Las bases religiosas de la Psicología
- Florencia Franco
- May 20, 2020
- 24 min read
Updated: May 20, 2020
Charla en el Club Cronopios
El Raval, Barccelona

El jardín de las delicias - El Bosco 1490 - 1500
En la sesión pasada de Tardes de Psicoanálisis, impartida por Andrés,“Arquitectura de un lavado de cerebro” se abordaron las bases psicológicas de esas estructuras de dominación a las que llamamos “culturas” y pudimos ver ese estrecho vínculo entre “cultura y culto”. Es a través de ciertos cultos que cultivamos este conjunto de ritos, rituales, costumbres, hábitos, al fin y al cabo, conductas, que tendemos a repetir religiosamente a través del tiempo y que obedecen siempre a determinados “mandamientos sociales”, es decir, a una determinada moral.
Sabemos que el “hábito hace al monje”, así como también al hombre y a la mujer, y por tanto indefectiblemente, a la Cultura. Uno se reconoce en aquello que hace, en su propio obrar, Nietzsche lo advertía diciendo “el hacer es todo”, las sagradas escrituras lo ponen de manifiesto en desde el Génesis “En el principio era el verbo – como acción / obrar - y el verbo era Dios”, es decir, el Acto como origen y como verdad.
A continuación, trataremos de ver juntos, aquello que ha tendido a repetirse desde los orígenes de la civilización occidental para poder pensar cuál podría ser la base de todo sistema religioso. La repetición será, como siempre en psicoanálisis, nuestra guía para pensar lo más esencial de la psicología humana, aquello que de ésta no cambia sino que siempre vuelve siempre al mismo lugar.
Para comenzar:
¿Cuál podría ser el significado psicológico de algunas de las representaciones religiosas que se han repetido a lo largo de la historia?
En el porvenir de una ilusión Freud nos dice que las religiones son enseñanzas, enunciados sobre hechos y constelaciones de la realidad exterior e interior que comunican algo que uno mismo ha descubierto. Por tanto, en este sentido, religión o la fe religiosa, nos llevaría a pensar en una relación del humano con el Saber, dado que somos el único animal al cual “los dioses” han dotado de ese bien tan particular que es el lenguaje. El bien más peligroso*.
El humano es un ser sujetado al lenguaje, el cual como sabemos lo antecede, y ello le lleva a poder formularse preguntas y a necesitar dar con algunas respuestas que alivien esa angustia indecible. Por esto es que quizás estaríamos de acuerdo en plantear que El lenguaje es nuestra tradición colectiva más antigua, esa que luego permitirá todas las demás.
El ser humano es un médium entre el animal que lo habita y aquello a lo que aspira a ser, aquello con lo que se mide, el hombre se mide con la divinidad, aquello que cree es Dios o propio de los dioses. Heidegger dice que “la divinidad es la medida con la que el hombre mide su habitar”.
Idea es su etimología “Yo Vi”, en este mismo sentido Yah – vé es, antes que nada, una Idea.
Pensemos en el comportamiento de los niños, los cuales pueden andar en público desnudos sin vergüenza, pueden tocarse las partes íntimas o gritar, patalear y amenazar, si algo no resulta como ellos esperan. Uno no nace sabiendo cómo “comportarse en sociedad”, sino que eso se va in-corporando – haciendo cuerpo - poco a poco y habiendo atravesado sucesivas crisis de impotencia, desespero y desamparo.
Los padres, son generalmente esos que van diciendo desde temprano “esto sí, esto no” y por medio de esta oposición que involucra la negación, van recortando la satisfacción propiamente auto erótica e inscribiendo cortes en la pulsión.
Todo esto ocurre a través del lenguaje, así la palabra es experimentada por todo niño en la vida anímica como un corte, un corte que puede dividir una cosa de sí misma. Así es como también se vive la intrusión de La ley y esto es así porque La palabra es la Ley, Ley primera ya que el primer código que uno debe incorporar – antes del civil y penal - es el lingüístico.
El niño que aún balbucea se ve llamado constantemente por los otros que lo rodean a darle forma a ese balbuceo, de la misma manera en la que un escultor da forma a su arcilla, y a lograr encausarlo en el tiempo, en un código lingüístico que La especie humana comparte. La palabra es el código y por tanto La ley que inaugura la función del tiempo en el psiquismo, porque cava un surco que divide un Uno en dos partes, un antes y un después.
El niño vive la experiencia del lenguaje como una invasión, como una tortura a la que lo somete el otro, y a la cual debe entregarse ¿Por qué? ¿Por qué lo haría? ¿Por qué se entregaría? Por amor, amor a ese otro que lo somete pero a la vez lo mantiene con vida, le da calor y del cual pretende el reconocimiento. El miedo y las angustias en relación a perder el amor del otro son los síntomas más propios de la infancia, que luego por supuesto se repiten en su continuación, la adultez.
Ahora bien: Tanto la cultura como cualquiera de las religiones se fundan sobre esta misma base: La inscripción de una Ley, de un supuesto orden, una determinada moral. Por eso La biblia, a la cual nos referimos también como “La palabra”, es al mismo tiempo “La torá”, La ley. En este sentido, La cultura y la religión harían las veces de función paterna del hombre y la mujer.
La palabra Religión deviene del latín Religio por su derivación de latín significaría “Acción y efecto de amarrarse fuertemente”. ¿A qué? A simple vista pensaríamos en Dios, Pero intentemos ir un poco más allá ¿Qué es Dios? ¿Qué función cumple Dios a nivel psíquico?
Podríamos comenzar por el lugar de Dios como única Verdad, una verdad que no hace falta ser probada sino que es la certeza de lo que se espera – es decir, de lo que se quiere que sea - y la convicción de lo que no se ve”. Por tanto Dios es en primer lugar un axioma, una Verdad absoluta que no necesita ser probada, una luz que no deja sombras a su alrededor. “Yo soy la luz del mundo”. Juan 8:12.
Hablábamos de “Culto” y de “Cultura”. La palabra culto tiene varias acepciones, nos podemos referir a culto tanto al “intelectual” o persona que acumula un gran “saber” o, “culto”, en su vertiente más bien “religiosa”, es decir, en aquella manera en la que se celebran ritos, actos, repeticiones, que buscan transmitir una creencia. Una creencia que, como todas las demás, parte de un saber sobre la cosa.
Pero ¿No nos pasa a veces que confundimos Saber con Verdad?
Como también en ocasiones puede que confundamos “conocimiento” con “saber” y éstos a su vez con “verdad”. Porque, ojo al piojo, aquello que nuestros sentidos nos transmiten – a través de los cuales se lleva a cabo el acto de conocer – pueden jugarnos muy malas pasadas... De esa manera fue que pasamos muchos años jurando que la tierra era plana y el centro del universo y que todo lo demás giraba a nuestro alrededor, así como también que la gravedad era una fuerza mágica y no un efecto de la curvatura del espacio en el tiempo.
Quizás, no todo saber es necesariamente verdadero y, paradójicamente, no toda verdad es susceptible de ser sabida.
Por tanto, tal vez no deberíamos tener tanta fe en aquello que percibimos gracias a nuestros sentidos.
Dijimos entonces que también formaba parte de las bases de toda cultura y religión así como de toda psicología, la aparición de una Ley, la cual hace las veces de acto divisor de las aguas, marcando una diferencia entre lo que está bien y lo que está mal, entre cielo e infierno, entre lo puro y lo impuro, entre lo sagrado y lo prohibido.
En la enorme cantidad de religiones y culturas que existen encontraremos las más variadas diferencias, pero en todas ellas veremos – incluso en las del Neolítico - que su fundación se instaura a través de una Ley, un tabú, una “torá, un “dharma (hinduismo, budismo)”, una “Sharía (islámica), un tao (taoísmo), unos mandamientos que nos hagan saber cómo hay que portarse.
En esa fabulosa obra que es Tótem y Tabú, Freud hace un excelente estudio psico – antropológico en el cual intenta explicar la conformación de nuestra cultura patriarcal remontándose al sistema de parentesco utilizado por las tribus australianas, los indígenas americanos y los aborígenes de la India, en el cual no hay un solo padre o madre sino que “todos los hijos son hijos de todos los padres”.
Es un sistema horizontal, en el cual no hay “casa”, ni “chozas permanentes”, tampoco instituciones religiosas ni sociales sino un sistema llamado “Totemismo”. Gran parte del chamanismo también comparte esta misma horizontalidad. Para los indígenas que conforman estas tribus, el lazo totémico está por encima de la sangre, el tótem es generalmente un animal que puede ser incorporado, comido, así como también es una figura que presenta una curiosa ambivalencia: si bien es venerado y considerado un guardián, también se le teme y es peligroso.
Lo mismo ocurre con la otra viga fundamental que sostiene el sistema: El tabú. Freud nos hace notar que los miembros de la tribu tienen una relación ambivalente tanto con el tótem como con el Tabú. Ambos son sagrados y venerados aunque al mismo tiempo terribles y muy temidos, de hecho al Tabú también se lo suele llamar “horror sagrado”.
Veamos cuales serían, según nos describe Wilhelm Wundt, los principales objetivos de este Tabú:
· Proteger a los miembros del clan de los peligros del poderoso Mana, de los demonios y de la naturaleza.
· Protegerlos de peligros derivados del contacto con cadáveres, consumo de ciertos alimentos.
· Proteger a los humanos frente a su propio poder y su propia cólera, es decir, preservar al humano de sí mismo y los suyos.
La prohibición – el tabú – es una función que se remonta a los orígenes de la especie, de la gran idea humana, así como también sucede en los comienzos de la vida de cada individuo particular y en las bases de toda religión.
Vemos, tanto en el caso de los objetivos del tabú en los primitivos como en el caso del pequeño niño que está a punto de meter los dedos en el enchufe, que toda Ley adviene – al menos por un lado – con la finalidad de proteger, de resguardar, de ponernos a salvo de ciertos peligros.
Pensemos en el típico caso del niño de la familia Edipica que está muy dispuesto a dormir en la cama de la madre toda la noche pero en algún momento dado el padre lo manda a dormir a su cama. ¿Qué hace el niño por lo general? Arma un berrinche, odia al padre y muchas veces hasta llega a desear su muerte con tal de librarse de esa Ley arcaica: “No te acostarás con tu madre”. El niño odia al padre como Ley que le impide cumplir con su objetivo carnal pero al mismo tiempo es esa misma Ley la que lo impulsará a buscar hacia afuera, a ir en busca de algo diferente de lo familiar, es decir, de lo idéntico.
Vemos aquí esclarecerse un poco esta típica relación ambivalente con La ley, tanto en las tribus primitivas así como en la relación de cada individuo particular con su cultura, ambivalencia hacia aquellos mandamientos que son impuestos externamente.
Lo que ocurre es que la ley no es más que el reverso del Deseo y viceversa. Freud nos dice “Aquello que se prohíbe tiene que ser objeto de un gran anhelo”. ¿Para qué habría que prohibir algo que nadie quisiese hacer?
Por tanto, La ley tiene una estrechísima relación con aquello que se desea – de hecho no son sino, como dijimos, una el reverso de la otra.
Freud nos dice que las prohibiciones – tabú más antiguas de la humanidad, las que se instalan en sistemas de organización previos a las religiones como tal, son las dos leyes fundamentales del totemismo: No matar al animal totémico y regular el comercio sexual entre los miembros del clan. Vale decir – concluye entonces Freud – que esas debieron ser las apetencias más intensas y antiguas de los seres humanos. En relación al sexo y La muerte, Eros y Tanathos.
No hace falta incluso conducirnos a las tribus africanas o a los chamanes, sino que podemos verlo en nuestras propias familias, edipicas, patriarcales. El niño pequeño quiere a su madre toda para él y la función paterna, la ley, es vivida como una amenaza contra ese vínculo –por lo cual el padre es odiado y temido – aunque, al mismo tiempo, es una figura amada y venerada que impulsa a desear.
Por esto es que ancestralmente la función paterna se ha tendido a comparar con la del Sol – el padre Sol, el Dios Sol. El Sol era venerado y temido – presenta la misma ambivalencia – ya que así como abriga en invierno, arde en los veranos, así como ilumina durante el día también se esconde por las noches. El Sol hace las veces de Ley, ya que abre ante nuestros ojos una alternancia, una división de las aguas – como en el Génesis - marcando un cierto orden, un ritmo, un tiempo.
Padre es aquél que, independientemente de su sexo, hace operar la función de una Ley que pone fin a un goce, a una satisfacción que sólo conoce el organismo y que no pasa ni por el otro ni por el tiempo, sino que es pura satisfacción en el espacio, en el cuerpo, es decir, un puro autoerotismo.
Vemos entonces que las dos leyes primordiales en la infancia, al igual que en las tribus y religiones, giran en torno al Sexo y a La muerte. Los padres le enseñan al niño que no puede masturbarse en público, ni tocarle los senos a su tía, ni meter los dedos en el enchufe, etc.
Por tanto, si La ley como nos dice Freud deviene de un Deseo inaugural, deducimos que los dos primeros “instintos” de la especie humana, los dos más intensos anhelos, fueron el incesto y el asesinato del padre. Precisamente los crímenes de Edipo: Haber matado al padre y haberse acostado con su madre.
El mito de Edipo, el más trágico de toda la mitología, es un claro ejemplo de estos anhelos infantiles que luego son reprimidos justamente por el efecto de La ley – de la cultura – en el psiquismo.
Entonces, pudiese ser, que con el sexo y la muerte ocurriera algo parecido a lo que con El deseo y La ley, es decir, que ambos fueran anverso y reverso de una misma moneda. Eros y Thanatos, Pulsión de vida y Pulsión de muerte. No habría vida sin sexo, ni sexo sin muerte. Seguramente no habría tampoco Deseo sin Muerte y por ende podemos pensar que La muerte es una de las primeras Leyes de la vida, esa Ley natural que nos impide vivir para siempre, una de las caras de lo que en psicoanálisis se conoce como castración.
Es interesante el hecho de que “desmentir” la muerte ha sido y es una constante que podemos ver en todas las religiones que existen: El cielo y el infierno, la reencarnación, la metempsicosis, el paso al más allá, la posesión del espíritu de los muertos en el cuerpo de los vivos, los ritos en torno a los muertos, la sepultura, la momificación, el embalsamiento, etc. Todas nos demuestran los innumerables velos que el ser humano a construido y habitado para desmentir, simbolizar y ocultar la idea de la finitud de su propia existencia.
Hay un relato islámico que cuenta la historia de un hombre que construye el mejor edificio de su tiempo, lo decora fina y costosamente y ofrece una recompensa para aquél que pudiera encontrarle a su construcción aunque fuera un solo defecto. El edificio es visitado por los mejores arquitectos de la época, también por los mejores filósofos, gobernantes y muchas otras personas, nadie es capaz de ver ninguna falla, ningún defecto. Resulta que al poco tiempo aparece un hombre creyente que después de recorrer el edificio le dice a su constructor “He visto un defecto: No veo por ningún lado la tapa del agujero por donde ha de pasar La muerte”.
Todo creyente busca de alguna forma esa tapa, la religión misma es una Catedral que se construye como tapa de ese vacío, de ese agujero primordial alrededor del cual habita nuestro yo. Schopenhauer advertía “el problema de la muerte se sitúa en el principio de toda filosofía, a la impresión que la muerte produce en el hombre”.
“El hombre es el único ser que muere”, dice Martin Heidegger, y precisamente por ello el poeta de los poetas, advertía que el “lenguaje era el bien más peligroso” porque es el que hace posible la muerte y por tanto lo humanos, siendo que en su etimología significa “sepultado”. El problema no es morir, el problema es ser consciente de ello, es vivir con esa Cruz a cuestas, es saberse sepultado.
Los chamanes de las sociedades tribales, tanto de África central como en Asía y en América, son los médicos – a su vez magos, interpretadores de sueños – y médiums entre el más allá y la gente –saben cómo curar cientos y cientos de enfermedades orgánicas con plantas y demás elementos que brinda la naturaleza. Esta cualidad de médium es equivalente a la que adquirían los faraones del antiguo Egipto, algo siempre intermedio entre una suerte de fuerza externa superior, que lo hace entrar en trances visionarios, y los demás miembros de la sociedad.
El chamán se comunica con los espíritus, es decir, las almas de aquellos que se han muerto pero siguen viviendo en una suerte de más allá. Vemos entonces que esta cosmovisión, animista, no contempla La muerte como fin de la vida sino que concibe el curso de la vida de manera circular, la muerte no es más que la continuación de la vida. Por eso Creen la reencarnación de las almas, porque La muerte no es un fin sino un constante devenir que contribuye a la perfección del universo.
Vamos a adentrarnos ahora, partiendo de estas mismas coordenadas que tenemos entre manos, a la tradición y cosmovisión judeo – cristiana, al mito del génesis, de la creación del hombre, la mujer y el universo.
Así como la mitología griega y la egipcia nos tocan hondamente porque revelan grandes secretos sobre la esencia de la humanidad, también nuestros mitos occidentales, los de las sagradas escrituras, nos enseñan otras tantas verdades sobre la construcción de nuestra cultura, de nuestros hábitos, ritos, costumbres, y conductas.
La biblia es el más antiguo libro de occidente, el más traducido y leído en nuestra historia ¿Cómo no habría esto de decirnos algo? El problema ha consistido en que hasta hace poco la Biblia sólo fue leída de forma literal y no como aquello que es, una colección de mitos, de cuentos literarios, una colección metáfora. Quizás por eso es que Nietzsche nos advertía que la Biblia era un libro peligroso.
La cosmovisión religiosa occidental que parte de la novedad de un Dios celoso y único que reina por sobre todas las cosas y que es omnipresente, sapiente, etc. –las religiones monoteístas, Judía, islámica, cristiana – son tradiciones escatológicas que conciben que el universo tiene un principio y un final determinados por un Único creador. Así como Dios padre decide crear el mundo también cuando se enoja puede destruirlo.
Antes de meternos de lleno en el mito del génesis de esta cosmovisión, vale la pena mencionar dos puntos clave que ponen de manifiesto estas religiones Monoteístas:
- Sólo hay Un solo Dios creador del universo, en el cual se acumula todo el poder y el saber sobre las cosas.
- Este Dios, a diferencia de las demás religiones, no es elegido por su pueblo sino que es Él mismo quién elige a su pueblo. El pueblo es elegido.
Dios ocupa en las religiones monoteístas el lugar del origen del mundo, de causa, de verdad absoluta, de saber supremo. Este Dios es la medida de todas la cosas, el Ideal en el que hombre se inspira para buscar y conocer.
El mundo comienza, según el mito, siendo un maravilloso paraíso en el cual brotaban frutos de cada uno de sus árboles, y en el que “todo era bueno”… bueno hasta el aburrimiento, hasta que a Dios se le ocurre crear al Hombre y de éste a La mujer, su compañera. Beavouir nos advertía que la mujer en el génesis no es creada con una finalidad en sí, sino para otro. No olvidemos que La mujer sale de la costilla de Adán mientras éste duerme, es decir, desde la profundidad de sus sueños, lo cual da muestras de cómo – en la tradición judeo - cristiana – es decir en nuestra cultura, La mujer había estado ubicada no como sujeto, sino como objeto causa de deseo de un hombre.
De todos los frutos del enorme paraíso, Dios le dice a Adán que hay sólo uno del cual no está permitido comer: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no coman, porque el día que de él coman, ciertamente morirán”. Génesis cap. 2; versículo 17.
Fijémonos que el árbol prohibido no es un árbol cualquiera sino el de la Ciencia, del saber, el árbol del bien y del mal, es decir, el árbol que permite la in – corporación de un saber, una relación con el Saber. ¿El saber sobre qué? Precisamente, sobre el Sexo y La Muerte.
Cuando Eva es interceptada por la suspicacia de la serpiente que la tienta a probar el fruto, ésta le responde que Dios les ha dicho “El día en que comiera ciertamente moriría”. A lo que la serpiente le dice: “No, no morirán, es que sabe Dios que el día que de él coman se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”
Como todos sabemos, Adán y Eva, caen en la tentación y comen del fruto del Saber ¿Y qué sucede inmediatamente después?
Recordemos que hasta el momento, tanto uno como el otro vivían desnudos en un paraíso terrenal, pero es al caer en la tentación de Saber, que repentinamente ambos sienten – por primera vez –dos sentimientos que nos dicen mucho:
· Vergüenza, ante su desnudez, ante su sexo desnudo.
· Culpa, por haber ido en contra de la ley, de la palabra del Padre.
¡Adiós al paraíso del goce supremo, de los placeres infinitos, de la abundancia, de la complementariedad entre los sexos, adiós a la inocencia, todo eso ha terminado para siempre! Lo que Dios advertía en el mito con ímpetu, al hombre y la mujer era que al acercarse al conocimiento, a la ciencia, y al reino del saber se encontrarían posiblemente con algunas mieles pero también con el inevitable desvelamiento del destino trágico de toda existencia: La muerte. Es así, como el hombre y la mujer toman con – ciencia de su cualidad – de seres sexuados - y su destino.
Recordemos las palabras de la serpiente, la más astuta de las bestias, “Cuando lo coman serán iguales a Dios, conocedores del bien y del mal”. Dios aquí está colocado en el lugar del Saber, acercarnos a Dios es acercarnos al Saber, porque de alguna manera, él es el saber sobre todas las cosas.
Cuando Yahvé observa que Adán y Eva se esconden entre medio de la arboleda del jardín, entra en cólera y los llama a ambos furiosos. Al acercarse, Adán le dice: “Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí” a lo que Dios le contesta: “¿Y quién te ha hecho saber que estabas desnudo?”
Dios descubre que Adán ha faltado a su palabra desde el momento en el que sabe.
Tanto Adán como Eva sienten temor, culpa y vergüenza. En latín ambos significantes remiten a “Falta”. A partir del momento en que el hombre y la mujer se atreven a comer el fruto del saber (Dato importante: saber y sabor son equivalentes en su etimología) se reconocen en falta. Si bien han probado el exquisito sabor del saber también han caído en la cuenta del destino trágico que porta consigo la existencia: saberse sepultado, sexuado, humano.
Nuevamente aparece la misma ambivalencia en relación a La ley, por un lado como fruto apetitoso y comestible – lo cual significa que se puede in – corporar – así como también puede ser prohibido y peligroso. Lo mismo que sucedía con el tótem y el tabú que examinamos, los cuales son sagrados, venerados, temidos y amenazantes. Dado que La ley se transmite como un saber, también vemos surgir la misma relación amorosa de amor/odio con éste.
Esta ambivalencia vemos que se repite en innumerables sistemas de parentesco o religiones, por tanto deducimos que debe ser algo inherente al ser humano, a la contradicción estructural que éste mismo encarna por el hecho de que “lo que viene bien a su goce no le viene bien a su deseo” y viceversa.
El goce es el autoerotismo que mencionábamos, el que puede verse a flor de piel en los niños, esas satisfacciones primordiales que se juegan en el cuerpo, es decir, en el espacio. En ese entonces aún no hay registro del tiempo, dado que el sujeto como tal aún no ha hecho entrar al lenguaje dentro de sí, hay sólo espacio habitado.
Si el sujeto no recibiera la llamada del Otro para alienarse al reino de la palabra y por tanto al lazo social y la cultura, éste quedaría recluido en un habitar siempre en presente, quedaría recluido a ese espacio que es su cuerpo, pero, si recibe el llamado y está dispuesto a responder, lo primero que se pregunta es ¿Qué quiere ese otro de mi? ¿Para qué me llamó?
Por tanto vemos que al hacerse esta pregunta ya entra otro – cualquier otro – en el juego, hay un otro también que desea y el niño se ve llamado a satisfacer ese deseo que supone a ese otro pero en verdad, desconoce. El deseo del otro se le presenta a modo de enigma, pero es justamente esa cualidad de enigma, de acertijo ¿Qué quiere de mí? Lo que lo obliga a buscar respuestas, a entrar en el tiempo.
Así es como surge el Deseo, siempre como Deseo del otro, el Deseo humano deja al sujeto dividido entre lo propio de su goce – que se juega a nivel del espacio/cuerpo – y el Deseo que como tal incluye al otro – al tiempo.
Otro nombre de esta dialéctica presente en cada ser hablante, la dialéctica del Goce y el Deseo, es el de la Vida y La muerte. Toda pulsión, toda forma de goce, llevada al extremo o sostenida a lo largo del tiempo lleva indefectiblemente a la muerte, no porque sea mala, el Goce y la Pulsión nada saben de bien ni de mal (es a – moral) sino porque toda pulsión es pulsión de muerte. Esto es así porque el destino de toda vida humana es La muerte. Todos vamos a morir aunque construyamos religiones para desmentirlo.
La vida tiende inevitablemente a la muerte como meta final, allí es hacia dónde va, pero el Deseo, por el contrario, es aquello que hacemos para mantenernos en vida mientras vamos muriendo, es el lado erótico de la vida.
Por este motivo lo prohibido adquiere ese matiz de lo sagrado, porque es La ley la que permite que se introduzca el Deseo a hacerle frente a un goce que no tiene en cuenta a ningún otro. Por eso se tiene también, lo vemos en la vida familiar edipica, esa misma relación de ambivalencia con aquél o aquella que hace las veces de Padre.
A mi entender sobre el Mito cristiano, este es vendría a ser un poco el mensaje central del Evangelio, Jesucristo invita a renunciar a las satisfacciones inmediatas de esta vida para así darle más lugar al Deseo y con éste, claramente, al amor -el cual siempre implica la renuncia y el lugar del otro.
El nuevo testamento muestra un quiebre radical respecto al Antiguo, tan solo leerlo podemos ver una colosal contradicción entre la interpretación que se hace de la voluntad de Dios padre, pues el Dios del antiguo testamento es un Dios celoso, volcánico, que busca ser amado como también temido y utiliza el miedo como herramienta de poder para que su Ley, su palabra, se cumpla a raja – tabla.
Este Dios quiere para sus hijos, el pueblo que él mismo eligió, abundancia y poder, como tierras, hacienda, ganado, y que éstos sean lo suficientemente fuertes para que dominar a las demás especies y a la Tierra. Dios quiere que sus hijos sean poderosos. Dios tiene una inquebrantable Voluntad de Poder.
Pero ¿Qué sucede cuando llega Jesucristo al pueblo de Israel? Las cosas se dan vuelta por completo cuando éste, por el contrario, asegura que Dios quiere que sus hijos renuncien a esa misma voluntad de poder. Que renuncien al Patrimonio, al comercio, a los bienes materiales, etc.
Jesús, la encarnación viviente del Evangelio del Amor según Nietzsche, viene al mundo a anunciar que la vida también se trata de renuncias, a enseñar que amar es dar, renunciar al ego, a lo propio y abrirse al otro sin juzgar, reconociéndonos en las diferencias. En relación al comercio también vemos un cambio radical: Jesucristo entra en el templo y saca a latigazos a los mercaderes: “Mi casa será llamada casa de oración y vosotros lo habéis convertido en una cueva de ladrones”.
El dinero, el Patrimonio, pasa a ser bajo la concepción de Jesucristo algo sucio, que se ha de evitar, algo pecaminoso.
Según su doctrina, no está más cerca de Dios aquél que tiene más capital o poder sino por el contrario aquél más vulnerable y humilde. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.”
Hoy vivimos inmersos en esta ben-dita contradicción occidental.
Pero ¿Cuál es el mensaje que metaforiza el mito cristiano? ¿Qué es lo interesante que éste tiene para decirnos?
Nietzsche nos recuerda que Jesús, encarnación del Amor, emerge como fuerza ardiente en medio del optimismo judío – más tarde adoptado por los protestantes – con la finalidad de desviar aquellos valores e ideales de adquisición y conquista enseñándoles que la vida consiste en la renuncia a este mundo y a uno mismo, en aceptar que el también otro goza, como también aceptar la muerte.
Jesús enseña que la vida en sí es un camino a la redención y que durante ese camino habrá sufrimiento ya que todos llevamos en nuestras espaldas una cruz.
Todo lo contrario a lo impartido por el Dios del antiguo testamento.
Las optimistas, a grandes rasgos, piensan que es bueno tener y las pesimistas en que lo bueno es renunciar. De ahí que el capitalismo tenga sus raíces en el optimismo judío y el comunismo o socialismo – como Nietzsche comentó– en el cristianismo. En uno el ideal son la Libertad y el Poder y en el otro La igualdad y fraternidad, pero lo interesante es ver como ambos sistemas son, en su base, profundamente religiosos.
No olvidemos que el Dios del antiguo testamento era un Dios omnipotente, presente, sapiente, que cuidaba incansablemente de todos sus hijos mirándolos desde arriba - siempre y cuando se amarrasen a su Ley, a su verdad - en cambio Jesucristo transmite un mensaje en el cual hay algunos grises, un mensaje más humanizado en el que existe el perdón, la aceptación de lo diferente, de lo disruptivo. Nos muestra que de alguna forma todos somos pecadores,“el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
¿Y cuál es por tanto este pecado original?
Haber nacido. Porque para que uno nazca otro tiene que reproducirse y morir, porque la vida funciona así, como esa fuente inagotable que desgarrándose produce individuaciones.
Para acercarnos a nuestra “post – modernidad liquida” no podemos dejar de pensar en esa metáfora crucial que Jesús pone frente a nuestros ojos cuando está a punto de morir en la cruz, mira hacia el cielo y se pregunta: eli eli lama sabactami,“Padre, padre ¿Por qué me has abandonado?”
Zizek nos dice que “El cristiano es el verdadero Ateo”, justamente porque lo que muere en la Cruz es Dios, Dios encarnado en su hijo, muere Dios como sustancia, como Verdad y Saber absolutos, como maestro que lo controla y gobierna todo, muere Dios como garantía.
Por eso Nietzsche nos insiste “Dios ha muerto”, ha muerto en la cruz y nosotros lo hemos matado. Nosotros somos los culpables del asesinato de Dios padre, lo hemos matado pero
¿Hemos sido lo suficientemente fuertes como para afrontar las consecuencias de nuestro propio crimen?- Se preguntaba el filósofo.
Nosotros, modernos, ¿Hemos simbolizado, elaborado, nuestro propio crimen?
¿Hemos logrado ir “Más allá de Dios”, es decir, más allá del padre?
Por supuesto que la respuesta va de uno en uno, pero en términos generales digamos que en cierto punto no. “Poco importa que Dios haya muerto – nos dice Nietzsche en La voluntad de poder” – pues el hombre levanta ahora otros altares, La razón, la Historia, El progreso, etc”. Agregaría el dinero, los gadgets, la tecnología.
Por tanto, Nosotros, post modernos líquidos:
¿Hemos renunciado realmente a Dios como Ideal, al lugar que ocupaba aquél Dios, el de una Única verdad o saber absoluto?
A veces nos jactamos y creemos muy modernos repitiendo esta frase de “Dios ha muerto” pero seguimos igual de amarrados, y con mucha intensidad, a la idea de una única verdad, de que Todo se puede explicar, a la idea de un Bien y un Mal.
Seguimos necesitando Verdades Eternas.
Hoy el lugar de La verdad absoluta – ese que ocupaba Dios padre – lo ocupa La ciencia misma, pues todos los días podemos ver artículos en la prensa que se titulan “La ciencia lo confirma…” o “La ciencia asegura que…” Esta gaya ciencia, que así como afirma sus verdades también las cambia, demuestra algo que nunca antes en la historia tuvimos tan presente: el hecho indiscutible de que La verdad del lunes no sea La verdad del martes. Vemos en esta Ciencia moderna un rápido desplazamiento de la verdad sobre el saber.
La ciencia pretende dar cuenta de una verdad absoluta y de poseer una validez universal, como ejemplo de ello tenemos las innumerables teorías del todo, esas que pretenden explicarlo Todo.
Pero no deberíamos olvidar que “Hoy tenemos ciencia en la medida en que tenemos fe en nuestros sentidos”, tenemos una devoción por la conciencia y creemos que esta nos ofrece una visión verdadera sobre las cosas que observamos pero no es así... ¡Y la misma ciencia lo confirma!, con su principio de Heisenberg, el cual asegura que entre lo observado y el observador siempre hay un desfase, una diferencia, un punto incierto, de fuga. El observador participa y toma forma, en lo observado.
Las verdades absolutas de la ciencia no parecieran dar muestras de ser diferentes a las religiosas, ambas son interpretaciones de lo que se percibe. Pero la razón, hondamente afianzada en el reino de las palabras, muchas veces nos engaña, nos juega en contra porque está profundamente enlazada al deseo, a aquello que deseamos ver.
“La verdad es el error sin el cual no se puede vivir” Nos dice Nietzsche y abre así toda una nueva concepción de La verdad y el ser: “La idea de sustancia, la creencia ciega en el yo, en la causalidad, en el finalismo, no son otra cosa que groseros errores de perspectiva, mentiras “interesadas” que se han olvidado que lo son”. Todas estas ilusiones responden más a nuestra voluntad que a una verdad, responden más al deseo de creer que existe una causa y un destino, un camino del bien, una imagen alineada del cosmos, un orden perfecto al que aspirar, un nirvana.
La Ciencia tiene por tanto también fe en sus verdades, en sus axiomas y hoy hemos cambiado el mito del génesis, del Paraíso de Adán y Eva por el del Big Ben y la gen-ética, pero la cuestión sigue siendo insistir en buscar y describir una causa que fuese La causa absoluta de todas las cosas y al mismo tiempo Única verdad.
Por tanto hoy nos corresponde también preguntarnos:
¿Ante qué altares nos arrodillamos? ¿A quiénes le rendimos culto? ¿A qué mandamientos estamos aún amarrados?
Desde hace años se habla “Del retorno de lo religioso”, pues desde el vamos esto es un error, no hay retorno porque para eso tendría que haber ocurrido una separación y no la hubo, simplemente cambiamos los nombres y aun no sintiéndonos parte de “ninguna religión” seguimos siendo enormemente religiosos.
No nos confiemos tanto entonces de la muerte de Dios, puede que aun estando muerto siga más vivo de lo que creemos, puede que sus mandamientos se cumplan aun hoy con más fuerza.
¿En qué consistiría este ir más allá del padre, más allá de Dios?
La muerte de Dios debería recordarnos que no hay Mundo perfecto, ni ideal, ni mundo equilibrado, ni siquiera verdadero, esta muerte es el recordatorio mismo de la Liberación ante a esos dogmas, mandamientos, Ley inamovible, inquebrantable, que nos decía a cada uno cómo había que vivir.
La muerte de Dios debería más bien invitarnos a pensar que ya que ni el mundo ni La vida son algo inamovible, hecho de una vez y para siempre de una determinada manera, sino que son algo a descubrir, a darle un sentido particular.
Ir más allá del padre consistiría en ser un poco más artistas, más poetas, porque para eso hay que – inevitablemente - haber ido más allá del padre, haber matado al padre consiste en haber renunciado a un padre garante y haberse enfrentado cara a cara con el vacío que representa el sinsentido originario de esta vida.
Por eso es que al artista, aquél que habita poéticamente su vida, está más allá del bien y del mal, más allá de Dios como único creador, porque en ausencia de un Creador absoluto de todas las cosas, él ha devenido Creador.
El psicoanálisis, como síntoma de la Ciencia, y por qué no, como síntoma de Dios, nos recuerda que ni La verdad de uno como del otro es la Unica verdad Absoluta, sino que la Verdad misma es Mujer, es decir, no – toda. Nos recuerda también que el hecho de que no exista Un sentido Originario es precisamente lo que permite que cada quién pueda construirse uno propio conforme a su propio deseo.
Por eso es que creo que tanto el Arte como el Psicoanálisis ocupan hoy por hoy un lugar fundamental en nuestra cultura, porque llevan a cabo la difícil (quizás anacrónica) tarea de defender la autonomía personal, la vivencia subjetiva. Ambas ofrecen, a través de su Ética, la posibilidad de construir un decir propio y un hacer en función de lo que se es.
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