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La verdad en el análisis, en la poesía y en la ciencia

  • Writer: Florencia Franco
    Florencia Franco
  • Jul 11, 2019
  • 11 min read

La batalla de Anghiari - Leonardo Da Vinci



Friedrich Nietzsche, el gran filólogo, en su obra “El nacimiento de la tragedia” llama a ver la ciencia con la óptica del artista y al arte con la de la vida.


Tanto en ésta como en otras de sus obras Nietzsche se refiere al arte como la actividad propiamente metafísica del hombre y expondrá lo que para él es el Dios – artista: aquél humano que logra realizar su tan proclamada transvaloración de todos los valores e implementar por tanto su propia moral y obrar singular en la vida. El poeta para Nietzsche, a mi modo de ver, sería aquel que se coloca en el lugar del origen del lenguaje, aquel que se autoriza a hablar su propia lengua y que por tanto se ve tentado a conocer su propia verdad, sin importar los abismos que tengan que saltarse para alcanzarla. Digamos que el poeta sería aquél o aquella que mantuviese una relación sincera con la verdad, esa verdad que habita en el alma y que denota lo que de él o ella es esencial, lo cual se sabe porque se presenta a diario ¿Cómo? A modo de eterno retorno de lo mismo.


Amigo mío, ésa es precisamente la obra del poeta

El interpretar y observar sus sueños.

Creedme, la ilusión más verdadera del hombre

Se le manifiesta en el sueño: todo arte poético y toda poesía

No es más que interpretación de sueños que dicen la verdad


Hans Sachs, Los maestros cantores


La poesía al nacer de los afectos y a su vez de lo experimentado – como acto, como verbo - por el sujeto que la escribe está sumamente enlazada a la verdad. Pero podríamos preguntarnos ¿A qué verdad? Pues a la del inconsciente más Real –a aquella que constantemente puja por ver la luz a través de los sueños - como dice Hans Sachs - como también podría ser en los lapsus, actos fallidos, en el chiste o en aquello que de repente surge de forma intempestiva y sorprendente como rayo en la inmensidad del cielo ennegrecido.


Freud, en El creador literario y el fantaseo, compara al poeta con el niño evocando que la ocupación fundamental de este último es el juego, cosa que se toma muy seriamente, y es por esto que afirma que el niño se comporta como el poeta ‘insertando las cosas del mundo en un nuevo orden que le agrada más’ y que por tanto tiene que ver consigo. Lo que hace el niño a través del juego para Freud es crearse un mundo propio y encontrar en dicha creación una gran dosis de placer. Más adelante, cuando llega la hora de supuestamente abandonar el juego para convertirse en un adulto, el niño más bien reemplaza esa forma de satisfacción por otra, a saber, el fantaseo. El padre del psicoanálisis esboza que la fantasía está estrechamente ligada a la poesía y al sueño y que oscila constantemente entre tres tiempos – pasado, presente y futuro – siendo el deseo quien los engarza como una especie de collar.


Es por este mismo motivo que, a mi consideración, Nietzsche profesa que la verdad, si en verdad la hubiera, estaría sin duda más cerca del arte – y por tanto de la poesía - que de la ciencia, ya que el arte es el medio a través del cual el hombre puede representarse el mundo, mientras que, por el contrario, el ilusorio objetivismo de la ciencia nos acercaría más al litoral de la mentira o tal vez de la apariencia. El filólogo hace hincapié en la intuición y la imaginación propias de la experiencia artística como representación de un mundo que no funda sus bases en la razón, sino en el deseo (o la voluntad según Schopenhauer).


Los artistas confiesan en sus propios testimonios cómo es que su arte nace de algo que se vive en el instante, de ese algo a lo que llamamos comúnmente intuición, siendo siempre la semilla de toda obra artística un advenimiento que sorprende al sujeto cognoscente, tal y como lo hace cualquier otro advenimiento de lo real. Causa de esto puede ser que siempre se relacionó a la creación artística como producto de la visita de las musas, de un genio, o cualquier ente mágico que llama a pensar que es la obra la que elige al artista para que la dé a luz, quedando este último incluso recluido de ella o, en el mejor de los casos, en el lugar de médium. El artista siempre es aquel humano demasiado humano al que se lo define coloquialmente como “poseedor de una sensibilidad especial”, pues esta sensibilidad es la prueba de que el artista vive un poco más al borde de sus propios abismos, de sus propias contradicciones y de aquel reino insondable que es el que causa los afectos que lo acechan. Considero que es sólo desde este contacto tan directo con la angustia, con la contradicción, con el sufrimiento y el sinsentido, de donde puede emerger la fuerza creadora.


¿Y por qué relacionamos tan fácilmente al Arte con lo bello? ¿Por que encontramos bella a la poesía? ¿Acaso tendrá la belleza algo que ver con la verdad?


Nietzsche formula que la tarea del poeta no es representar lo bello sino más bien lo verdadero y es esto lo que genera esos efectos de resonancia en los lectores, efectos que no pertenecen al mundo de las apariencias sino más bien al de lo esencial, al de aquello que insiste y que está íntimamente ligado a la verdad de la esencia humana.

Según Schopenhauer el poeta es quién sabe precipitar lo concreto, lo individual, la representación intuitiva a partir de la generalidad abstracta y transparente de los conceptos, por el modo de combinarlos. También nos dice que la idea sólo es posible de ser concebida de manera intuitiva y que, de hecho, el conocimiento – el saber sobre la idea –marcaría el fin de todo arte posible.


Vemos aquí una diferencia crucial entre la poesía – o el arte en general – y la ciencia, ya que sabemos que esta última apunta más a objetivizar, universalizando y categorizando las “verdades”, mientras que la primera, como las demás modalidades en las que se presenta el arte, surge de la singularidad de un solo sujeto. Valdría decir que la poesía parte de lo singular, logrando llegar a lo universal por sus efectos de resonancia - dado que en sí misma implica un compromiso con el alma, es decir con lo más insondable del humano - mientras que por el contrario, la ciencia lo que genera con su búsqueda de lo universal es justamente desdibujar al sujeto, eliminar eso más particular de cada humano que en el mundo habita.


“Existe un reino de la verdad y del ser, pero ¡justo la razón está excluida de él! Nos dice Nietzsche no sin cierta jocosidad. La ciencia y, más aún la ciencia de hoy, nace de la necesidad del ser humano de encontrarle un sentido a las cosas y si partimos de que la verdad es el error sin el cual no se puede vivir* también debemos asumir que el ser humano se encuentra necesitado de este error, necesitado de buscarlo, porque es mejor creer en un error que no creer en nada. El hombre siempre ha demostrado a lo largo de la historia esa necesidad casi estructural de tener que creer en algo, la religión y la ciencia son producto de esta necesidad, cosa que nos advertía el mismo Freud en El porvenir de una ilusión.


Hoy tenemos ciencia en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos – nos dice el filólogo – pero nuestros sentidos, y él bien lo supo, ya están irremediablemente alterados por el significante.


“No hay ciencia del hombre, porque el hombre de la ciencia no existe, sino únicamente su sujeto” formula Lacan en La ciencia y la verdad y esto es así porque – justo al contrario de lo que pensó Descartes – el sujeto siempre es un sujeto dividido y aquello que ve, que observa, que toca, etc. está profundamente teñido por la indeleble tinta de su deseo, siendo éste último quién funda el proceso de selección de la percepción – como aprendimos en el seminario XI.


Los científicos se refieren a esto, a mi modo de entender, con su principio de Heisenberg, el cual constata que es imposible medir simultáneamente y con precisión absoluta el valor de la posición y la cantidad de movimiento de una partícula, y establecen que el hecho de medir ya de por sí altera lo que se mide. Tal vez sea por esto que Lacan se refiere a la división del sujeto entre verdad y saber y cita a Freud cuando dice “Allí donde ello era, allí como sujeto debo advenir yo”, dado que frente al encuentro con aquel vacío inaugural – la causa siempre perdida, del lado del Otro – todo sujeto se ve llamado a elucubrar velos que cumplan justamente con la función de telón y que brinden algo de consistencia.

La ciencia, al no reconocer este objeto causa como objeto inexcusablemente perdido para siempre tiende a buscarlo a través de sus experimentos y juega constantemente a creer haberlo encontrado cuando anuncia tan orgullosa sus verdades, verdades que van variando a lo largo del tiempo. Hoy ya no se cree que la tierra sea plana ni que el sol gire alrededor nuestro.


Los hombres y mujeres que constituyen la ciencia tienen una enorme fe en las verdades que ellos mismos dictaminan, así, como Lacan lo dice en “Función y campo”: la comunicación de la obra común de la ciencia será efectiva en el interior de la enorme objetivación constituida por esa ciencia, y le permitirá olvidar su subjetividad.


¿Y qué creen que se ganaría si de alguna manera se lograse elidir por fin la subjetividad? Esto le dará ocasión al sujeto de olvidar su existencia y su muerte, al mismo tiempo que de desconocer el sentido particular de su vida*. En los tiempos que corren, en los cuales se cree que lo que se busca es la felicidad y una vida larga y exitosa, esta tendencia a desconocer el sentido particular de cada vida se ve eclipsada por lo que conocemos como la american way of life.


“Entonces es imposible no centrar sobre una teoría general del símbolo una nueva clasificación de las ciencias, en las que las ciencias del hombre recobren su lugar central en cuanto ciencias de la subjetividad”

Jacques Lacan


A pesar de todo no debemos olvidar que, si bien el psicoanálisis renuncia a encontrar detrás de cada verdad un saber, el sujeto de la praxis analítica no es más que el sujeto de la ciencia ya que ese sujeto forma parte de la coyuntura que hace a la ciencia en su conjunto. A pesar de que haya aun algo en el estatuto del objeto de la ciencia que no nos parece elucidado desde que la ciencia nació*, el psicoanálisis debe mantenerse en constante dialéctica con ésta, recordándole que la verdad es mujer y por tanto no – toda. Es justamente por esto que podríamos referirnos, pienso, al psicoanálisis como un síntoma de la ciencia.


¿Y qué relación encontramos a este respecto entre la verdad manifestada en la poesía y en un análisis? La clave está en la palabra: “resonancias”.


En acústica se define el fenómeno de la resonancia como una tendencia del sistema acústico a amplificar una frecuencia que coincide con una de sus propias frecuencias naturales de vibración – sus frecuencias de resonancia. Por ende, la resonancia es un efecto de la coincidencia entre dos ondas de similar o igual frecuencia. ¿Y qué es nuestra propia voz sino un instrumento musical en sí mismo? ¿Qué es nuestro cuerpo sino una caja de resonancias que resuena y resuena al ritmo del “corazón”, es decir, de los afectos? Las resonancias las sentimos en el cuerpo en el momento en el que se produce, al igual que en el mundo acústico, una coincidencia, un complemento entre el saber y los afectos, quienes como sabemos, nada saben de mentiras. Este fenómeno se produciría cuando en una sesión el analizante logra saber o bordear algo de su verdad, aunque no sin encontrarse con el debido precio a pagar: la angustia.


Como hemos evocado, este efecto de verdad se despliega en el cuerpo mismo, siendo algo que se siente, entonces uno sabe que hubo algo de lo dicho que tuvo carácter de verdad y dado que la verdad adviene desde el inconsciente, desde lo Real, es sumamente fulgurante, instantáneo y efímero, aunque su efecto y cierto saber sobre ello puedan permanecer luego.

Esta misma resonancia es la que sentimos muchas veces al leer un poema dado que, como dijimos antes, el poeta logra esa conexión con su propia verdad dada su condición de poder apreciar con profundidad tanto la naturaleza del hombre como la esencia de su existencia, siendo esto lo que consigue plasmar en su obra. Por tanto, decimos que el poeta se aproxima a esta forma natural de entendimiento intuitivo en la propia experiencia del ser y que toda su exploración en torno a la creación se centra en lo esencial.


El poeta nos muestra en el espejo de su espíritu la idea de la manera pura y cristalina, y su descripción es, hasta en los más mínimos detalles, verdadera como la vida misma. El poeta

se sienta voluntariamente en el confesionario y el espíritu de la mentira no se apodera de él con tanta facilidad.

Arthur Schopenhauer


No debemos dejarnos caer fácilmente en una de las tantas trampas a las que nos seduce el lenguaje y confundir lo convincente, incluso lo exacto, con lo verdadero. Es por ello que Lacan nos advierte que si la ciencia experimental toma de las matemáticas su exactitud, su relación con la naturaleza no deja por ello de ser problemática.


Podríamos ejemplificar esto recurriendo a los cálculos exactos que llevaron a Isaac Newton a formular la Ley de la Gravitación Universal, la cual dominó el discurso científico durante más de 200 años hasta que otro genio, esta vez alemán, llamado Albert Einstein tuvo la intuición – aquí es donde le poeta colinda con el matemático – que lo llevó a repensar las ecuaciones de la relatividad general. A partir de sus nuevos cálculos, la gravedad no fue más una fuerza que actuaba directamente sobre un objeto, sino una distorsión geométrica del espacio – tiempo, entendido estos dos últimos como un conjunto. Los cálculos que llevaron a Newton a formular la teoría fueron exactos y convincentes durante 200 años.


Según Lacan es justamente nuestro nexo con la naturaleza el que incita a preguntarnos poéticamente – cita literal de La ciencia y la verdad – si no es su propio movimiento el que encontramos en nuestra ciencia. Es claro que nuestra física no es sino una fabricación mental, cuyo instrumento es el símbolo matemático.


Para concluir me veo llamada a repensar aquello que Lacan anuncia en “Función y campo” cuándo nos dice que entre todas las obras que se proponen para este siglo la del psicoanalista es posiblemente la más alta dado que opera en él como mediadora entre el hombre de la preocupación y el sujeto del saber absoluto. No podemos no pensar en ese hombre de la poesía en quien, como dijimos, el conflicto de la voluntad consigo misma se hace más evidente que en cualquier otro y del otro lado el sujeto poseedor del saber y la verdad absoluta del cual ya hemos hablado bastante.


Por tanto, nos vemos llamados a evocar que la ciencia se entendería como una representación propia del ámbito del conocimiento racional y objetivo mientras que por el contrario el arte, para hablar en términos generales, se encargaría de plasmar la representación del mundo de las sensaciones subjetivas. Apolo y Dioniso.


Un vivo ejemplo de lo expuesto nos lo concede el testimonio de Steven Weinberg – premio Nobel de física del año 1979 por su descubrimiento de la relación entre el magnetismo y la fuerza nuclear- que cuando le interrogan en una entrevista al respecto de quién elegiría para preguntarle sobre la complejidad de la vida, si a William Shakespeare o a Albert Einstein, éste responde:


¡Oh, sobre la complejidad de la vida, no hay duda a Shakespeare”

A lo que luego el entrevistador retruca: ¿Y recurrirías a Einstein para la simplicidad?

“Si, para saber por qué las cosas son como son, y no por qué las personas son como son, porque este es el final de una larga cadena de deducción”.


The rest is silence,

 
 
 

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