Música y tragedia
- Florencia Franco
- Sep 25, 2018
- 20 min read
A Andrés Borregales,
tu voz mi tempo, tu cuerpo ese espacio.

Ángeles Santos, Imprescindibles
Cronopios, 28 de Setiembre del 2018
En el primer encuentro que tuvimos se trató de abarcar esa diferencia radical entre el lenguaje materno y el lenguaje socializante visto tanto desde la mira que nos permite el psicoanálisis de orientación Lacaniana y la gran obra de Julio Cortázar titulada Rayuela. Aquí tuvimos la oportunidad de revisar la lengua de los afectos, esa lalangue como diría Lacan, que permite al sujeto expresarse de una manera particular vinculada a su deseo y por otra parte la necesaria alienación al lenguaje que hablan aquellos con los que también hablamos, por decirlo de alguna forma. En la primera de las dos, en la de los afectos, encontramos algo así como la lengua del ser mientras que en la otra, en la de la sociedad general, encontramos la del sentido. Un sentido que se comparte con los demás con los que se supone que conformamos una sociedad.
Hoy trataremos de ahondar en ese vínculo tan estrecho que se permiten el arte y el psicoanálisis, procuraremos también pensar en ese otro vínculo entre el arte y la locura, tantas veces manifestado por algunos artistas que bien conocemos tanto del mundo de la pintura como Van Gogh, en la escritura como Edgar Allan Poe, Friederich Nietzsche y ni hablar de la música, en ella nos detendremos mucho hoy con el grandioso ejemplo de quién fue uno de los mejores saxofonistas que hayan existido jamás en la historia del Jazz.
Como dijo Cortázar: “Charly Paker es de esos músicos que han pasado por el jazz como una mano que da vuelta la hoja y se acabó”. Por lo tanto tenemos aquí un nudo, por llamarlo de alguna manera, una suerte de embrollo, de hilos que se cruzan y se entrelazan de manera tal que después cuesta mucho dilucidar cuál era cual y ni hablar de desenredarlos. Tenemos por un lado un hilo, el de la creación artística, por otra parte el de la locura y, por qué no, el de la genialidad y por otra un cierto afán, tan propio de algunos artistas como los mencionados, por el sufrimiento y por la tragedia. El psicoanálisis, como disciplina que se propone sumergirse en los enredos de la mente humana para poder explicarlos, puede dar cuenta de algunas de estas cuestiones debido a que el arte no nace enteramente de la conciencia, sino más que nada del inconsciente, de esa parte de uno que piensa sin uno que comentamos también en la primera charla.
No es casualidad que el surrealismo naciera luego de que Freud “descubriera” el inconsciente, sabemos que André Breton durante los años que trabajó en una clínica psiquiátrica durante la Primer guerra mundial leyó las obras de Sigmund Freud, quién en aquél entonces ya habían creado un enorme revuelo en Europa a tal punto de que hasta se carteaba con Albert Einstein (¿Por qué la guerra?). Lo mismo ocurre con el Modernismo, quien también nace de esa nueva visión del hombre y por tanto de la historia del mismo que plantea Freud.
No deberíamos dejar de lado a quien también es, a mi parecer, uno de los grandes fundadores de discursividad de este siglo y el pasado: Freiederich Nietszche. Ambos se leyeron el uno al otro y muchas de sus teorías más que contradecirse no hacen más que reforzarse: El eterno retorno de lo mismo en Nietzsche es lo mismo que el mecanismo de la Repetición en Freud, esa especie de agujero que negro, de punto de gravedad que hace que las cosas vuelvan siempre al mismo lugar, eso que siempre vuelve a aparecer, lo queramos así o no, eso por tanto que nos hace ser quién somos. El inconsciente, si bien Freud lo nombra como tal y por ello este significante queda tan adherido a su mismísimo nombre, Nietzsche se cansa de insinuarlo y de explicarlo de otras formas: “Hay algo dentro mío que piensa sin mí, “yo” no soy el artífice de mis pensamientos sino que éstos me visitan, me acechan, me irrumpen, entonces “eso” piensa. El concepto de “verdad” y “realidad”, qué es verdad y qué no, qué es la realidad y qué es el sueño, en qué se diferencian el uno del otro… ¿Se diferencian?
El modernismo se funda en la unión del arte y la vida, este es su principal objetivo, su preludio a la modernidad. Desde Sigmund Freud el ser humano no puede más hacerse el inocente y creer que nada tiene que ver lo que uno es con lo que a uno le pasa, lo que uno hace con lo que uno es, es por eso que el modernismo nos muestra cómo el estilo de una época no significan formas especiales que conforman partes aisladas de un arte cualquiera sino que nos muestra que cada forma es sólo uno de los muchos símbolos de la vida interior, de un sentir que va por dentro de cada humano y su concepción del mundo y de la vida y esto se refleja luego en la manera de construir, de crear, de inventar, de escribir el discurso. El modernismo, como primer fenómeno de renovación cultural de alcance internacional que surge en la Europa de fines del XIX, tiene como base la asimetría, es decir que ya las cosas no tienen el orden prestablecido, ya no siguen religiosamente las tradiciones, usos y costumbres sino que rompen con ellas. La idea es aquí romper con el pasado, y eso tiene mucho que ver claramente con la creación artística en si misma que tiene como particularidad la elaboración de algo nuevo, es decir, algo que hasta ese entonces no había o no se hacía de esa manera. Por esto es que Salvador Dalí insistía con que en el arte hay que matar al padre, algo que también todo análisis busca conseguir, matar al padre para parirse uno mismo.
Parte del modernismo, quien como ya dijimos nos habla de lo que somos hoy por hoy como hombres y mujeres que conforman una cultura, se basa en esta liberación de la estética mencionada, que más que buscar lo bello como podría ser un lienzo de Caravaggio o de Rubens pretende encontrar lo particular, aunque esto tenga más que ver con lo caótico que con lo bello, ese problema que el ser humano es para sí mismo y que se refleja en su cotidianeidad. Romper con el tradicionalismo, lograr ese crepúsculo de los ídolos, esa muerte de los ideales en la que tanto insistía Nietzsche no hace más que traer desorden, caos y vacíos pero a raíz de los cuales es posible crear algo más particular y menos costumbrista.
Sigmund Freud y F. Nietzsche nos enseñaron que el ser humano no es un hombre perfecto ni lo será nunca, esa no es su esencia ni su aspiración ni su posibilidad. Más bien por el contrario, el ser humano es una maraña de tensiones que pujan constantemente, que se superponen todo el tiempo haciendo imposible toda homeostasis posible, de hecho claro está que la homeostasis equivale a la muerte, en cambio la lucha, el combate constante entre uno y uno mismo, eso sí es parte de la vida, de toda vida humana. He aquí la división subjetiva de la que tanto habla el psicoanálisis, esa división propia que funda el lenguaje en el intelecto todo y que nos hace sujetos divididos, por eso el símbolo que utilizamos para referirnos a cada sujeto es la S barrada.
El arte es un claro ejemplo de esto, por eso muchas veces los escritores se preguntan de dónde les viene eso que escriben. Robert L. Stevenson cuenta que el Dr. Jekyll y Mr. Hyde lo visitaron en un sueño mientras dormía en la mansión que su padre le había regalado, Julio Cortázar relata en una entrevista que los Cronopios se le hicieron visibles en el Théâtre des Champs-Élysées mientras esperaba que Louis Armstrong diera un concierto. Luego le sucede que una pesadilla le sirve como papel en el cual se escribe una historia, esa historia es Casa tomada de la cual él dice “Era pleno verano. Yo me desperté totalmente empapado por la pesadilla; era ya de mañana, me levanté, tenía la máquina de escribir en el dormitorio y esa misma mañana escribí el cuento de un tirón.” Evidentemente la historia ya estaba escrita en su mente, luego solo quedaba la parte secundaria digamos que es pasarla al papel. Cortázar decía que él se sentía como una especie de médium, entre él mismo y aquello que se escribía cuando escribía. Y creo que de ahí es justamente desde donde surge el arte, de esa ranura, de esa rendija que me separa y al mismo tiempo me acerca a mí mismo.
Como habrán visto, o irán viendo, a mí no me gusta hablar de psicoanálisis a secas sino que prefiero combinarlo con el arte y en este caso, el mejor ejemplo que encontré para rodear estos temas que he mencionado es justamente la novela corta que el mismo Julio Cortázar declara como la antesala de Rayuela, que es El perseguidor. Incluso uno de los asistentes de la primera charla me propuso abarcar esta novela y acabamos hablando de ella en el debate. Eso ya es motivo suficiente como para retomarla.
El perseguidor tiene además un gran plus que nos viene muy bien para reflejar lo que hoy intentamos bordear y es que se basa en la vida y obra de otro gran artista, a quien Cortázar tuvo el placer de poder escuchar en vivo, éste fue, como todos saben, Charly Parker, uno de los mejores intérpretes del saxofón alto y padres del Bebop conocido a demás por sus excesos y su profundamente surcada por la tragedia.
A mi entender Cortázar desarrolla en El perseguidor la misma estructura que luego aplica en Rayuela para con sus personajes principales, encontramos aquí una suerte de ego y alter ego, de personaje y al mismos tiempo el anti – personaje, es decir, un personaje que es de una manera y al mismo tiempo el mismo personaje pero que es de la manera contraria. En Rayuela sucede con Horacio y Traveler y en el Perseguidor con Johnny y Bruno. Vamos a centrarnos en el cuento que nos compete hoy.
¿Quién es Johnny Carter? El mismo Cortázar lo relata en sus charlas de Berkeley como un hombre de carne y hueso que sufre, sueña, lucha por expresarse a su manera y, por sobre todas las cosas, vive atormentado por una enorme y constante fatalidad. ¿Y cómo pudo Cortázar describir de forma tan nítida a este personaje, como pudo desarrollar sus más profundas preocupaciones, sus más íntimos anhelos y angustias? Pues porque Julio Cortázar no habrá sido saxofonista, ni jazzman, ni músico por más que intento tocar la flauta alguna vez pero lo que nadie puede negar es que haya sido un artista con todas las letras. Y por ende se vio a él mismo en la piel de aquél negro perseguido por la desgracia, el hambre y la soledad de un París frío y desolado. Porque las ciudades tan multitudinarias, como esta misma en la cual vivimos hoy nosotros, suelen ser ciudades en las que la gente se siente muy sola. Cortázar declara en sus clases de los 80 que en la gran soledad que vivía en París de pronto descubrió a “su prójimo” en la figura de Johnny Carter. De hecho el mismo confiesa que darse cuenta de esto es lo que lo hace interesarse cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos.
Johnny Carter es un hombre que no entiende la vida ni la muerte, tampoco entiende porqué es un músico, no tiene ninguna clase de respuestas, carece de máscaras, de engaños y no se conforma, al igual que Horacio Oliveira en Rayuela, con estar metido en un mundo prefabricado y condicionado sino que pone todo el jaque, en tela de juicio, no quiere aceptar las respuestas ya dadas por ninguna sociedad ni por ninguna ideología. Entonces, tal y como se pregunta Bruno en el cuento, ¿Qué es Johnny? ¿Un ángel entre todos los hombres? No, no tiene nada de ángel, más bien lo formula al revés Johnny es un hombre entre todos los ángeles, entre las irrealidades que somos nosotros.
Siguiendo esta línea, lo que Cortázar se pregunta con este personaje me resulta muy parecido a lo que Lacan se preguntó por Joyce en los últimos años de su enseñanza: ¿Johnny estaba loco? Volvemos a la pregunta inicial ¿Qué es Johnny? ¿Un genio? ¿Un loco? ¿Un artista? ¿Una mezcla entre estos?
Desde el psicoanálisis tratamos de pensar el psiquismo a raíz de tres dimensiones: Lo imaginario, lo simbólico y lo real. A mi entender, lo imaginario es aquello relacionado con el espacio, con el cuerpo, con la imagen de la especie, con lo especular, con lo estético, etc. Este registro se funda en el intelecto, por decirlo de alguna forma, en el famoso estadio del espejo que planteó Lacan. Luego tenemos lo simbólico, el reino de la palabra, del lenguaje, de la ley, del sentido y por tanto del tiempo. El tiempo nace en el lenguaje, ya que para entrar en el tiempo se necesita antes creer que hay algo ahí que contar y sobre todo un para qué. El tema es que cuando comenzamos a hablar pronto nos percatamos de que la palabra no basta para decir todo lo que se quisiera decir, no alcanza, hay algo más. Cuando uno siente emociones muy intensas, en el amor por ejemplo, siempre está diciendo: es que no te lo puedo explicar con palabras, etc. Eso que queda fuera de la palabra, eso que no se puede cernir pero que sabemos que está porque lo sentimos como un advenimiento que nos abrasa, eso es lo real. Los afectos, las pulsiones, eso que puja desde lo más profundo de nosotros mismos y que por más que intentamos no podemos ponerle nombre, sino que simplemente lo sentimos a viva piel como una enorme fuerza que nos llega desde dentro. Estos tres registros siempre están interactuando y dinamizando constantemente entre ellos, no hay ninguno que sea ni más ni menos primordial que otro, son formas a priori del entendimiento humano y están presentes en todos nosotros, aunque la forma de interactuar pueda ser diferente en unos y en otros.
Vamos a tratar de profundizar un poco más al respecto. En “El perseguidor” Julio Cortázar procura ahondar en el concepto de tiempo ya que como él mismo dijo en sus clases desde los primeros balbuceos de la filosofía, las nociones de tiempo y del espacio constituyeron dos de los problemas capitales. Para Kant por ejemplo no existe el tiempo en sí mismo sino que éste no es más que una categoría del entendimiento, lo que sería lo mismo que decir que nosotros mismos ponemos el tiempo. Los animales para Kant no tienen conciencia temporal, sino que es sólo a la especie humana que se le es dado el sentido del tiempo. Pero podríamos pensar que los animales si bien no llevan la cuenta del tiempo, es decir no usan relojes, sí que responden a hitos temporales como serían el día y la noche, las estaciones o tal vez incluso a los horarios y ritmos biológicos impulsados por el apareamiento, hambre, el frío, etc. Ni hablar de los animales domésticos que a veces piden que se les sirva la comida en horarios a los cuales ya están acostumbrados a comer o duermen en determinados momentos del día como los humanos con los cuales viven, entonces no podemos decir que no hay en los animales conciencia temporal alguna.
¿Tiene el tiempo una sola dimensión? Si el espacio tiene, al menos que sepamos, tres dimensiones ¿No será que el tiempo también las tiene? Andrés Borregales durante las últimas Jornadas de los Colegios clínicos de España planteó tres posibles dimensiones del tiempo: Anticipación, retroacción y sucesión. Creo que solo al nombrarlos uno puede entender en qué consiste cada una. Todos habremos sentido alguna vez una cierta anticipación de algo que estaba por suceder, todos sabemos gracias a nuestras rutinas y al día a día en general lo que es esa sucesión inagotable del tiempo y la retroacción sería aquella forma del tiempo que funciona casi de forma opuesta a la anticipación, mientras la anticipación va de atrás hacia adelante (algo de un supuesto futuro se nos hace presente) la retroacción va de adelante hacia atrás (algo del pasado nos cae como una ficha que venía cayendo hace tiempo pero que justo en ese instante se nos hace evidente). La retroacción solo es posible gracias al hecho de vivir una vida que se vive hacia adelante pero se comprende hacia atrás. Es lo que en psicoanálisis llamamos a pres coup, resignificación de los hechos o a lo que también podríamos referirnos como la lógica del futuro anterior. Entonces, en los animales no podemos negar que hay sucesión, constantemente están haciendo algo, viviendo en una suerte de eterno presente. Pero lo que no hay son las otras dos, al menos a mi parecer, por eso es que los animales no creen en la historia, un elefante no conoce la historia de su especie ni de las demás especies que le rodean, simplemente es un elefante ahora, siempre ahora. Tampoco el elefante hace planes para su futuro, simplemente obedece sin saberlo a su instinto que a veces le sugiere gracias a la sabiduría del mismo preservar su vida y ponerse en movimiento en pos de ello. Y acá entramos en un terreno que a mí me parece el más interesante de todos: ¿Cuándo hemos visto a un animal fumar? ¿Hay algún ser vivo, aparte del hombre, que persiga de alguna forma u otra a la muerte? ¿Hay algún animal, aparte del hombre o la mujer, que se hagan daño a sí mismo una y otra vez a lo largo de sus días? Las plantas, los insectos y los animales en general tienden, casi por una fuerza natural, a conspirar a favor de la vida, a vivir en pos de la superviviencia de ellos como ejemplares de la especie y de la especie como tal pero a lo largo de todos los años que lleva en la tierra la humanidad no podríamos acaso decir lo mismo del hombre. ¿Qué hay de las guerras y del crimen? Esto es lo que se preguntaba Einstein cuando le escribe a Freud casi con desespero ¡¿Por qué la guerra?! Y no nos vayamos a estos puntos tan extremos, vamos a lo más cotidiano, a lo más usual, lo más habitual: Las drogas, las relaciones tóxicas (como le llaman hoy en día), los excesos… Todo demuestra que en el ser humano hay algo que lo lleva a insuflarse sufrimiento, a autodestruirse, a bañarse en las aguas del drama, del dolor, la tragedia y la muerte, a diferencia de otras especies. Freud, en 1920 en un texto llamado Más allá del principio de placer, llamó a esto pulsión de muerte.
Freud no fue el primero. Los griegos ya hablaban de Eros y Tánatos. Freud detecta en los hombres y mujeres de la especie humana una necesidad primaria de retornar a lo inanimado, a la desintegración de lo que es, a la disolución de lo vivo, a la regresión de un estado que tal vez alguna vez fue y que no era nada. Se supone que en aquel estado que “alguna vez fuimos”, desde el cual alguna vez “emergimos” no había tal vez placer pero tampoco había dolor. Este último es solo parte de la vida, condición incluso estructural de la misma, podríamos plantear de hecho que es el peaje a pagar cuando pasamos por esa autopista que es el cuello del útero de la madre que nos lleva a la luz de la sala de partos. Nadie ha visto hasta ahora, ningún partero, ningún gineco – obstetra, ningún enfermero, a un bebé saliendo de allí riendo a carcajadas. Nacer es dolor. Entonces es evidente el porqué de buscar la ausencia de este, la erradicación de todo dolor posible equivale a la muerte.
Sería legítimo preguntarnos: ¿Por qué nos pasa esto a los hombres y por qué no a los animales? ¿Por qué somos los hombres y las mujeres esos perseguidores incansables de la muerte? (algunos más que otros). Si lo único que nos diferencia de las demás especies es la dimensión de la palabra entonces la respuesta tal vez deba buscarse allí, en ese campo, en ese reino. Decíamos que los animales carecen de la retroacción y la anticipación ¿Acaso no es lógico si pensamos que la palabra es la que nos posibilita esa especie de resignación disfrazada que se llama sentido histórico? ¿No sería coherente también pensar que el ser humano, única especie a la cual se le es dada como dijimos antes el sentido del tiempo y de la palabra, utilice dicha herramienta para bordear ese inexplicable suceso que es la muerte haciendo planes y construyendo castillos en el aire para garantizarse la existencia de un mañana que no sabe si vendrá? La palabra nos permite por una parte canalizar los afectos, ordenarlos y darles sentidos por ende aliviar la angustia pero no todo es color de rosas. Así como lo que caracteriza a lo imaginario es dar consistencia, a lo simbólico lo caracteriza el agujero. La dimensión de la palabra y también del tiempo no es más que una especie de cueva que se cava a sí misma interminablemente, una suerte de topo que cava y cava, un colador colándose a sí mismo en términos Cortazarianos. Si la palabra y el tiempo son en el fondo dos caras de una misma moneda entonces no podemos no pensar en Cronos, en ese hombre despiadado hijo de Gea, la tierra, y Urano, el cielo, que no sólo se contenta derrocando a su padre sino a todos los hijos que fue capaz de engendrar hasta tal punto que éstos luego se congregan para hacerle la guerra, fenómeno que en la mitología conocemos como Titanomaquia.
Gracias a los griegos, últimos hombres pensantes que hubieron en la tierra, podemos pensar que el Padre tiempo (cronos) es hijo de la madre tierra (Gea) y que a su vez hizo pareja con la necesidad o inevitabilidad, como se prefiera. (Ananké). Esto responde a una lógica: Para que haya tiempo tiene que haber un espacio, ya que si bien ambos son entidades independientes y cada una tiene sus propios mecanismos, funciones y características no hay una sin la otra, al mismo tiempo, el tiempo va atado a algo que lo excede a sí mismo, algo que queda por fuera (en términos de la física sería esto la fuerza gravitatoria) y por eso el deseo de unión, que es la necesidad, el reino de lo pulsional, de esas fuerzas naturales que habitan dentro de cada uno de nosotros mismos. En este sentido, el tiempo no es Real. Es puramente simbólico.
Esta encrucijada nos lleva inevitablemente a preguntarnos entonces ¿Qué es la muerte? Si uno no asiste a su propio velorio, si uno no se entera de su muerte, si todo mundo propio es enterrado con uno mismo ¿De qué muerte hablamos cuando hablamos? Recuerdo que en una clase en el colegio de monjas del cual acabaron echándome casi a patadas, mientras una de aquellas religiosas empedernidas hablaba de la vida después de la muerte, de una supuesta vida en un paraíso que estaba en el cielo, de la mano de Dios, un compañerito levantó la mano y cuando se le otorgó la palabra dijo: Señorita, yo creo que uno muere todos los días. Esto fue lo mejor que me dejó el colegio de monjas, esa frase de ese compañero que en ese entonces no tenía más de 11 años y que logró dar una giro radical en mi manera de pensar.
Esta charla, que lleva el título de Música y tragedia, rinde homenaje al primer libro que Nietzsche escribió “El nacimiento de la tragedia”. Nietzsche en el plantea que la vida y la muerte son una sola y misma cosa. La vida es una fuente eterna que constantemente produce individuaciones y que al producirlas se desgarra a sí misma. Es por esto que es la vida, ante todo, dolor y sufrimiento: el dolor y el sufrimiento de quedar despedazado lo Uno primordial. Al mismo tiempo la vida tiende a reintegrarse, a salir de su dolor y reencontrarse en su unidad primera. Y esa reunificación se produce con la muerte, con la aniquilación de las individualidades. Es por esto que la muerte es considerada como el placer supremo, en cuanto que significa el reencuentro con el origen. “Morir no es desaparecer, sino sólo sumergirse en el origen que incansablemente produce nueva vida. La vida es pues, el comienzo de la muerte, pero la muerte es condición de nueva vida. La ley eterna de las cosas se cumple en el devenir constante”. Esto es pensar trágicamente, de forma dionisiaca. Esto es también la pulsión de muerte en Freud.
Nietzsche iba a titular este libro como El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música poniendo de ejemplo al que para él fue la encarnación de lo que Schopenhauer define como genio, Richard Wagner. ¿Música y tragedia? ¿Acaso no es esto la insignia propia del cuento que hoy nos ocupa y por ende de la vida de aquél que en éste se intenta plasmar, a saber, Charly Parker? Para Nietzsche, y si tiene alguna importancia añado que para mí también, el arte es la actividad propiamente metafísica del hombre. El artista es aquel hombre o mujer que habiendo “matado al padre” y destruyendo el mundo que se le es dado, se propone crear y nombrar un mundo nuevo a su propia semejanza, así como lo hizo Adán en la divina creación. Nietzsche habla del Dios- artista, completamente amoral y desprovisto de escrúpulos que tanto en el construir como en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es reencontrarse con su placer, con su goce (goce del artista), un Dios – artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y sobreplenitud del sufrimiento de la antítesis en él acumuladas. El mundo, en cada instante la alcanzada redención de Dios, en cuanto es la visión eternamente cambiante, eternamente nueva del ser más sufriente, más antitético, más contradictorio, que únicamente en la apariencia sabe redimirse.
“No quiero tu Dios, no ha sido nunca el mío” Dice Johnny Carter en El perseguidor a Bruno. “Yo no sé si hay Dios, yo toco mi música, yo hago mi Dios, no necesito de tus inventos… Si cuando toco tú ves a los ángeles no es culpa mía.”
Ambos están de acuerdo en que el arte nace de ese agujero imposible de rellenar, de eso desconocido, irrepresentable, de ese caos, de esa tragedia que es la vida cuando faltan los engaños. Es por esto que Cortázar nos dice “Cualquiera puede ser como Johnny, siempre que acepte ser un pobre diablo enfermo y vicioso y sin voluntad, lleno de poesía y de talento” Luego continúa “Johnny no es nada del otro mundo pero apenas lo pienso me pregunto si precisamente no hay en Johnny algo del otro mundo (que él es el primero en desconocer)” De ahí que concluye que Johnny en lugar de ser un ángel entre los hombres es un hombre entre los ángeles, es decir, ese hombre desnudo que no se engaña a sí mismo y que se atreve a concebir el mundo partiendo de la tragedia de que nada es en verdad lo que parece, de que nada tiene en el fondo sentido. “Johnny no se mueve como nosotros en un mundo de abstracciones, sus conquistas son como un sueño, las olvida al despertar cuando los aplausos lo traen de vuelta, a él que anda tan lejos viviendo su cuarto de hora de minuto y medio”.
Hay una parte del Perseguidor que me gustaría citar literalmente ya que se explica de una forma demasiado clara y sublime. Es aquella en la que Johnny está internado en el hospital luego de haber prendido fuego la habitación del hotel en el cual se alojaba (cosa que sucedió en la vida real de Charly Parker luego de quedarse dormido con un cigarrillo encendido en mano):
“Bruno, ese tipo y todos los otros de Camarillo estaban convencidos. ¿De qué, quieres saber? No sé, te juro, pero estaban convencidos. De lo que eran supongo, de lo que valían, de su diploma. Eso era lo que me crispaba, que se sentían seguros. Seguros de qué dime, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja… Pero ellos eran la ciencia americana Bruno. El guardapolvo los protegía de los agujeros; no veían nada, aceptaban lo ya visto por otros, se imaginaban que estaban viendo. Y naturalmente no podían ver los agujeros, y estaban muy seguros de sí mismos…
El arte nace de la tragedia, de los agujeros, de la incertidumbre, de la pregunta. A diferencia de la ciencia que lo que procura es siempre dar respuesta, crear velos que permitan taponar los agujeros, busca la certeza. Al mismo tiempo, de esta misma forma, la ciencia intenta destruir la división subjetiva que es en el fondo lo más propio, lo más estructural del humano, lo más humano del humano. La ciencia buscar derrocar la contradicción sin poder comprender que el ser humano es contracción continua y constante. El sujeto dividido, el sujeto artista, está redimido ya de su voluntad individual y se ha convertido, por así decirlo, en un médium, a través del cual el único sujeto verdaderamente existente festeja su redención en la apariencia. El no reconocer esta división, esta esquicia, este desfasaje dentro de nosotros mismos, es ser un verdadero científico y por tanto lo opuesto al artista. Por eso Nietzsche llama a ver la ciencia desde la óptica del arte y al arte desde la de la vida.
Lo más profundo de nosotros, humanos demasiado humanos, es pura contradicción, es caos, es tragedia pero desde allí y no desde las apariencias es de donde puede surgir el arte.
Para concluir quisiera recalcar que El perseguidor comienza con dos epígrafes que dicen:
In memoriam Ch. P , en memoria de Charly Parker, claro está.
Luego otro que dice “Sé fiel hasta la muerte” citando el Apocalipsis, 2, 10. Y debajo de este “O make me a mask” palabras que Cortázar extrae de Dylan Thomas. En el cuento las últimas palabras que Tica afirma que estuvieron en boca de Johnny Carter antes de su muerte fueron: “Oh, hazme una máscara”.
El artista, en mi opinión, es aquél que logra serse fiel hasta la muerte ya que busca, persigue alcanzar algo que paradójicamente no es nada fácil de alcanzar que es ser lo que uno es. El artista se crea a sí mismo, aunque habiendo tenido que antes destruir lo que se le había dicho que era o lo que se esperaba de él. El mejor ejemplo que encuentro de esto es Salvador Dalí a quién sus padres ponen el mismo nombre de un hijo muerto antes que el naciera. “Para hacerme un nombre primero tuve que matar a aquél otro muerto, a ese otro Salvador, para poder nombrarme a mí mismo como el Salvador del arte”. Está en sus entrevistas. El artista lleva en su esencia esa doble condición, la de destruir y la de crear, porque no puede darse una sin la otra.
Pero para ello primero hay que renunciar a toda mascara posible y dejarse guiar sólo por ese pulso, por ese ritmo, por esa melodía que somos nosotros mismos detrás de las apariencias, detrás de todo el ruido de las calles atiborradas de gente y de humo. Sólo renunciando a esa máscara, sólo dejando de buscarnos en el cielo, en las estrellas y en los químicos, es que podemos componernos como una sinfonía que no se ha escuchado nunca antes y al mismo tiempo como una canción que jamás volverá a sonar.
Gracias,
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