El Masoquismo
- Florencia Franco
- Oct 16, 2019
- 24 min read

La venus del espejo, Tiziano 1555
Charla - Debate
Centro Cultural Cronopios
El Raval, Barcelona
15 de Octubre de 2019
El tema a abordar el día de hoy, como saben, es el masoquismo. ¿De dónde nos llega esta palabra? La palabra Masoquismo la escuchamos por primera vez en el año 1886 cuando el psiquiatra alemán Kraf Ebing la incorpora en su manual de Psychopatia sexualis luego de haber conocido la obra de un astro húngaro llamado Leopold von Sacher Masoch. No solo fue la obra, sobre todo aquella a la que nos referiremos hoy para ilustrar este concepto clínico “La venus de las pieles” sino también la vida de Masoch, llena de prácticas y costumbres muy extravagantes para aquellos años victorianos lo que le llevó a pensar el masoquismo.
Tanto en su Venus de las pieles como con sus dos romances más importantes con Fanny von Pistor y Aurora Rumelin, aparecen contratos por escrito en los cuales él mismo se entrega por completo como esclavo a una mujer a la cual se representa como Diosa del amor pero que al mismo tiempo describe como una mujer fría como el mármol, dura como el yeso, provista de labios asesinos que es antes que nada cruel, como la misma naturaleza.
Un dato que es más que curioso, yo diría que es del orden de lo mágico, de esa magia que tiene la vida de los artistas: El primer romance de Sacher Masoch fue con la señora Fanny Von Pistor, fue corto y ambos firmaron un contrato en el cual él se entregaba a ella como esclavo durante 6 meses. Al terminar esta relación, se le presenta a Sacher Masoch –ya bastante famoso en ese entonces por sus novelas – una joven que se declara como su aficionada y que le ofrece replicar ese tipo de relación que el describe en la novela La venus de las pieles. Es tanta la convicción de esta mujer por llevar a cabo tal romance, que cambia su nombre por el de aquella emblemática protagonista de la novela. Aurora pasa a llamarse Wanda de Sacher Masoch. Él no puede resistirse a la oferta, esa mujer era la Wanda de su propia novela.
Es así como Masoch cae rendido a sus pies, nunca más literal, y firma con ella un contrato que es incluso más severo que el de la Wanda y el Severin de La venus de las pieles. Hay una diferencia crucial: El de la novela es sólo por 6 meses, como el contrato que en vida firmó Masoch con su primera amada, Fanny (este nombre resulta interesante también ya que Fanny es diversión). En cambio, en el contrato que firma con Wanda Sacher Masoch él se entrega a ella de por vida. Leamos un fragmento:
“Renuncia completa e incondicional de vuestro yo, no tendréis otra voluntad que la mía, seréis en mis manos un instrumento ciego, tendré derecho a castigaros a mi gusto. (…) No seréis otra cosa que mi esclavo, que yace en el polvo. Me pertenece vuestro cuerpo y vuestra alma. Me estará permitida la máxima crueldad, si os mutilo lo soportaréis sin quejaros. Me concedéis el poder de maltrataros hasta la muerte con todos los tormentos imaginables. Si algún día no podéis soportar mi dominio entonces habréis de mataros. Jamás os devolveré la libertad”
Esta época de la que hablamos, en la que Kraf Ebing a pesar de la repulsión que esto le generó a Masoch – utiliza el término masoquismo para referirse una patología sexual es justamente durante los años en los que la Psiquiatría era entonces la especialidad peor paga de la medicina y luchaba por tanto por formular lo que sería una ciencia médica del sexo.
Es en el siglo XVIII, años de la Revolución francesa, en los cuales el Marques de Sade (quién inspira el término sadismo) escribía sus obras, cuando la psiquiatría clásica se sirve del término perversión para formular un estudio científico sobre la sexualidad humana, la cual había estado tan vedada hasta entonces. Recordemos la represión en torno al tema de la sexualidad que hubo tanto durante la inquisición como en los años victorianos en toda Europa. Comienza entonces la Era de la voluntad de saber, Era de la verdad sobre el sexo*(Faucoult).
La psiquiatría procura entonces acercarse a las prácticas sexuales humanas y sus relaciones con el orden social, lo cual conlleva una patologización y medicalización de las acciones sexuales en función de un arquetipo de normalidad. Es decir, en función de una determinada moral.
Si bien para la psiquiatría de aquellos años ser un perverso no era necesariamente ser un enfermo a tratar, sí que se consideraba a éste una persona diferente y desviada desde la biología. Se creía que el perverso presentaba una degeneración hereditaria que llevaba a una degradación del instinto sexual normal de la especie. El Sadismo (Marqués de Sade), el Masoquismo (masoch), el fetichismo y la homosexualidad eran los Grandes Representantes de esta inversión de la sexualidad normal a la que se bautizó en aquél entonces como Perversion. El significante perversión en su etimología hace referencia a “dar vuelta o invertido”.
Esta psiquiatrización del sexo surge en un contexto de lucha por la legitimación científica y social de la psiquiatría y abre la puerta para comenzar a pensar dos puntos clave: La doctrina de la Degeneración Hereditaria y la noción de instinto sexual.
No sólo la psiquiatría se sirvió del término Perversión, sino también la sexología, la sociología, y claro está el Psicoanálisis, aunque éste último lo enfoca de una manera muy distinta. Al respecto del instinto sexual que se pensaba que teníamos los seres humano Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual de 1905 demuestra que no existe tal instinto. No hay instinto en la sexualidad humana, sino pulsiones las cuales siempre son parciales, parciales respecto de su función biológica.
En reino animal hay, indudablemente, instinto. El macho canino sabe perfectamente cuando la hembra está en celo y la hembra sabe cómo insinuársele para culminar ese acto al que la naturaleza los lleva como productos de una ecuación matemática perfecta, que no deja como resultado ningún resto. Ambos son parte de ese cálculo siempre preciso que la misma naturaleza que habita en ellos de forma pura se encarga de impartir.
Otro ejemplo es la danza de las abejas cuya finalidad es transmitir, comunicar, a sus compañeras de especie su posición en el espacio para así indicar la distancia y la dirección exacta sobre la fuente de alimento. El lenguaje de las abejas, como se lo suele llamar, es matemáticamente perfecto, funciona de forma precisa porque la meta y el objeto coinciden. Pero, como dijo Lacan al respecto de la danza de la abeja, una abeja jamás ha transmitido a sus compañeras una falsa danza por el mero hecho de querer tenderle una broma. Y aquí es donde se plasma la diferencia fundamental entre reino animal y el ser humano, en la dimensión del lenguaje cuya característica principal es la de engañar al hablante.
El lenguaje transforma la naturaleza, la divide de sí misma, la separa. Recordemos que sexo, como nos señaló Andrés Borregales en su trilogía de charlas sobre Freud y el sexo, significa división, o mejor dicho corte. Por eso se dice en Psicoanálisis que en el reino humano, a diferencia del animal, la relación sexual no existe, en términos de ecuación matemática perfecta como sí ocurre en la de los perros dado que hay un corte respecto de la finalidad biológica de la sexualidad.
Las pulsiones son parciales dado que la meta no coincide con el objeto, a diferencia del mundo animal, por tanto la pulsión nunca se satisface por completo sino que su finalidad pareciera ser justamente la de mantenerse en movimiento, por eso es que Lacan dice que la pulsión no tiene ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alza ni baja sino que es antes que todo una fuerza constante. Los perros no se angustian ante la posibilidad de haber elegido mal su parteneire, etc sino que la necesidad se colma con la demanda, animada por ese saber no sabido que es el instinto.
La cuestión de la satisfacción, como sabemos por experiencia propia, no es tan sencilla en nosotros, humanos. Única especie que es capaz de no estar satisfecha con lo que es y de no saber qué es eso que se satisface en ese continúo no estar satisfecho. La satisfacción en el reino humano es paradójica, porque el lenguaje lo es y cava su huella en la vida pulsional. Es por eso que el Severin de La venus de las pieles puede sentir tanto placer en el dolor, tanta satisfacción en el castigo, tanto embeleso frente a la crueldad.
La perversión es desde Freud para el psicoanálisis una estructura, es decir, una respuesta a la castración, a este resto que surge inexorablemente entre la necesidad y la demanda que no es más que como dijimos la marca que el lenguaje cava en la vida pulsional, el hecho de que el circuito no se pueda satisfacer sino quedando insatisfecho. La respuesta perversa, se caracterizaría por renegar de la falta, y Masoch nos da innumerables ejemplos de esto, de esta forma de arreglárselas para hacer existir este objeto perdido de la pulsión en algún objeto del mundo como el pie desnudo la Diosa, su mirada fría o el látigo. Objetos que nunca pueden faltar ya que son condición de goce, a falta de estos objetos se encontraría con ese vacío que tanto se procura tapar.
El hecho de que el ser humano no tenga instinto indica precisamente que en el reino humano no exista un saber hacer en él y con el sexo. Pues de esto es de lo que reniega tanto el sujeto perverso, Severin es el mejor ejemplo de ello, ya que no se enamora de una mujer mortal de carne hueso, sino de la Diosa del amor, de la mismísima Venus. Los dioses, como sabemos, están siempre ,más allá del sexo, es decir, más allá de la castración, éstos están completos, no barrados, por eso no sufren angustias ni preocupaciones, sólo gozan en un olimpo de placeres infinitos. Severin, el masoquista, se convierte entonces en un testigo de ese Dios y consagrada a éste su propia castración, es decir su falta.
Cito a Sacher Masosh:
“Me juré no malgastar santos sentimientos en una mujer vulgar, sino reservarlos para una mujer ideal, y si fuera posible, para una Diosa del amor”. Pág. 53
En las consideraciones generales sobre todas las perversiones que Freud plantea en Tres ensayos éste nos señala que la experiencia cotidiana indica que la mayoría de las “transgresiones” o inversiones perversas son ingrediente de la vida sexual de las personas “sanas”. Freud afirma que en ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta sexual normal que pueda ser perverso y esto bastaría para plantear que es sumamente inadecuado usar reprobatoriamente el concepto de perversión. Ahora, tanto como las otras dos grandes estructuras clínicas, la respuesta perversa puede presentar síntomas patológicos en algunos casos y Freud nos dice que estos serían la exclusividad y la fijación, propias de esta respuesta a la castración. La fijación se puede ver claramente en Severin, con esos objetos que nombramos que no pueden estar ausentes y que siempre son los mismos. Estos objetos no son sino presencias que surgen en lugar de una ausencia. Dicha función, la de hacer surgir una presencia donde había una ausencia, es una de las funciones propias del lenguaje ya que éste mismo surge de un vacío.
Piaget, en sus observaciones con los niños pequeños, ya decía que el lenguaje sólo puede aflorar cuando el niño ha registrado la ausencia del objeto. Bastaría con preguntarnos ¿Qué simbolizaríamos por medio de la palabra de no haber una ausencia? Pues esta misma, la palabra, es una presencia hecha de ausencia. Al renegar de la falta, de la falta en ser, el perverso queda fijado a un objeto concreto del mundo, lo cual se conoce como fetiche. Volveremos sobre esto.
En el mismo ensayo, Freud nos advierte de que el niño es un perverso polimorfo ya que la pulsión en la infancia aún no ha sido interceptada, domesticada, por el lenguaje que viene del otro. Por tanto vemos que todos hemos sido alguna vez perversos, porque toda vida sexual se anima de manera perversa, sólo que como Freud expone, la neurosis adviene para reemplazar a la perversión. La neurosis es el negativo de la perversión* ya que los síntomas neuróticos son justamente un producto resultante de una moción pulsional que no puede satisfacerse como quisiera y que se encuentra con una fuerza de compromiso entre lo que quisiera ser, o mejor dicho hacer, y lo que debe o puede ser en función del discurso y su moral. Respecto a las perversiones, nos dice Freud, hay en todos los casos algo innato pero que es innato en todos los hombres, unas raíces innatas de la pulsión sexual que luego, en muchos casos, experimenta una sofocación, es decir, un esfuerzo de desalojo, una represión que deja como resto un síntoma neurótico.
¿Y qué queda en el neurótico de aquél que fue cuando perverso? Pues un fantasma. Todo neurótico tiene un fantasma perverso, lo cual quiere decir que aquella perversión polimorfa nunca se fue del todo de la vida anímica sino que se transmudó, se enmarcó en una escena determinada que habita nuestra fantasía más íntima. A este fantasma se lo suele describir como un efecto mayor de ficción que hace las veces de un cuadro que viene a situarse en el marco de una ventana que sirve por un lado para velar y por tanto defenderse de la Angustia, de aquello que no se quiere ver y queda detrás de esa ventana, y por otro de consistencia, de anhelo, de pantalla o de telón. Este fantasma perverso, que puede ser sádico, masoquista, voyeurista, axhibicionista, etc, aúna los registros simbólico e imaginario y sólo puede construirse si el sujeto se ha percibido algo en relación a la castración. El fantasma, que lo que denota es cómo se desenvuelve el sujeto con la Demanda del Otro y cómo se ubica ante el Deseo del Otro - es una defensa neurótica ante la castración y la diferencia con el sujeto perverso es que éste la encarna, la hace acto, no la lleva al estrato de la fantasía. Es una escena desnuda, hecha carne, y es por esto que la novela de Sacher Masoch es una novela dentro de una novela, porque es la expresión más viva del fantasma que no hay.
El fantasma del que hablamos interviene en las ensoñaciones y en los actos cotidianos de todo ser humano neurótico y es una tinta invisible del guión de una escena que se escribe en distintas versiones pero que siempre es una escena original construida por el sujeto y que lo retrotrae a su infancia. El fantasma es en sí mismo un axioma que define los términos en los que se juega el deseo para el Sujeto y cómo este se posiciona ante la Demanda del otro.
El sujeto se percata de que cuando el Otro le demanda es porque algo le falta y se ve obligado a reconocer – pensemos en el niño – que él no es ese objeto que completa a su madre ni su madre lo es todo para él. Así es como se entra en ese juego de faltas, entrando en la Demanda, por esto Lacan nos dice que la castración se encuentra inscrita como relación en el límite del círculo regresivo de la demanda, la castración aparece ahí cuando el registro de la demanda está agotado. Es por esto justamente que en este “Más allá de la Demanda”, en este tercer tiempo lógico, es cuando surge el Deseo.
El neurótico se hace ser en su fantasma aquello que le falta al otro, juega a serlo, aunque también se separa de ese objeto para constituirse como sujeto del deseo en su encuentro – que siempre es desencuentro con el deseo del otro. Es por esto que decimos que el fantasma tiene carácter de defensa, ante el objeto perdido y la falta de complementariedad en el vínculo humano y a la vez como puerta de acceso al deseo. Nos hacemos una idea ahora de porqué Severin se las rebuscaba todo el tiempo por mantenerse en el domino de la Demanda, justamente procurándose siempre satisfacerla del todo, para que así no surja nada que tenga que ver con la dimensión del vacío, es decir, del Deseo.
Pensemos en los animales, con los cuales Severin se identifica (el asno y el perro), en los que como decíamos antes la necesidad fisiológica siempre se satisface. En los humanos no es así porque esta necesidad fisiológica en un comienzo, entra en los desfiladeros del significante y se pierde en el laberinto del lenguaje y sus espejismos. Ya entonces no se sabrá cuál es el objeto que se busca, dado que ya no es comida, no es agua, es algo más, es también amor o por qué no, reconocimiento de ese otro que en un comienzo interpreta mi llanto. La demanda abre así paso al deseo, ya que deja como resto una falta y el deseo no es más que un lugar vacío. El asunto en el masoquista es que no se quiere saber nada de ese vacío y por tanto del deseo.
El deseo es un lugar, un lugar siempre vacío cuya condición absoluta es nunca ser satisfecho del todo ya que así se extinguiría. El interés de la dialéctica del Deseo no es un objeto en sí, sino justamente el de mantenerse como sujeto deseante y para ello hay que estar entonces siempre en falta porque como dijimos no se puede desear algo que se tiene, hace falta ese lugar vacío. Severin lo que se procura todo el tiempo es renegar de que aquél otro primordial no pueda satisfacer todas las demandas y que no pueda satisfacerse por completo, lo cual no es más que decir que no quiere reconocer a ese otro como castrado. Por eso se busca una Diosa y no una mujer, una Diosa de la cual él es mártir y por tanto testigo.
Sacher Masoch nos lo demuestra esto repetidas veces y de forma magistral con el personaje principal de su novela, ese hombre severo consigo mismo que goza de ser el esclavo y el juguete de una mujer robusta y fría como el mármol, que solo aspira a la voluntad de goce. Nada hay en esa Diosa de angustia ni de deseo, su sangre es tan fría que la obliga a usar aún en verano un oscuro tapado de pieles.
Cito a Severin revelándole a Wanda, su venus de las pieles, su fantasía favorita:
“¡Ser esclavo de una mujer, de una hermosa mujer a la que ame, a la que adore, que me azote, que me dé patadas, mientras pertenece a otro! (…) Ser esclavo, propiedad ilimitada tuya, carente de voluntad, con la que puedas hacer lo que quieras”.
El mismo lo dice: Un Dios para ser un Dios necesita esclavos pues yo seré tu esclavo. Severin necesita un Dios al cual venerar y con el cual ser su fiel devoto, su perrito faldero, su leal creyente, su siervo, su asno aunque también el objeto de su mirada, su objeto predilecto, del cual Dios necesita para vivir.
Dijimos que surgen en Severin durante toda la novela cierta fijación alrededor de objetos como las pieles, el pie, la mirada, el látigo, etc. Pues para entender esta fijación tan propia de la respuesta perversa se debe comprender primero que el deseo es siempre en el tiempo, por ello es que siempre se está desplazando, es un puro desplazamiento, constante sucesión, es metonímico. El deseo es siempre deseo de otra cosa, porque su objeto está perdido y su principal función en la vida psíquica es mantenerla en movimiento, recuerden que Freud decía que el Deseo era el motor de la vida y qué es un motor sino aquello que produce movimiento, esa parte sistemática de una máquina que es la que hace funcionar el sistema ya que transforma – esto es importante – un tipo de energía (de combustible por ejemplo) en energía mecánica. En el mundo automovilístico el motor es la fuerza que genera movimiento, pues algo así es el deseo respecto a esa energía que proviene de lo pulsional. El goce es por el contrario algo fijo, algo anclado a una zona del cuerpo y por tanto algo que ocurre en el espacio, el espacio que es el cuerpo mismo. El deseo – como lugar vacío que sirve al goce como casa en la que asentarse- es lo que permite que el goce circule y no se quede fijado en esas pieles que tapan un cuerpo cuyo desnudo genera horror o el látigo como en nuestro Severin .
Severin se llama a sí mismo un hipersensual y relata que esta particular forma de ser se asentó en él desde la infancia.
“De muchacho mostraba un enigmático recelo frente a las mujeres(…) En cambio me deslizaba furtivamente, como hacia una alegría prohibida, hacia una Venus de yeso que estaba en la pequeña biblioteca de mi padre, me arrodillaba ante ella y le rezaba…”
La mujer que es capaz de fascinar a Severin es siempre una mujer Ideal, una Diosa a la que describe como fría, severa, provista de oscuras pieles que cubren su cuerpo de mármol, de unos muertos ojos de piedra, pálido rostro y que se opone a todo lo que le lleve la contraria al placer. En el comienzo del libro, cuando Venus se le aparece en un sueño, ésta recrimina que” los varones hablan de deberes cuando en verdad solo se debería hablar de placeres” y se burla de él y los demás mortales por mantener la sexualidad reprimida y velada. Se ríe de la moral cristiana que tiende a pensar al sexo con fines de reproducción condenando al mismo tiempo al placer.
¡En vuestro mundo nosotros – los dioses – nos aterimos de frío!
La particularidad de los dioses es que ellos no están afectados por las mismas leyes y condiciones que los mortales. Ellos no mueren, no sufren, ellos sólo gozan. Son el gran otro por excelencia, y por esto que podríamos decir que esta fascinación de Severin por La mujer como Diosa no es más que una artimaña para no vérselas cara a cara con la castración de cualquier mortal. Esta Diosa, mujer completa, siempre es fría y dura, como el mármol, lo cual nos indica que jamás siente angustia, ni se ve amenazada por vacío alguno. Esta Diosa con pieles y látigo en mano es una mujer que sabe cómo gozar y hacer gozar.
Para que un Dios pueda ser venerado – la misma palabra venerar nos lleva a rendir culto a Venus – según Severin debe haber siempre esclavos que le rindan culto. Él deja bien claro su lugar respecto a las dos únicas posiciones que él concibe en una relación de a dos: o martillo o yunque, o amo o esclavo. Él se reconoce y afirma como yunque, como esclavo.
Dijimos antes que el significante, la palabra, está articulado con la pulsión, que ambos dialectizan, se entrelazan y se separan, en un circuito de nunca acabar y es así como también podía emerger el deseo, el cual se situaba siempre en relación a la demanda del Otro, ese otro que deja siempre un resto metonímico al no poder satisfacer por entero la demanda. Pues bien, así es como el significante traza sus primeros surcos en la pulsión bifurcándola como se bifurca todo en su propio laberinto, en tres voces distintas que responden a los estados del verbo: Voz activa, voz pasiva y reflexiva.
Recordemos que la pulsión es en sí misma un trayecto, un trazado en acto según Lacan, es un vaivén, un va y un viene en función de las demandas del sujeto y del Otro. Este vaivén traza su marca en el cuerpo y en el verbo: “ver, ser visto”, “devorar, ser devorado”, “pegar, ser pegado”, “cagar, ser cagado”, “abandonar, ser abandonado”. ¿Nos hemos preguntado alguna vez qué nos dicen las voces del verbo? ¿De quién hablan estas voces?
En la voz activa hay un agente que ejecuta una acción, está acción es el verbo. En ella queda bien claro que el sujeto en cuestión, este agente, es aquél que causa la acción, es el autor del verbo. En cambio, la voz pasiva refleja otra cosa, que no aparece un agente específico sino que éste queda ausente, opaco, enigmático. No se sabe quién causó la acción, no sabemos quién es el autor del verbo que de pronto aparece como escritura pero suponemos que alguien la causó porque la frase se estructura gramaticalmente acompañada siempre del verbo Ser, pero entonces el agente en todo caso es un puro objeto pasivo de la existencia.
La voz reflexiva o voz media es un tercer tiempo de retroacción en el trayecto de la pulsión, un tiempo en el cual no hay un sujeto – voz pasiva – y de pronto se ve aparecer un sujeto que es propiamente el otro y aparece cuando la pulsión llega a cerrar su trayecto pulsional. En este tercer tiempo, momento de cierre de trayecto, es cuando la pulsión ha llegado a su meta que como dijimos no es sino regresar en forma de circuito. Aquí es donde encontramos la paradoja de la satisfacción en lo humano, y es que la pulsión se satisface no alcanzando la meta. La meta de toda pulsión es la muerte, porque ésta es la meta final de toda vida humana. Toda pulsión es pulsión de muerte.
El masoquista duplica la apuesta y se hace ser el objeto faltante, él es el fetiche del otro, el objeto que brilla ante la mirada anhelante de ese otro al cual es capaz de colmar, de satisfacer cada una de sus demandas consiguiendo así librarse del horro de ese vacío que es el Deseo.
Escuchémoslo de la boca de Sacher Masoch:
Yo quiero ser Yunque (…) Quiero poder adorar a una mujer y sólo puedo hacerlo si ella es cruel conmigo. Sólo podemos amar de veras a quién está por encima de nosotros, una hembra que nos somete, que se convierte en nuestra déspota por la fuerza de su voluntad. (…) En esto consiste precisamente mi rareza.
Recordemos que el libro comienza con la cita bíblica “Dios lo castigó y lo puso en manos de una mujer” del Libro de Judit, 16, 7. Y aquí, como en muchas otras partes de la obra, Masoch juega con equívoco, pues la palabra “castigar” para él representa algo muy distinto de lo que se pensaría fácilmente. Severino amaba, agradecía y suplicaba el castigo. La frase bíblica por tanto para Severin sería traducida por Dios lo bendijo y lo puso en manos de una mujer, él mismo se encargó de forjar su propio destino. Cabe recordar en esta instancia que Sacher Masoch, quien como sabemos suplicó en repetidas ocasiones castigo a su parteneire, era hijo de un importante Jefe de Policía.
Como mencionamos, en el masoquismo– como lo muestra nítidamente la voz pasiva – el sujeto quedaría fijado en ese polo de la pulsión en el cual algo del ser aparece pero no como agente sino con su cara opaca, como un agente no reconocido por sí mismo como agente, es decir, como objeto. Severin se hace ser objeto, esclavo, y se entrega a ese otro para que no le falte nada, él es por tanto como fetiche ese lugar vacío sobre el cual se cerraría la pulsión. El se encargaría, haciéndose falta, de no hacer aparecer ningún resto entre la necesidad y la demanda. Posiblemente por esto en tantas ocasiones él se define como un “asno”, el auténtico animal del sabio, un animal, para el cual la demanda siempre queda satisfecha. Veámoslo en el contrato que firma con Wanda von Dunajev:
“El señor Severin von Kusiemski deja de ser hoy el prometido de la señora Wanda von Dunajev y renuncia a todos sus derechos de amante; se obliga, en cambio, bajo palabra de honor, a ser en lo sucesivo el esclavo de ella, hasta el momento en que la señora Wanda von Dunajevle devuelva la libertad. Como esclavo el señor von Kusiemski cumplirá cada uno de sus deseos, obedecerá a cada una de sus órdenes. La señora no solo podrá castigar a su antojo a su esclavo por la más pequeña falta, sino que también se reserva el derecho de maltratarlo a su capricho. Incluso puede matarlo si quiere. Él es en suma, propiedad absoluta de ella.”Pág. 112
El sujeto masoquista es el testigo – mártir - más leal respecto a la completud de ese Otro al que venera sometiéndose. Se afianza al goce porque se le aparece como un plus, por eso el mismo severin se define como un hipersensual y al manuscrito que escribe de su experiencia lo titula “Confesiones de un hipersensual”.
El perverso, pensemos en Severin, se mete de lleno en el indómito océano del placer y pretende navegar allí para siempre. El asunto es que, nos lo enseñó Freud, El Más allá del principio de placer* no es más placer, es dolor y más allá La muerte misma ya que como dijimos la meta de toda pulsión es la muerte. Por eso es que Severin tiene que recurrir al cuerpo para poder poner un corte al desenfreno del goce que arrasa con todo con la fuerza de un tsunami, y al no encontrar este corte en su propia representación psíquica debe procurárselo a través del cuerpo, del golpe en el cuerpo, del corte en el cuerpo, por este motivo suplica que le den con el látigo. Esa vara larga le excita porque es la que lo rescata de hundirse en las aguas turbulentas de ese goce que en su profundidad es La muerte, y no deberíamos olvidar que ésta misma es, en palabras de Nietzsche, el placer supremo.
Al no amar a una mujer, a una mortal, de carne y hueso, Severin no entra en la dialéctica del deseo y su representación de Eros, tiene más que ver con el odio y la destrucción, un eros que es puro goce. El deseo, como ya dijimos, parte de la falta, de un vacío, es un vacío que le pone un límite al goce, lo recorta y lo domestica, pasando siempre a través de algún otro, es por esto que Lacan define al amor como lo que permite al goce condescender al Deseo.
El Deseo, esencia el hombre, aspira a la vida, a la creación, a la construcción, a la invención, etc mientras que por el contrario el goce, con sus dos caras, la del placer y el displacer, aspira a La muerte, no porque sea “malo” - el goce nada sabe de bien ni de mal, es completamente a – moral, sólo busca satisfacerse - sino porque el destino de toda vida es La muerte, el Deseo es lo que hacemos para mantenernos en vida mientras vamos muriendo. He aquí el destino trágico de toda vida humana, he aquí la castración en su cara más cruda.
¿Y qué podría acudir como rescate, como salvavidas, cuando el deseo no aparece? El castigo. Así es como comienza la historia de Masoch:
Dios lo castigó y lo puso en manos de una mujer, he repetido para mis adentros ¿Qué debería hacer yo para que Dios me castigase a mí? Pág. 27
Castigar viene del verbo latín castigare, compuesto por castus “casto” y agere “hacer puro o instruir”, por tanto en este sentido castigar haría referencia a instruir en la castidad. Pero ¿Qué es la castidad? ¿Por qué quedarnos con la respuesta fácil y pensar que la castidad es simplemente el hecho de renunciar a tener relaciones sexuales como nos enseñó el discurso cristiano? Si vamos a la raíz de la palabra latina “castus” esta, antes de haber sido interpretada por el discurso que nombramos como <sin relación sexual> se relaciona, como su raíz indoeuropea nos muestra, con Kes que significa “cortar” y que está presente en el verbo “castrar”.
Severin, con cada súplica a Wanda para que lo castigue, lo que en verdad suplica – sin saberlo – es que lo castre, porque la castración es también como vimos un alivio. Pensemos en La muerte, es un tormento pero también un anhelo, es un aguijón y también una promesa*.
“Si me amas, sé cruel conmigo” (…) Los dolores que tú me ocasionas son para mí un gozo, si te divierte vuelve azotarme, estoy entregado a ti en vida y muerte, puedes hacer conmigo lo que te guste”
El masoquismo revela, a mi modo de ver, el rostro más paradójico de la vida pulsional de todo sujeto y por tanto de la satisfacción humana denunciando que toda pulsión es pulsión de muerte. El masoquismo es la vuelta de la pulsión hacia el yo, nos dice Freud, es una reversión del sadismo hacia el yo propio. Mientras a un sujeto neurótico la angustia, señal de lo Real, le sirve en el mejor de los casos, de apoyo para no pasar del placer al más allá del placer, el masoquista y el sádico al renegar de la falta deben rebuscárselas por la vía del cuerpo y el dolor.
“Hay para mí en el sufrimiento una atracción extraña, no hay nada capaz de encender tanto mi pasión como la tiranía y la crueldad” Pág.57
Severin nos confiesa cómo se sobreexcita con las leyendas de los mártires y relata que lee con embeleso cómo los mártires se consumían en cárceles, eran extendidos sobre parillas, traspasados con flechas, crucificados, etc y nos dice literalmente “El sufrir, el soportar tormentos crueles, eso me ha parecido desde entonces un goce”.Pág 58.
A lo que Wanda, su Diosa, le sugiere:
“Tened cuidado de no convertiros con todo esto en el mártir del amor, en el mártir de una mujer”
El concepto de mártir surge con el cristianismo para referirse a las personas que pese a estar sometidas a las peores torturas e incluso a la muerte no reniegan de su fe, de su creencia en ese Dios que es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Sabemos que mártir es testigo de la fe y entonces por tanto también lo es de la Ley. La palabra Fe nos llega del latín fides que es lealtad y la cual nos remite a legalis cuya traducción sería “respeto a la Ley”. Wanda lo que hace es ser cínica y advertirle que el mártir del amor o de una mujer no es más que el testigo de una falta, de un imposible. Aquí vemos el punto más paradójico de la respuesta perversa: Mientras más el sujeto lucha por no ver la castración más se la encuentra de frente, más testigo de ella es.
Severin se sacrifica, como hemos visto, a sí mismo poniéndose en manos de la Diosa ¿Y de qué se goza con el sacrificio?
Sacrificio significa “hacer sagradas las cosas, honrarlas, entregarlas”, Sagrado viene de Sacratus que es consagrar, venerar y venerar es adorar a Venus. El asunto es que para venerar, para hacer algo sagrado, primero hay que perderlo.
Freud nos enseña esto perfectamente en Totem y Tabú cuando crea el mito del padre de la horda, el cual una vez muerto adquiere un poder mucho mayor del que había poseído en vida. Se debe matar al padre para cobrarle un gran respeto y asumir como propias las imposiciones que este había dictaminado, así los hijos se ven obligados a instaurar La ley para ordenarse en ausencia de ese Otro que todo lo hacía a su antojo. Este es también el mito cristiano por excelencia.
Jesús de Nazaret – el mayor de los mártires – se sacrifica a sí mismo y se sacraliza, es decir, deviene sagrado. Al hacerse objeto en el cual son depositadas todas las maldades y crueldades del ser humano éste se sacrifica a sí mismo y con su sacralización pretendería alcanzar la infinitización en el tiempo y la purificación del espíritu. Lo mismo hace Severino y por ello encuentra en el dolor causado por el otro un alivio en la existencia, una pureza que sólo brinda el aceptar algo del orden de la Ley, una defensa ante lo terrorífico de La muerte y la inmanencia de un Real que no cesa de no escribirse.
El masoquista quiere, así como lo quiso Cristo y el resto de los hombres, ser amado sólo que en lugar de dar lo que no se tiene a alguien que no es, él mismo es eso que se entrega por completo como objeto para completar a otro, a otro que es. En mis propias palabras: El perverso buscaría un amo no un amor ya que se comprende el amor asociado a la entrega total – he aquí la similitud con el perro y su amo - entrega en la cual él es lo que se sacrifica en pos de satisfacer todas las demandas de ese Otro al que no puede ver en falta, por el horror que esto causaría.
Para Severino Wanda es Dios y él su mártir, su testigo.
Creo haber lanzado algunas coordenadas sobre el tema del Masoquismo que podrían servir para pensar y re pensar esta estructura aunque siento que me ha quedado demasiado en el tintero. Aún hay mucho camino por andar.
Antes de cerrar, quisiera hacer un humilde llamado a reflexionar sobre la perversión como parte de un estado de la vida anímica presente en todo sujeto y también en los discursos o mejor dicho, en el discurso del amo. El discurso cristiano tiene muchos matices perversos que podríamos detectar a simple vista así como también los tiene el actual discurso al que llamamos capitalista.
Respecto al discurso capitalista cabe destacar su constante empuje a la “felicidad”, la cual nadie sabe bien qué es y por eso la idealizamos y la buscamos a diario en mercancías y servicios low cost. Como decía Bauman, hoy cualquier idea de felicidad es una idea de negocio, las ideas están puestas al servicio del mercado y por tanto estamos prostituyendo nuestro intelecto. Creo que pocos discursos han sido tan simbólicamente pobres como este, como el capitalista, sustentado en una pura voluntad de gozar, voluntad de poder. Es perverso porque se hace existir el objeto, el mundo está plagado de fetiches.
El problema es justamente donde está puesto el brillo en la época actual, lo que brillan son los objetos materiales, que nos miran desde afuera y nos llaman. Mientras tanto las secciones de filosofía y literatura clásica universal de las librerías y los centros culturales más bien se hunden en la sombra de un ocaso, en la misma sombra en la que yace nuestro deseo en tanto precisa de ese lugar vacío que con los objetos materiales se procura llenar.
Reconozcámonos de una vez a nosotros mismos que aquella demanda que en verdad saldrá de nuestras bocas en el último de nuestros suspiros no será la demanda de un objeto del mundo material, será más bien un llamado al otro primordial, será la misma demanda que la primera, porque es la única que en verdad existe, aquella que Sacher Masoch articuló como últimas palabras antes de morir:
<Aimez moi>.
Gracias y hasta pronto,
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