste fue escrito mayormente con jeroglíficos o escritura hierática sobre rollos de papiro e ilustrado con viñetas que representaban al difunto y su prolongado viaje al más allá. En este libro reinaba por tanto una escritura pictórica, que a través de sus imágenes conseguía relatar una historia, algo muy similar a lo que sucede en nuestros tiempos con los comics los cuales como sabemos son narraciones verbo – icónicas presentadas a través de un medio visual en donde se relatan determinadas secuencias e historietas.


Podriámos vislumbrar una clara diferencia entre los dioses de los egipcios y los de los griegos: Los de éstos últimos, más tardíos en el tiempo, son dioses más humanizados y, si bien se mantienen en el plano de lo divino, están provistos de sentimientos y emociones propiamente humanas como la angustia, la ira, la frustración, la lujuria, el odio y el amor.


Podríamos decir por lo tanto que los dioses griegos están un poco más cerca de lo humano dado que sufren, se enfadan, castigan, premian, agreden, se compadecen y viven inmersos en una auténtica tragedia olimpica.


No queda duda que los griegos fueron los grandes creadores de los mitos, los cuales como afirmaba Carl Gustave Jung son ante todo manifestaciones psíquicas que reflejan la naturaleza del alma.






Los egipcios y los griegos no fueron las únicas culturas cuya creencia se sostenía en diversos dioses, sino que la gran mayoría de las religiones fueron y son politeístas, ejemplos de ellas serían el hinduismo, confucionismo, taoísmo, sin contar numerosas religiones tribales de África y de las civilizaciones indígenas de América como los Incas, los mayas y los Aztecas.


Pero detengámonos un momento y démosle algunas vueltas a lo que fue el desarrollo del discurso que logró universalizarse y permanecer de forma imperante en nuestra civilización occidental: Solo basta leer el antiguo testamento para tomar conciencia de lo inmensamente celoso que fue el Dios que durante siglos – y si bien en menor medida hasta el día de hoy – se sostuvo en occidente y parte de oriente. Un Dios volcánico, autoproclamado como única deidad capaz de exterminar en un segundo a todo aquél que rindiese culto a cualquier otro Dios de cualquier otro pueblo. Yavhe Dios, es un padre protector, un dios ominoso que, si bien ronda por las noches sediento de sangre y teme la luz del día*, vela por la integridad y prosperidad de todos los hijos obedientes a su palabra, la cual es transmitida a través de un solo hombre como es el caso de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, etc.


Es después de la revolución francesa que este Dios único comenzó a manifestar fisuras y a perder seguidores a tal punto de que uno de los filósofos más intempestivos de todos los tiempos expone por primera vez la famosa frase de “Dios ha muerto. Y nosotros lo hemos matado” para manifestar este fenómeno moderno en el cual el Dios cristiano deja de ser la principal fuente de toda nuestra moral. Por ende, es nuestra propia representación de nosotros mismos y del mundo que nos rodea la que comienza a cambiar a partir de que la autoridad divina es reemplazada por una más cercana al mundo de la ciencia y la razón, donde el ser humano busca conocer a través de experimentaciones que dependen de sus sentidos y comienza a atribuir las causas últimas a fenómenos físicos y químicos.


La filosofía impulsa la idea de que las autoridades no deben responder a la tradición religiosa, sino que deberían ser más bien el resultado de la decisión del pueblo y la racionalidad de éstos.


Es entonces, en este mundo sin un solo Dios celoso, en donde pueden surgir innumerables “pequeños dioses” humanizados en forma de historieta pictórica cuya finalidad es, en este sentido, básicamente la misma que cualquiera de los dioses antes mencionados: la de proteger al ciudadano de a pie como un padre defensor, resguardar la integridad del pueblo, sembrar la moral y luchar contra aquellos que no se acaten a ésta. Los superhéroes actúan en nombre “del bien”, se encargan de hacer prevalecer la justicia ante todas las cosas y utilizar sus dones en beneficio de la humanidad.


Nietzsche advirtió en repetidas oportunidades que la muerte de Dios tendría, inevitablemente, consecuencias y efectos en nuestro modo de pensar y de habitar la vida y el mundo, uno de éstos – tal vez lo hemos sentido muchos de nosotros – es el desamparo y la nostalgia de un Dios omnipotente que nos cuida y protege de todos los males. Imaginémonos pues el enorme desamparo y sensación de vulnerabilidad que habrán tenido que sentir un gran número de humanos en la década de los 30 como para llegar a idear la creación de un buen puñado de súper hombres imaginarios que se preocupasen de asegurar el orden en el reino de la ficción.


El primero de éstos es Superman, un ser que nace en otro planeta llamado Krypton pero que es enviado a la tierra por sus padres biológicos en una nave espacial para salvarlo de la inminente destrucción de su planeta.


Superman no es equivalente a aquellos superhéroes que le sucederían poco tiempo después, sino que - tal vez por ser de otro planeta - éste conserva una serie de habilidades sobrehumanas que son puestas al servicio de la humanidad. Superman es justamente como su nombre lo indica, no un hombre, sino un súper hombre capaz de correr tan rápido como una bala, cruzar enormes rascacielos de un solo salto, y como si fuese poco, cuenta con dotes cuasi divinas como el vuelo, poderes de visión (rayos x, calorífica, telescópica, infrarroja, microscópica), un superoído y un superaliento que le permite soplar tan fuerte como viento huracanado.


Es posteriormente a este superhombre creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1933 y vendido a Detective Comics en 1938 por solo 130 dólares, que surge uno de los superhéroes más famosos de todos los tiempos: El hombre murciélago, el caballero de la noche, el inconfundible Batman, y junto a él una inmensa suma de otros grandes héroes y villanos que acompañan sus hazañas.


Si nos basamos en los hechos empíricos, la historia de los comics sigue sutilmente un curso similar al de la transición de los dioses como entidades sobrenaturales a la construcción de un Dios más humano, de carne y hueso, dotado de miedos, inseguridades, traumas y desamores. Algo similar a lo acontecido respecto a la civilización egipcia y la posterior cultura griega y sin ir más lejos, a la gran transformación del Dios del viejo testamento al del nuevo testamento. Dioses que en un comienzo son algo muy lejano al hombre – casi provenientes de otro planeta como Superman –pero que con el paso del tiempo pasan a adquirir ciertas cualidades humanas que permiten verlos de alguna manera como semejantes, más humanizados y por eso mismo permiten a cualquier creyente y lector la posibilidad de identificarse con él dada esa semejanza. El hecho de que cualquier humano pueda acceder a identificarse con éste es lo que permite un mayor nivel de universalización, es una cuestión que constatamos en eso que ocurrió con Jesucristo, hijo que representa la encarnación de Dios en el género humano y que por tanto permite la universalización de una religión, de un discurso con consecuencias reales y efectos nunca antes vistos en la historia de la humanidad.


Sin embargo, los superhéroes no son equivalentes ni a los dioses de los egipcios, ni de los griegos ni tampoco al Dios del viejo ni del nuevo testamento, simplemente no son dioses, sino “semidioses” que responden a los ideales de una situación temporal determinada y su correspondiente discurso.


Veamos por qué motivo son semidioses o héroes.


La palabra “Héroe” nos remite al diálogo entre Hermógenes y Sócrates en el Crátilo de Platón:



Hermógenes: Creo, Sócrates, que también yo estoy plenamente de acuerdo contigo en esto. Pero ¿Y héroe? ¿Qué sería?

Sócrates: Esto no es muy difícil de imaginar, pues su nombre está poco alterado y significa la génesis del amor.

Hermógenes: ¿A qué te refieres?

Sócrates: ¿No sabes que los héroes son semidioses?

Hermógenes: ¿Y qué?

Sócrates: Todos, sin duda, han nacido del amor de un Dios por una mortal o de un mortal con una Diosa. (…) Está muy poco desviado del nombre del amor “Eros” del cual nacieron los héroes. Esto es lo que define a los héroes, o bien el que eran sabios y hábiles oradores y dialécticos, capaces de preguntar “erotan”.



Son semidioses por tanto por ser fruto de la relación “erótica” entre un Dios y un/a mortal y al mismo tiempo vemos que son para Sócrates seres que demuestran una gran capacidad de oratoria y habilidad para interrogar. En este caso, partiendo de nuestros superhéroes modernos, trataremos de reflexionar sobre las interrogantes que estos semidioses nos formulan sobre nuestra época.


Podríamos pensar en algunas cualidades divinas que estos semidioses conservan ante nuestra representación psíquica: son una presencia bondadosa y protectora que calma la angustia de los ciudadanos frente a los peligros de la vida, salvan a la ciudad en repetidas oportunidades de su destrucción, al mismo tiempo luchan por conservar y mantener el “orden moral” del universo y asegurar el cumplimiento de una cierta idea de justicia eterna que nunca llega.

Por supuesto que la gran diferencia entre los superhéroes y los dioses de las religiones antes mencionadas es que los primeros permanecen dentro de los límites de la ficción. Ningún ciudadano que es asaltado por la noche en el centro de su ciudad sueña con que Batman y Robin acudan en su auxilio, pero esto no quita que dentro de estas representaciones humanas no se escondan grandes verdades y deseos esencialmente humanos que son en los que nos interesa continuar indagando.


Como dijo Oscar Masotta en La historieta en el mundo moderno no es que nos ocupemos de historietas para hacernos los modernos, sino que la historieta es, en sí misma, un fenómeno moderno.


La historieta es literatura dibujada” agregó el gran psicoanalista argentino y por ende podemos procurar leer las verdades y deseos que se plasman en su esencia. El mismo psicoanalista nos revela la estrecha relación que guarda el nacimiento de la historieta con el nacimiento y la evolución de los grandes periódicos masivos, los cambios en las formas gráficas que acompañan las palabras y la influencia por tanto recíproca entre ésta y los medios modernos de comunicación. En la historieta, como en la literatura y otras formas del arte, se encubren siempre significaciones que interrogan la moral, el contexto social y la cultura dominante, permitiéndonos – en el mejor de los casos – nuevas interpretaciones en el encuentro con significaciones insospechadas hasta el momento en el tejido social.


Tenemos hasta ahora la siguiente sospecha: La historieta no podría haber surgido de no ser en un mundo sin Dios. Sin ese ojo que todo lo ve el mundo tomó por predilecto el objeto mirada, logrando generar desde entonces mayor impacto todo medio visual o audio-visual que cualquier otra forma de escritura. En base a esto, podríamos preguntarnos acerca del porqué esto se nos revela así hoy y, si bien la respuesta es seguro mucho más compleja, podríamos de momento pensar que se debe a es un efecto de la pérdida de solidez de los discursos desde la revolución francesa en adelante y la consecuente pérdida de fascinación por la palabra, tanto hablada como escrita. Hoy, en el mundo de la instantaneidad, de la liquidez, de los titulares, de las series, de los videojuegos, de las pantallas, todo nos entra por los ojos. Vivimos en un mundo donde prima lo visual, lo escópico.

¿Cómo no triunfarían entonces los comics en nuestros tiempos siendo que éstos son historias relatadas a través de ilustraciones pictóricas donde el recurso de la palabra como tal es muy escaso?


Recordemos que Sócrates mencionaba la relación estrecha entre héroe y orador ¿Acaso no han sido aquellos hombres considerados “héroes” en su tiempo y tiempos venideros – como Alejandro Magno, Julio Cesar, Napoleón, etc. – también grandes oradores? ¿No han sido sus palabras y su don para hablar e influir en otros su arma más eficaz antes incluso que cualquier espada con hoja de acero inoxidable?


¿No encontramos entonces una relación directa entre la función del ídolo y la función del héroe? ¿No fueron estos hombres mencionados – conquistadores, poderosos, ambiciosos, “omnipotentes” – considerados “grandes ídolos” de sus tiempos?


Posiblemente, no todo héroe es necesariamente un ídolo, pero si todo ídolo es, de una manera u otra, un héroe para quienes creen en él y lo que éste representa. La palabra Ideal nos remite a “idea” la cual nos habla de una forma o apariencia de ser en el tiempo. Ideal e idea son a su vez una anticipación temporal, por eso aquellos que marcan los ideales son considerados habitualmente como "visionarios". Al mismo tiempo, la palabra "Idea" deriva del griego eido que significa “yo vi”. Podríamos pensar que estos “héroes” han sido hombres y mujeres que encarnaron los ideales de una época determinada, de un contexto y un discurso social, político, religioso y cultural preciso.


Si ideal nos remite a apariencia, entonces también lo asociamos por defecto con lo visual, con aquello que vemos con nuestros ojos y por tanto con la imagen, el mundo visual y todo el reino de lo que en psicoanálisis se conoce como Registro Imaginario, el cual es equivalente a la dimensión espacial de la subjetividad*. Como nos ha señalado Andrés Borregales en el Topoanálisis, hay una ligazón directa entre la imagen, los afectos y los ideales – por eso es que estos hombres fueron grandes íconos e ídolos en una civilización optimista– y por eso justamente enunciamos que la historieta se nos presenta como fiel reflejo de aquellos notables ideales que hoy por hoy rigen nuestra época. Nos permite ver por lo que se está preguntando el sujeto en el lugar del onconsciente, del Otro.


Hemos decidido centrarnos en dos personajes de historieta puntuales que a nuestro modo de ver bastan para dar algunos atisbos de lo que de nuestra época anuncian y denuncian. Estos dos personajes, completamente opuestos en apariencia, son batman – un superhéroe – y el Joker – un villano. Dado que este escrito ha sido motivado por el último film de Tood Phillips, tomaremos esta película como ejemplo prínceps de aquellos conceptos que pensamos desarrollar dado que como el mismo artista enunció a la prensa “la película no está relacionada con cuestiones políticas sino humanas, lidia con preocupaciones muy humanas como la falta de amor, la falta de empatía, traumas infantiles, etc.”.


Dijimos que los héroes, de acuerdo con la lógica de Sócrates, eran semidioses, mitad dioses y la otra mitad hombre. Sin embargo, el atuendo de Batman, al igual que los dioses egipcios, mantiene una cualidad zoomórfica, es un murciélago de dimensiones humanas y por tanto el animal adquiere carácter totémico. Si a algo nos remite la cualidad animal de todo humano es a su propia naturaleza dado que el humano es un animal habitado por la naturaleza, como todos los demás animales de las demás especies, pero en su caso, la naturaleza que habita en él está parcializada por los efectos de ese artificio laberintico elaborado expresamente para perdernos que es el lenguaje. Es este último el que transforma la naturaleza que habita en el ser humano consiguiendo que éste se encuentre para siempre dividido entre aquello que fue, en su estado de “animal salvaje” –o perversión polimorfa- y aquello en lo que puede devenir en tanto que ser que rinde culto y que hace cultura, es decir, como ser que sacrifica parte de su goce en pos de garantizar aquello que considera “sagrado” y es compartido con el otro en la palabra.


La palabra Dios, como también casualmente la palabra Zeus, provienen de una raíz indoeuropea común, dyeu que significa “luz diurna”. ¿Qué es la luz sino aquello que permite la vida? La física misma demuestra que lo que vemos en el mundo no son los objetos en sí sino la luz que éstos reflejan en el espacio especular. La luz es la vida, la luz es el día, la luz es Dios y, por tanto, lo Real, lo imposible de asimilar del todo. La luz es, en su origen, una fuerza misteriosa que nadie es capaz de definir dado que siempre es más de todo lo que pueda llegar a decir en una sola palabra. Por eso se asocia a Dios, a algo que está más allá de cualquier palabra.


Podríamos pensar que el ser humano está entonces entre medio de dos polos que son tan propios de sí como tan ajenos a la vez: el de su animalidad y el de la divinidad a la que aspira, lo cual sería lo mismo que decir, entre su estado de animal salvaje y el estado ideal al que aspira como hombre o mujer sujetado a una cultura y a un discurso.


Batman de día es un ciudadano más, pero, por las noches, cuando las sombras de la ciudad afloran, es algo más parecido a un animal salvaje que no ve, sino que actúa. Al mismo tiempo sabemos que Batman no vuela, ni tiene poderes sobrenaturales de ningún tipo, y que además carga con una cruz en su espalda que es la de haber sido testigo ocular del asesinato de sus padres.



Este dolor que carga dentro de sí es el primer factor que nos demuestra que es humano, un mortal como nosotros, un semejante con el cual podemos identificarnos. Bruce Wayne conoce el miedo, ha sido presa de él desde la infancia y habiendo sido martirizado incluso por éste en una edad avanzada un día decide que es dejar de ver al miedo como un enemigo y opta por mirarlo fijamente de frente a los ojos – como se mira el abismo del que nos advierte Nietzsche - hasta llegar a fundirse en él. Al lograrlo, deviene en el hombre que encarna aquello a lo que más teme, los murciélagos, y utiliza su miedo como un arma infalible de combate contra los males que le atormentan desde adentro pero él combate fuera.


Ahondemos un poco más en estos animalillos a los que Bruce Wayne teme enormemente: salen a la intemperie por las noches, son los únicos mamíferos capaces de volar, además de contar con una capacidad de autoregeneración notable en sus alas cuando éstas resultan dañadas, se orientan por medio del sonido en lugar de la vista a través de un proceso sensorial conocido como ecolocalización en el cual el animal emite pulsos ultrasónicos que golpean objetos y rebotan hacia él indicándole lo que hay en las inmediaciones de su cuerpo.


Una cuestión curiosa es que a los murciélagos se los ha asociado imaginariamente con la metáfora de los vampiros dado que una de las más de mil especies de estos animales que se alimenta de sangre y poseen dientes muy largos y afilados con los que atacan a sus presas. Si nos remitimos al origen de la palabra “Vampiro” podemos ver que ésta significa “ser volador”, al mismo tiempo que “beber o chupar” y al mismo tiempo hace referencia a murciélago hematófago. Los vampiros también son criaturas míticas – o arquetipos según Jung - que se alimentan de la esencia vital de otros seres vivos, normalmente a través de la sangre, dado que la sangre es la vida*, aunque también pueden chupar energía psíquica. Estos seres por tanto andan por la vida medio moribundos, medio vivos medio muertos, sin reflejo en el espejo ni sombra en el asfalto, buscando siempre a un otro que tenga más vitalidad para embestirlo y arrebatarle un trozo de vida que le ayude a frenar un poco el curso continuo de esa muerte en vida de la que son rehenes y objetos.


Teniendo en cuenta estas características básicas del murciélago como animal y arquetipo tendremos algunas pistas para pensar porqué Bruce Wayne les temía tanto y cómo finalmente acaba identificándose con ellos.


El mismo Bruce es quién se nombra a sí mismo como el Hombre murciélago manifestando claramente que uno teme aquello que en el fondo se es.


Ahora, intentemos analizar algunos nexos entre este hombre y su “animal totémico”. Sumerjánse conmigo en esta apasionante historieta.


Bruce Wayne es hijo de una acaudalada familia estadounidense que desde el siglo XVII comenzó a hacer riquezas mediante inversiones inmobiliarias y que luego, generación tras generación, fue logrando construir un inmenso imperio conocido como “Wayne Enterprises”, el cual se engrandecería aún más durante la revolución industrial tras hacerse de la licitación que le permitía construir el ferrocarril de Gotham. La familia Wayne es el prototipo de familia aristocrática que se ha transmitido un saber-hacer en el mundo de los negocios independientemente del contexto social, político y económico al que puedan enfrentarse. Es una familia que sabe transformar cada situación – por más adversa que sea – en una brillante idea de negocios. Es por ello que en un mundo en el que la industria de los químicos crece de forma plausible y se posiciona como uno de los negocios más lucrativos, ellos se harían de una buena fortuna con éstos, así como también con la tecnología, la construcción y cómo no, con la industria del entretenimiento. Según la revista Forbes, la fortuna de los Wayne equivaldría a 9.200 millones de dólares y la monstruosa empresa contaría con ingresos anuales de 31.300 millones de dólares.


Nos preguntamos:


¿Debería asombrarnos que nuestro afamado superhéroe sea un hombre proveniente de familia acaudalada? Si anteriormente evocamos que los héroes tenían también algo de ídolos siendo que éstos representaban algunos ideales de nuestros tiempos ¿Qué nos dice el hecho de que Batman, el superhéroe, sea hijo de una de las familias más ricas de Ciudad gótica?


Dijimos que los comics habían surgido en la época más oscura de los Estados Unidos, en medio de una terrible crisis económica y moral, en los últimos años de la Gran depresión, como rescate moral y anímico de la sociedad, sin embargo no debemos olvidar que es poco después de estos años, al finalizar la segunda guerra mundial, se abre paso uno de los períodos socioeconómico más prósperos de la historia de los Estados Unidos: comienza la llamada “Edad de oro o años dorados del capitalismo”.


No debería asombrarnos que la edad de oro de la historia de los cómics coincida con la edad de oro del capitalismo, con el boom tragicómico de la posguerra, aquellos años acontecidos entre 1945 y 1973, marcando el final la llamada “primera crisis del petróleo”. Luego de haber ganado los Estados Unidos la segunda gran guerra se constató en dicho territorio un crecimiento económico sin precedentes en la historia de la humanidad y el país se consolidó rápidamente como la principal potencia mundial.


¿Qué quiere decir que Estados unidos sea la primera “potencia mundial”, sino que es este país quién vendrá a marcar los grandes ideales de nuestros tiempos?


La victoria de los Estados Unidos en 1945 no fue solamente política, fue también económica e ideológica. El país que venía de lidiar sin tregua con una de las crisis económicas más grandes de todos los tiempos y una guerra en la que acababan de morir más de 500 mil estadounidenses de pronto se encontraba con que concentraba la mayor parte de la capacidad manufacturera mundial, así como también los mayores desarrollos en materia de investigación y avances tecnológicos.


Tres años después de acabar la guerra, se lleva a cabo la iniciativa planteada por el Secretario de Estado, George C. Marshall, de “ayudar” con cifras astronómicas de dinero a Europa Occidental a reconstruir las zonas devastadas por la guerra. A nuestro modo de ver, es el plan Marshall la primera ola del tsunami que luego conoceríamos como globalización, dado que Estados Unidos se ha percatado de su inmenso poder adquisitivo, del gran poder lucrativo de la deuda y de la posibilidad de crear una economía global que se rija por su moneda y se sostenga mediante el constante consumo.


La american way of life logró incidir incluso en los rincones más inhóspitos del mundo, tanto de oriente como occidente, planteando una manera de vivir que persigue constantemente la felicidad mediante la obtención de mercancías y objetos materiales que no interesan de no ser porque pueden ser “adquiridos”, consiguiendo burlar así de forma efímera y poco poética, ese agujero imposible de llenar que habita en las profundidades – y a veces en la superficie – de todo ser hablante. Es por este motivo que se suele decir que el capitalismo, como todo discurso amo, tiene un notable matiz perverso, dado que siempre está obturando la falta necesaria para que fluya el deseo y logre mover consigo al goce.


Nuestro mundo está repleto – como nunca antes en la historia – de fetiches, de gadgets, de objetitos descartables que nos permiten gozar como un niño goza de su chupete. Nuestro superhéroe no escapa de este tipo de hombre post moderno: Bruce Wayne no tiene superpoderes, es cierto, pero lo compensa teniendo muchísimo dinero. A través del dinero es que Bruce Wayne logra convertirse en Batman, es decir, en un superhéroe. ¿Qué sería de él sin sus “gadgets”, sin su batimovil repleto de dispositivos especiales capaces de hacer las más insospechadas elocuencias, su traje de alta tecnología, su inconfundible máscara, el cinturón lleno de dispositivos? Ni hablar de otros objetos como la batimoto, el batiavión, el baticóptero y todas las demás baticosas de las que depende el hombre para devenir en semidiós moderno.


Vemos entonces claramente cómo este superhéroe nos remarca que en la representación colectiva de nuestros tiempos el dinero es capaz de suplir la falencia de “superpoderes” divinos. El dinero a su vez permite acceder a la tecnología, la cual también es una pieza crucial que ayuda al personaje de carne y hueso a convertirse en un superhéroe que por las noches combate el mal y el crimen.


El ideal de héroe post moderno no es al parecer el del hombre que lucha con su espada en terribles batallas para conquistar el mundo - como en la época de Alejandro Magno – sino que estaría más emparentado con el ideal de hombre y mujer que tienen acceso a los todos los gadgets de moda, a la tecnología y la información. En nuestros tiempos las conquistas no son ya presenciales sino más bien virtuales, siempre en relación al gran objeto fetiche de nuestra cultura: el dinero.

¿Qué tenemos del otro lado del héroe, del superhombre, del “hombre ideal”?


Claramente el villano, personificado como la perfecta antítesis del héroe.


Nos metemos ahora en la piel del malo de la película, del payaso criminal, de un hombre que es todo lo contrario a un héroe y que tiene una dosis muy baja o nula de moralina en sangre. Ahondemos en el personaje que logra trastornar a Batman, el Joker.


Según la historieta original, el Joker es un auténtico agente del caos. ¿Un anarquista tal vez? Aunque ¿De qué serviría etiquetarlo con algún nombre si más bien el rol de dicho personaje en la historia es darles una vuelta a las etiquetas, burlar lo establecido por el discurso de turno, romper con los estereotipos, demostrar que el bien y el mal no son sino atributos construidos en función de una determinada moral y unos valores que responden a intereses bien precisos?


La mayoría de los Jokers representados en películas anteriores a la de Phillips eran más similares a un asesino serial que mata por mero goce de matar, pero es en este último film el único en el que se devuelve una cierta dignidad al personaje al construir una versión más humanizada del mismo.


Es sólo a través de este film que conocemos la historia que encarna el criminal, sus traumas y sus penas, sus miedos y, sobre todo, las injusticias a las cuales ha debido enfrentarse a lo largo de su vida.


A continuación, cito las palabras del mismo Todd Phillips:


No seguimos nada de los cómics, algo que hará enojar a la gente. Eso fue lo interesante para mí. Ni siquiera estamos haciendo Joker, sino la historia de convertirse en Joker. Se trata de este hombre”


El Joker retratado por Phillips es precisamente la antítesis de Batman: Un hijo ilegítimo, abandonado por sus padres biológicos y luego adoptado por una mujer que lo golpeó varias veces a lo largo de su infancia. El Joker es un hombre pobre que vive con su madre en los suburbios de Gotham, un hombre que no tiene trabajo fijo ni acceso a la ayuda psicológica que precisaría para lograr estabilizar un supuesto trastorno que lo hace, entre otras cosas, reírse sin control en situaciones particularmente angustiantes.


Este hombre es lo que muchos llamarían un “pobre diablo”, un loco, un ser que desde siempre ha sido objeto de bromas y que acaba siendo el blanco fácil para las burlas de los otros. Arthur Fleck es un ser que siempre termina siendo “el hazme reír” de los demás, de la sociedad en general, en lugar de conseguir aquello que tanto busca que es “hacer reír” a los otros a través de monólogos o chistes que a pesar de sus persistentes intentos es incapaz de escribir. Cabe recordar en este punto que su madre, una mujer profundamente melancolizada sin deseo por la vida, se refiere a él como “Happy”, es decir, como todo lo que ella no es ni ha podido ser, colocándolo en el lugar de un imposible en el cual él queda atrapado dentro de esa dinámica inconsciente.


En una escena de la película el mismo Arthur le grita a su madre “Feliz es todo lo que nunca he sido” dejando relucir a simple vista la angustia que le causa el hecho de que su madre se dirija a él con ese significante tan particularmente moderno.

Paradójicamente, él pretende ser un gran cómico, un rey de la comedia y va por la vida probando suerte en micrófonos abiertos y sitios de stand up, soñando con poder alguna vez hacer reír a la gente en lugar de terminar siendo el hazme reír de la gente, situación en la cual queda relegado a una condición de objeto desechado y expulsado del lazo social.

Es como poco llamativo que el niño, y posteriormente el hombre, que es llamado “Happy” por una madre a la que no hay nada que la cause, es el mismo que luego se pinta de payaso para lograr conseguir “alegrar” a la gente.


“No creo que la muerte traiga consigo tantas desgracias ni tanto dolor como la vida”. Escribe Arthur Fleck en los cuadernos en los cuales se supone que es donde debería escribir los chistes o monólogos para sus shows. El personaje de Phillips es quién mejor representa los dos polos de la vida anímica: La comedia y la tragedia. Podríamos decir que su historia, toda su vida, es tan trágica que acaba resultando en ocasiones cómica. El es un payaso que llora y sufre.


La risa del Joker, es una risa desregulada que lo intercepta abruptamente en momentos angustiantes, es su última defensa ante un gran abismo, ese abismo que es el infierno en esta misma tierra. El personaje del Joker, por tanto, nos revela que el cielo y el infierno coexisten en el mismo espacio – tiempo en toda vida humana y sociedad. Su risa no es una risa cualquiera, no es siquiera una risa de felicidad, es una risa que revela un intenso dolor, una risa que es pura tragedia, una sonrisa de sangre. Una de las últimas escenas de la película nos muestra cómo el guasón se pinta su sonrisa de payaso con la sangre que emanan las heridas de su rostro.


Ahora, sabemos que detrás de esta historia – tanto el comic como del film de Phillips – subyace un evidente manifiesto de ciertos escenarios de nuestra post modernidad. “Todas mis comedias tienen los pies en la tierra, explican algo de la realidad”, confesó el mismo director.


¿Si el hombre rico, “exitoso”, rodeado de gadgets y personas que trabajan para él, es considerado un ídolo en Gotham – un semidios, un héroe – entonces qué representa su reverso, el hombre pobre, no reconocido por sus padres, sin salud ni asistencia psicológica ni económica ni de ningún tipo?


El significante “Villano” deriva del latín y significa, literalmente, siervo o campesino. Al parecer esta palabra surge en la edad media para referirse a las personas que están atadas a la tierra, a una villa, y que trabajan, por lo general en algo relacionado con el cultivo y la plantación. Por ende “Villanos” se utilizaba para referirse a gente pobre que debía trabajar para poder vivir siendo que no eran nobles. No habría diferencia por tanto entre decir “villano” que decir “villero"*, con toda la potencia que le damos en Argentina a este último.


Tenemos entre manos una curiosa asociación: El hombre de familia rica, infinitamente millonario, es el héroe, el ídolo, un semidiós, mientras que el no reconocido por sus padres, golpeado por la vida – en muchos sentidos – pobre hasta la santidad, es el malo, el payaso del mal, el villano.


El villano es visto como algo contra lo que hay que atentar, algo que hay que exterminar de nuestra sociedad, tal vez porque representa lo que nadie quiere ver de ella. El “villano” es aquél que nos señala abiertamente las fisuras del discurso imperante, que nos muestra las grietas del discurso del amo y que nos revela dónde y cómo éste flaquea, siendo todo ideal un imposible de alcanzar.


Arthur Fleck nos demuestra en la película cada fractura de nuestra sociedad, cada borde, cada límite, en muchos de sus rostros: el económico, el político, el estatal, el institucional (sobre todo respecto a la salud mental). Él encarna ese punto insondable que el discurso del amo no es capaz de abarcar en lo Real del lazo social, él es el punto de fuga del discurso. Es eso que queda por fuera de los imperativos que dicho discurso promueve, llegando incluso a veces – como en este caso – a personificar la antítesis de los mismos.


Respecto al discurso actual, el cual se basa fundamentalmente a través del frenético consumo, Fleck es justamente lo que podríamos considerar un anti – ideal, el trastorno moderno del malestar de la felicidad imposible.



Es evidente que tanto el ideal del hombre rico, rodeado de tecnología y de gadgets, como su antítesis, responden efectivamente a una representación “colectiva” o podríamos decir mejor “discursiva” que surge como efecto de una determinada moral.

No podemos evitar dejar de pensar en el gran filólogo que, en su Genealogía de la moral de 1887, nos recordaba insistentemente:


“Necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores y para ello se necesita tener conciencia de las condiciones y circunstancias en las que éstos surgieron”.


En la misma obra Nietzsche hace hincapié en que para ahondar en la moral debemos tener un espíritu histórico y nos evoca que el juicio “bueno” no procede de aquellos a quienes se dispensa precisamente la bondad y nos recuerda que antes fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles y poderosos, aquellos hombres con una posición “superior” a los demás, y “elevados” sentimientos quienes se autorizaron a sí mismos a nombrarse a sí mismos - y por tanto a su obrar - como “buenos” en tanto algo que es de primer rango, en contraposición a todo lo plebeyo, lo vulgar, lo pobre, lo villano, lo villero.


Vemos por tanto que nada es bueno ni malo per se sino que responde a la organización de ambos valores a partir de una construcción temporal significante llevada a cabo por fundadores de discursividad, y por lo general, adoptada luego por las masas. Tal y como afirma el filósofo, la lucha entre ambos valores continúa aún vigente. En una cultura optimista como el paganismo griego, el Islam o el Judaísmo, ser rico es un valor bueno, es una bendición, mientras que en un discurso pesimista como es el caso del budismo, hinduismo o cristianismo ser rico es una carga y hasta una maldición.


Ahora, ¿No evocamos anteriormente que la época que da a luz al caballero de la noche y al desquiciado payaso criminal era la época dorada del capitalismo? Estados Unidos, como sabemos, es un país protestante y si algo caracteriza a este discurso es su optimismo.


No podremos en esta ocasión profundizar demasiado en el tema ya que sería alejarnos demasiado por caminos aún no descubiertos por nosotros, pero si cabría señalar que hay una diferencia radical entre el discurso católico y su ideal ascético y el propuesto posteriormente en el siglo XVI por Martin Lutero en lo que se llamó la Reforma protestante.


¿Cuál es la diferencia entre ambos?


El primero de ellos, el cristiano, es profundamente pesimista e induce a la renuncia y la redención, mientras que el segundo, el protestante, es por el contrario sumamente optimista siendo su ideal prínceps la conquista (de los bienes materiales, espirituales, culturales, etc.).


Por tanto, tenemos aquí los dos grandes polos entre los cuales ha oscilado la humanidad desde tiempos ancestrales. Podríamos pensar que hoy en día, luego de haber pasado por cinco siglos de inquisición en un medioevo profundamente católico y pesimista, el mundo se ha vuelto a tornar hacia el otro extremo de su péndulo. En la actualidad vemos que aún sigue habiendo destellos del ideal de la reforma propuesta por Lutero, hoy tendemos notablemente a querer acumular riquezas, patrimonio, gadgets, predomina el afán de tener, de poseer, mientras que “renunciar a tener” no está en los planes de nadie, o quizás en los menos.


Mucho nos hemos alejado ya de aquellas palabras que se dijeron en el Sermón de la montaña:


“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”


Una de las escenas más trascendentales del Nuevo testamento es la expulsión de los mercaderes del Templo, momento en el cual Jesucristo mismo reúne un par de cuerdas que ve por allí para formar un látigo y procede con el mismo a sacar a golpes a los mercaderes mientras exclama las siguientes palabras del antiguo testamento:


Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones. Isaías; 56, 7

Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones. Jeremías; 7, 11


Nietzsche nos recuerda que Jesús, la encarnación viviente del evangelio del amor, emerge como fuerza ardiente en medio del optimismo judío – más tarde adoptado por los protestantes – con la finalidad de desviar aquellos valores e ideales de adquisición y conquista enseñándoles que la vida también consiste – y en gran parte – en la renuncia a este mundo y a uno mismo. Jesús nos enseña que la vida en sí es un camino a la redención. Todo lo contrario a lo impartido por el Dios del antiguo testamento.


¿Qué pensaría Jesucristo en la actualidad si una mañana, desprevenido, llegase repentinamente al New York Stock Exchange en Wall Street? ¿Cuál sería su reacción? ¿Pensaría que todos los “mercaderes” que allí se desenvuelven son ladrones?

Pero entonces ¿Quiénes serían los ladrones? ¿Los ricos o los pobres? ¿Los superhéroes o los villanos? ¿Los buenos o los malos?


En este pantano de arenas movedizas hay que tener mucho cuidado, cada paso puede ser un paso en falso. Lo mismo que en una determinada época era considerado “malo” puede ser el residuo anacrónico de lo que en otro tiempo pasaba por “bueno” * y viceversa. Ojo al piojo, cada época se aferra a su verdad con adorable ingenuidad. Tan optimistas y pesimistas somos en occidente, pues somos griegos y cristianos por igual en el discurso.


¿Puede ser lo “bueno” también en ocasiones “malo”? ¿Qué pasaría si – como dice Nietzsche – en “el bueno” hubiese también un síntoma de retroceso y así mismo un peligro – una seducción, un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez a costa del futuro?


Volvamos a la historieta y a los personajes que aquí nos competen:

¿Acaso Batman no lastima y mata, aunque lo haga “en nombre del bien y la justicia”? Pero ¿Quién es Batman para determinar qué es lo bueno y qué es lo malo para Ghotam? ¿No sale también Batman por las noches cubriéndose el rostro con una máscara? ¿No vive también una condición de doble vida que lo obliga a llevar puesto un disfraz? En resumidas cuentas:


¿No es en cierto punto Batman también un villano?


Bajo nuestra consideración, lo brillante de la película de Phillips es que nos demuestra que el villano tiene una razón de ser, la cual, por supuesto no justifica sus crímenes, pero sí manifiesta que tanto el villano como el “héroe” son una construcción social moderna, un producto de nuestra sociedad o, si se quiere, un resultado final de la ecuación social.


Batman necesita un villano para poder ser quién quiere ser, necesita de la existencia del mal porque es sólo a través de su “lucha” contra éste como consigue nombrarse a sí mismo y ser alguien. Pero este “mal” contra el cual Batman se revela es también un conflicto con el cual él mismo, sin darse cuenta, colabora para que continúe existiendo: El perseguido pide a gritos un perseguidor.


Por otro lado, la gigantesca brecha en cuanto a la distribución de la riqueza es una forma de ejercer – por acción u omisión – la violencia. Bruce Wayne tiene tanto dinero que puede convertirse en un superhéroe y continuar siendo rico pese a no tener que trabajar, podríamos pensar que es su propio aburrimiento el que lo lleva a ser Batman. Más bien tiene a cientos de personas que trabajan para él y por él, mientras que, en el otro extremo, tenemos a Arthur Fleck que no tiene medios económicos suficientes ni para pagarse la asistencia psicológica que tanto necesita.


La película de Phillips, y creemos que allí donde verdaderamente nos toca, es una gran demostración de que los valores “bien” y “mal” no están tan delimitados ni son tan precisos como nos gustaría que fuesen. El film nos enseña que personas como Fleck también son víctimas de una sociedad cada día más parecida a la feudal en la cual un ínfimo porcentaje de la población acumula casi el total de la riqueza existente mientras otros son sus siervos. Esa también es una forma de violencia, ya lo había dicho Gandhi. Es por este motivo que casi todos acabamos identificándonos con Arthur y la película acaba con cientos de miles de personas que afirman ser Jokers y se rebelan contra los millonarios en una huelga masiva.

Casualmente, una semana después de haberse estrenado el film, en Sudamérica estallarán una serie de marchas y manifestaciones generadas en primer lugar por los abismales niveles de desigualdad de la distribución de la riqueza que caracteriza a nuestros países latinoamericanos.


📷No olvidemos que Batman también sale por las noches confundiéndose con las sombras, no olvidemos que también usa máscara y tiene una doble identidad, no olvidemos que también es hijo de su época y por tanto preso de ciertos ideales contemporáneos propios de la sociedad en la que creció. Batman es un justiciero enmascarado que se autoriza a actuar como juez y jurado y que por tanto se posiciona en un lugar de superioridad respecto a los demás miembros de Ghotam. Batman también tiene por tanto mucho de villano.




Al mismo tiempo, el villano, ese hombre que ahora tiene una historia en la cual se demuestra que su situación también es en gran parte la imagen de la violencia que ejerce no sólo “el sistema” sobre él sino la sociedad entera tal y como en el film podemos ver que hacen los muchachos que lo golpean en el metro, la psicóloga o asistente social que no lo escucha ni le importa dejarlo sin tratamiento, los chicos que le quitan el cartel, el conductor exitoso que se burla de él, etc.


No es sólo “el sistema”, como nos gusta decir para lavarnos las manos. No son sólo los “imperialistas, millonarios, liberales, magnates”, es también el chico que le quita el cartel para reírse y lucirse entre sus amigos, es también la psicóloga o asistente social que no lo escucha, es también el conductor famoso que se burla de él, es también la institución mental que no quiere entregarle la información sobre su madre, es también toda la gente que pasa a su lado cuál si fuese un fantasma cuando está prácticamente moribundo en la calle


El mismo Joker expresa en el programa de televisión “todos se alarman cuando ha muerto un millonario o un hijo de alguien importante, pero si fuese yo el muerto me pasarían por encima”. Es por ello que el momento en el que Arthur Fleck, convertido en el Joker de esta sociedad, asesina al conductor del programa de televisión favorito tanto de él como de su madre, consiste en el “gran pasaje al acto” de toda la película porque es el momento en el que intenta asesinar a su “ideal”, el hombre exitoso, gracioso y querido por todos, consiguiendo librarse de esa parte de él para siempre. Es allí precisamente cuando se desprende de ese nombre al que su madre lo había atado, es allí cuando el asume que no hay nada de happy en la trágica historia que conforma su vida. Es matando a ese ideal de felicidad y comedia que puede sentirse liberado y esto nos toca particularmente hoy en día porque no hay imperativo más estridente en la modernidad que el famoso “be happy”.


¿Acaso no quisiéramos a veces librarnos de esta frustrante empresa?


¿Qué diría Nietzsche si de pronto amaneciera en nuestra época, sabiendo que advertía que mientras el hombre no dejase de aspirar a la felicidad no cruzaría jamás la frontera de su animalidad?


Lo que demuestra constantemente Fleck es, no solo el rechazo, sino la indiferencia de toda una sociedad y todo un discurso que, si bien de la boca para fuera se compadece de villero, con sus actos le da la espalda y sigue considerando que aquellos que valen son aquellos que son ricos en patrimonio.


Hoy el valor humano lo determina en primer lugar el dinero, hoy le rendimos culto – como sociedad de consumo – a este Dios que es el dinero y al mismo tiempo intentamos suplir la carencia de dioses y “superpoderes” a través de este fetiche de la mercancía. El billete internacional por excelencia lo revela llevando en sí mismo la frase: “In God we trust”.


Llegados a este punto, podemos pensar que Arthur Fleck también es una figura que desempeña un rol crucial, ya que encarna con su cuerpo y con sus actos la fatalidad de toda una sociedad, las fisuras del amo, los límites del discurso, es decir, el punto de fuga que subyace en toda época. Posiblemente por eso la última escena de la película sea la de un Joker triunfante en una ciudad que tal vez ha recobrado la forma del orden originario: El caos.


Quizás sea sólo a partir del caos que pueden surgir nuevas formas de pensar y elaborar cualquier tipo de orden.


En este punto el Joker es superhéroe moderno también.




Cabría pensar si, como advirtió Nietzsche, no fuese justamente la moral la culpable de que jamás se alcanzase desarrollar la potencialidad y magnificencia de cada hombre y cada mujer que conforman una sociedad.


Por tanto, nos permitimos preguntarnos una vez más: ¿Superhéroes o villanos?


Dependerá de la oscilación del péndulo que es discurso del inconsciente, es decir, el del amo.



Continuará

 
 
 

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