La función psicológica de los rituales de la muerte
- Florencia Franco
- Dec 31, 2021
- 3 min read
Una sociedad que rechaza la muerte es una sociedad que se niega a si misma,
es una sociedad que ha dejado de ser

Gustav Klimt, Muerte y Vida
Dedico este breve artículo a mi abuela Iderla Blanco, a quién las medidas gubernamentales de la pandemia no le permitieron una muerte digna ni la ceremonia que ella hubiese merecido e imaginado, llena de flores y rodeada de los seres que amó.
Hasta no hace mucho tiempo nuestra cultura estaba impregnada de distintos rituales e insignias que servían para simbolizar la muerte y otorgarle a ésta un estatuto particular. Las viudas vestían de negro a veces hasta el final de sus días, los hombres se colocaban una cinta negra en la camisa, se ofrecían misas y ceremonias religiosas y por supuesto, el ritual del entierro, que es el que de algún modo nos define como humanos y funda toda nuestra civilización. Hoy, en una cultura que se asienta sobre el credo de la felicidad y los placeres, en una aldea global entregada en cuerpo y alma a la lógica masturbatoria, hemos eliminado el luto, le hemos arrebatado a la muerte su dignidad.
Luego de dos años de pandemia significantes como “confinamiento”, “covid”, “hisopado”, etc. se repiten frenéticamente, pero, incluso a pesar de tantas muertes a nuestro alrededor ¿Alguien ha escuchado mencionar las palabras “luto”, “duelo” o “angustia”?
A muchos de nosotros se nos han muerto familiares en estos años de pandemia y nos hemos encontrado, de algún modo u otro, cara a cara con ese real imposible de subjetivar que es la muerte, por lo que hemos tenido que enfrentarnos a la tarea de elaborar lo que en psicología se conoce como “duelo”. El duelo es un proceso psíquico en el cual se procura simbolizar una pérdida que se produce en lo real, siendo por tanto una tarea simbólica que contribuye a una reorganización libidinal y que a su vez permite enmarcar aquello insondable e imposible de entender por la lógica y la razón. El duelo permite recubrir el agujero que ha dejado la pérdida con nuevos trazos significantes, por ello Freud lo definió como un trabajo, un esfuerzo psíquico que conllevaba para el deudo, el doliente, un cierto sacrificio y desgaste libidinal.
En la actualidad, el discurso científico-técnico apunta a convertir la muerte – si es que no lo ha logrado ya – en un mero proceso técnico que ocurre dentro de un hospital cuando se han agotado los recursos para evitarla. La muerte ya no le pertenece a nadie y el muerto está completamente desposeído de su condición subjetiva para pasar a ser tan solo un cadáver.
Hoy ya no tenemos muertos, tenemos cadáveres y la diferencia entre ambas es crucial ya que mientras el muerto tiene un nombre y una historia, el cadáver es un mero envoltorio, un resto material que ya no merece la pena ni sale a cuenta a la sociedad de consumo. Por este motivo es que en los medios de comunicación nos encontramos constantemente con el parte de muertos diarios en los cuales estos sujetos fallecidos, que no tienen nombre ni relato biográfico, son reducidos a un mero dato cuantificable que solo sirve a la estadística.
El optimismo ingenuo que caracteriza a la sociedad materialista del progreso nos conduce a rechazar la muerte pero sin comprender que en este fútil intento de rechazar la castración, no es la muerte la que queda excluida – ella siempre triunfa – sino la posibilidad de su tratamiento simbólico, lo cual genera que ésta retorne violentamente en lo real y por supuesto, de una manera completamente deshumanizada.
Los antiguos ritos funerarios servían precisamente a este propósito: Permitir a los familiares del difundo y a la comunidad elaborar la pérdida por la vía adecuada, darle forma al dolor y construir un dique ante la inmensidad cósmica de la angustia. ¿Qué sucede entonces cuando estos ritos se prohíben o rechazan? Que lo traumático de la pérdida no puede elaborarse por vías adecuadas y la angustia acaba inscribiéndose en el cuerpo a modo de afección somática y/o trastornos psicopatológicos. El rechazo del duelo no equivale nunca a su evasión sino más a su prolongación e incluso eternización.
En un mundo sin Dios a veces se llega a creer que los rituales y ritos en torno a la muerte han dejado de servir, pero no nos equivoquemos, estos no sólo tuvieron antaño una función religiosa sino principal y fundamentalmente psicológica. En todo caso, como sociedad, deberíamos pensar en nuevas estrategias y técnicas de re-significación y re-invención de estos procesos psíquicos y a la vez sociales que nos ofrecen la posibilidad de atravesar el dolor en lugar de negarlo.
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