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Breve nota sobre el orden Patriarcal

  • Writer: Florencia Franco
    Florencia Franco
  • Oct 16, 2020
  • 16 min read

Updated: Mar 9, 2021


“Gobernabas el mundo desde tu sillón. (...) Yo ni siquiera necesitaba salir de la caseta para sentirme un guiñapo, y no sólo a tus ojos, sino a los ojos del mundo, pues tú eras para mí la medida de todas las cosas”

                        Franz Kafka, Carta al Padre






Tanto Sigmund Freud en su gran obra Tótem y Tabú como Friederich Engels en su estudio sobre El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, coinciden en un punto: Tuvo que haber existido un momento de la historia - aunque éste fuera mítico - muy posiblemente antes de la agricultura,  en el que las tribus que poblaban la tierra vivían en lo que se ha venido a llamar “matrimonio por grupos”, una forma de organización horizontal en la que todas las madres son madres de todos lo hijos y todos los padres son padres de todos los hijos y entre éstos últimos, todos hermanos. Incluso sin necesidad de remontarnos a la historia, podríamos sospechar,  o al menos intuir,  que la monogamia no podría  de ninguna manera haber sido la primera forma de orden social ya que ésta justamente consiste en la inscripción de una cierta ley, es decir, de una construcción social que,  como todas las demás, surge para regular un comercio ya existente. Por otra parte, afirmar lo contrario sería equivalente a sostener que la monogamia - como orden o régimen social y familiar - es algo innato, cosa que no tardaríamos en desmentir con innumerables argumentos.

En este tipo de clanes matrimoniales de los tiempos primigenios, si bien todas las madres son madres de todos los hijos es sabido que éstas suelen hacer algunas distinciones con sus hijos de sangre o uterinos, es decir, con aquellos que vivieron durante nueve meses en su vientre y a los cuales por tanto, dio a luz. Esto nos ofrece un dato que, aunque pueda parecer una obviedad, es en verdad trascendental: La misma naturaleza hace posible que la madre sepa perfectamente quienes son sus hijos biológicos pero, a diferencia de ésta, el Padre no corre con la misma suerte ya que en esta forma de agrupación horizontal nadie puede saber quién es el padre, siendo éste una figura sumamente in-cierta. Recordemos que las pruebas de ADN son un invento sumamente reciente en cuanto a términos históricos, un descubrimiento del que tenemos noción desde hace unos escasos cien años. 

Examinemos con atención lo que Engels nos dice a este respecto: 

“En ninguna forma de familia por grupos puede saberse con certeza quién es el padre de la criatura, pero sí se sabe quién es la madre. Aun cuando ésta llama hijos suyos a todos los de la familia común y tiene deberes maternales para con ellos, no por eso deja de distinguir a sus propios hijos entre los demás. Por tanto, es claro que en todas partes donde existe el matrimonio por grupos, la descendencia sólo puede establecerse por la línea materna, y por consiguiente, sólo se reconoce la línea femenina. En ese caso se encuentran, en efecto, todos los pueblos salvajes y todos los que se hallan en el estadio inferior de la barbarie.”

Es por tanto evidente que como nadie puede saber quién es el padre de las criaturas la herencia en estos grupos debe ser, como bien dice Engels, matrilineal y si bien aún en este período de la humanidad aún no hay patrimonio en cuanto a Tierras - recordemos que aún no se conoce la agricultura - sí que lo hay en torno a los hijos, los cuales siempre son, por defecto, de la madre, de aquella que los parió.

Tal y como Freud nos planeta en el mito del Padre de la Horda, casi que por fuerza tiene que haber existido algún momento en la historia - posiblemente aquél en el que se dejaba de ser australopitecos para devenir homo sapiens -  en el que el comercio sexual no estaba en absoluto regulado por el hombre, sino que era libre y se desarrollaba de manera natural, tal y como ocurre en la mayoría de los mamíferos en la naturaleza. A este respecto, tanto el padre del psicoanálisis como el gran sociólogo de nuestro tiempo, Zygmund Bauman, concuerdan en que el primer acto de toda cultura tuvo que ser la prohibición del Incesto,  acto que divide los cuerpos en elegibles y no eleibles para la cohabitación sexual. ¿Y por qué podría haber ocurrido esto? Posiblemente por muchos motivos pero al menos uno que podemos tomar por seguro es la mismímsima “selección natural”, la cual como bien sabemos no favorece en absoluto la endogamia ya que la misma historia nos da cuenta de que las sociedades endogamicas tienden rapidamente a exitnguirse debido a lo que se conoce como depresión endogámica, fenómeno que se traduce en una menor resistencia a todo tipo de enfermedades, mayor probabilidad de muerte neonatal o prematura, innumerables malformaciones, etc.


Encontramos algunos ejemplos de estos casos en la misma realeza europea, siendo uno de los más famosos el de Carlos II, también conocido como “El hechizado”, el último de los Habsburgo o "los Austria", la dinastía que reinó en España durante casi doscientos años hasta que su muerte sin descendencia supuso la extinción masculina de la familia en España y la consiguiente implantación de la dinastía borbónica luego de la guerra de sucesión. Luego de varios estudios científicos al respecto se ha constatado que la esterilidad del último rey Habsburgo se debía a su alto grado de consanguinidad, propio de una larga sucesión de relaciones endogámicas que concluyeron en el fin del linaje. De esta manera, todas las comunidades o familias endogámicas acaban llegando al mismo puerto: su propia extinción. El universo, y también podríamos decir La vida misma, tal y como la misma física demuestra, tiende a expandirse y no a contraerse. Una especie endogámica es una especie que se cierra sobre sí misma y por tanto acaba auto-extinguiéndose, es por ello que podríamos decir que la misma selección natural tuvo que haber ejercido cierta influencia en la primera ley fundante de la civilización: La Ley del incesto.

Recurramos ahora a las tres clases de familias que Engels nos señala en su obra. En primer lugar encontramos a la familia consanguinea, una agrupación por grupos que con el pasar de los años deviene en un grupo regulado por una primera ley, la del incesto, la cual se introduce primero entre los padres y los hijos y mucho más tarde, ya en la familia Punalúa, se añadirá la exclusión de los hermanos, primero los uterinos y luego los colaterales, para más tarde ampliarse a los primos segundos y luego los terceros. Es importante remarcar que entre estos cambios nombrados hasta llegar a la familia monógama es muy posible que hayan transcurrido miles y miles de años. 

La misma historia de la humanidad nos revela entonces que el primer comercio del que tenemos noción los humanos es sin duda del comercio entre los sexos, y por tanto la primera legislación tuvo que haberse establecido en torno a dicha forma primigenia de comercialización. 

Bauman nos dirá que “la misma cultura nació del encuentro entre los sexos” ya que el ars erótica, una creación eminentemente cultural, ha guiado el impulso sexual hacia su satisfacción: la unión de los seres humanos. Quizás podríamos decir Unión y des-unión, siendo que estas leyes sociales en torno al comercio sexual, como decía el sociólogo, dividirán las aguas entre “elegibles y  no elegibles”. Lo importante del mensaje es que no- todo está permitido sino que algunos individuos quedan por fuera de la ecuación sexual. El hijo entonces sabe que no se acostará con su madre y la madre que no reintegrará su producto (lo mismo con el padre),  siendo estas las coordenadas que Freud nos daba para comprender la primera ley fundadora de todo psiquismo humano.



Las primeras regulaciones se crearon en torno a la sexualidad siendo ésta la  primera forma de comercio,  el comercio sexual.  



Con la aparición de la agricultura el curso de la vida humana da un vuelco inusitado, logrando alterar por completo las formas de habitar, de  alimentarse, de relacionarse, de ordenarse socialmente y hasta de concebir el mundo y la vida. Al haber descubierto los humanos que al trabajar la Tierra podían obtener infinidades de  riquezas, comenzaron a dejar de ser nómades - ya que para el arduo proceso de trabajar la Tierra estaban obligados a permanecer en el mismo espacio durante largo tiempo - y es por esto mismo que el cultivo guarda una estrechisima relación con el tiempo ya que es por éste que comienzan  por ejemplo a contemplarse las estaciones, las diferenciarse entre los tiempos de cultivo y los de cosecha, es decir, las “temporadas”. Es a partir de la agricultura que el humano se aliena al tiempo y por tanto posiblemente al lenguaje y una clara demostración de ello es el propio símbolo de la agricultura “la cabeza del buey”, que es a su vez la historia de ese signo primordial del alfabeto, la A, signo que si os fijáis bien,  invertido,  es la cabeza de un buey con sus dos cuernos en punta.


Recordemos que, si bien para nosotros las letras son simples signos que nos remiten a sonidos con los cuales logramos formar palabras, en un comienzo - en la época de los fenicios - esto no era así si no que cada letra era un signo que representaba algo de la realidad.


“Alef, buey”, luego al parecer los griegos por una cuestión de practicidad resumen las sílabas completas de estos signos a sonidos individuales quedándose con el primer sonido de cada sílaba, “Alef” que pasa a ser “A” aunque originariamente “Alef” y “Alfa” remiten a buey, y el buey es como dijimos el símbolo por excelencia de la agricultura, ya que se usaba para arar la tierra, para rastrear, como animal de tiro y de encarga, etc. 


Por tanto, con la llegada de la agricultura, el humano deviene en sedentario, simplemente por el hecho de haber comprendido que para trabajar la Tierra debía permanecer en el mismo territorio largo tiempo. Es por este mismo motivo que también se percata de que mientras más hijos tenga más hombres lo ayudarán en el arduo trabajo.  Tener descendencia comienza a vislumbrarse como una herramienta útil para dicha misión: Mientras más hombres trabajan la Tierra, mayor es la cosecha y mayores son los frutos y es al parecer en este punto de la historia en el cual el “matrimonio por grupos” cambia de forma radical al establecerse los roles de cada sexo en torno a dicha misión: La mujer es relegada a la re-producción, es decir a la producción de trabajadores, de hombres que vengan al mundo a trabajar la tierra, mientras el hombre se encarga de los cultivos y de administrar el patrimonio.


A la mujer se le asigna como labor la producción de la re -producción y el hombre trabaja el terreno y pone a trabajar para sí a “sus” esclavos, entre éstos, sus propios hijos.


Justamente los castigos que Dios descarga contra Adán y Eva en el Génesis Bíblico, al decirle a Eva “estarás bajo la potestad de tu esposo, y él te dominará” y a Adán “con grandes fatigas sacarás de la Tierra el alimento todos los días de tu vida; espinas y abrojos te dará, y te alimentarás de los pastos del campo. Con el sudor de tu frente te ganarás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado.”


En “El origen de la familia” el mismo Engels nos recuerda que la etimología de la palabra “familia” no es precisamente idílica, ni mucho menos romántica, sino que familia viene de famulus que significa “sirviente o esclavo”, dado que los hijos se tenían en una primera instancia para producir riquezas y poseer patri-monio.


De esta manera vemos que el primer patrimonio fueron los hijos, por eso seguramente en los años de la agricultura la figura de aquél Padre In-cierto del inicio es reemplazada por la de un Padre que se nombra, un Padre- Dios, un Padre que Nombra lo incierto, (que pasa de ser un Don Nadie a ser un Don Juan) y por tanto la herencia deja de ser matrilineal y pasa a ser Patrilieneal, siendo los hijos parte fundamental del patrimonio ya que sirven de capital humano para trabajar la Tierra y obtener riquezas. Adiós al rebaño, al matrimonio por grupos, ha nacido La familia. Tal como hace notar Engels, rebaño - matrimonio de grupos - y Familia se excluyen ya que la familia es una subdivisión del rebaño, una célula bien delimitada del antiguo matrimonio generalizado. 


Llegados a este punto uno podría pensar, como muchas veces se hace, que fueron “los hombres” los que se apropiaron de los úteros, de los hijos  y de las Tierras, y ejercieron sobre ellas su violencia y poder pero esto sería tal vez del todo correcto ya que muchos de los esclavos de la antigüedad eran hombres, el problema es que a los esclavos no se los consideraba siquiera “hombres” porque no eran siquiera gente, no entraban siquiera en la categoría de personas. Los esclavos no son humanos sino instrumentos para la explotación y obtención de riquezas. Hoy sabemos muy bien que muchos de ellos, muchos de los que construyeron  las Pirámides de Keops, Kefrén o Micerino, o los templos de la antigüedad fueron hombres, como también lo fueron los que luchaban y morían en las guerras.  


 En función de lo recopilado hasta el momento podemos concluir entonces al menos tres cosas:

  1. La primera propiedad privada fue el útero de la mujer y por tanto todo su cuerpo ya que sirve para el sistema de producción - reproducción sexual, y para ampliar e linaje y obtener más poder y más Tierras.

  2. Dado que muchos de los esclavos eran hombres - no reconocidos como tales pero hombres en fin - El patriarcado no se trató de una cuestión de género sino de una cuestión de linajes, de cognomes, de unos pocos hombres con una salvaje “voluntad de poder”. 

  3. El patriarcado tuvo - y trae-  consecuencias negativas para ambos sexos por igual. A la mujer se destina a la casa, al tiempo que se le adjudica la labor de mantener el aparato producción re-producción de los cuerpos, debe resistir y soportar los enfados y descargos de su marido, ese a quién "pertenece", mientras tanto, del otro lado del espejo, el hombre recibe la obligación desde que es una criatura de ser fuerte y no dejarse pasar nunca por encima, se ve condenado a no poder demostrar sus inseguridades y sus flaquezas propias de humano siendo su labor la de "mantener" a todo el clan. La lista continúa, para ambos sexos. 

Pero entonces, si no se trató de una cuestión de género, es decir meramente de "varones", entonces ¿Quiénes fueron y/o son los  Patriarcas de esta gran narrativa fantástica que es nuestra historia?  ¿Quizás unos pocos hombres? ¿Unos que tuvieron la certeza de escuchar la voz de los Dioses? O la voz de un Dios que supuestamente les habla desde las tinieblas. Unos pocos hombres que se proclamaron “médiums” entre los dioses y los hombres. Estos pocos hombres fueron por lo general considerados “héroes” en sus épocas, tanto en la mitología - Apolo, Zeus, Orfeo, Teseo - como en Roma los Patricios o los descendientes de las 30 curias primitivas, es decir 30 cognomes, 30 familias selectas. Luego encontramos también los bíblicos, esos grandes autores de la civilización como Moises, Abraham, Isaac, Jacob. Ni hablar de los sares, faraones, emperadores, los Césares, o en nombres propios tales como Alejandro Magno o Napoleón Bonaparte, y así podríamos continuar nombrando ciertos Padres de ciertas patrias, padres que nombraron y se apropiaron de lo nombrado.  La historia, este maravilloso mito que nos hemos contado a nosotros mismos con el pasar de los años, da cuenta de la existencia de este tipo de hombres “excepcionales” que fueron  los autores de un cierto orden, de una cierta forma de ver el mundo y hacer las cosas, una autor-idad. Lo que no debemos dejar de tener en cuenta es que estos hombres “excepcionales”, estos autores de realidades,  han sido tenidos en cuenta por el resto de los hombres y mujeres de la “tribu” como lo más parecido que han conocido a un Dios y es por eso que se hacen estatuas en su nombre, se erigen monumentos, se pintan lienzos, etc. 


Desde los cimientos de la civilización numerosos humanos, hombres y mujeres, no fueron siquiera considerados “humanos” mientras unos pocos se erigían a sí mismos como intermediarios de los dioses y por tanto los propietarios indiscutibles del útero y del mundo. Por tanto, esta sociedad nuestra a la que llamamos Patriarcal no se trató de una cuestión de género sino más bien de cognomes, de linajes, de pequeños grandes dioses o humanos endiosados.


¿Y qué es un Dios sino un sustituto del padre? Como nos dice Freud en El porvenir de una ilusión de 1927, Dios es una añoranza de la figura paterna. 


Conduzcámonos ahora a la cosmovisión religiosa que Freud nos plantea en Totem y Tabú y recordemos al Dios del antiguo testamento, ese Dios que se declara como un Dios celoso, que castiga y premia a sus hijos en función de su conducta, que un Padre todopoderoso que protege a sus hijos y por tanto ofrece “garantías”, al menos la garantía de que hay algo ahí donde creemos que no hay nada, o la garantía de que alguien nos guiará en el camino hacia una la tierra prometida y que por tanto es sinónimo de orientación, de seguridad, de sustento. Al mismo tiempo, Dios, el Padre, es quién guía y orienta a través de La palabra - La palabra del señor - , es decir, a través de sus mandamientos, de sus “leyes” y por qué no, de sus castigos. La Torá es la ley sagrada, esa ley que Dios Padre manifiesta a través de su voz haciendo uso de la palabra. Dios Padre, ese que nombra, es quién ordena a través de su ley y hace que sus hijos obedezcan ¿A cambio de qué? De garantías.


Ahora bien, los "hijos de Dios" sienten una gran admiración por esa divinidad que ejerce la función Paterna, es decir, la función de Nombrar, de guiar, de orientar, de ordenar, etc. aunque simultáneamente en ocasiones sienten ardientes deseos de matarlo, de matar al padre, es decir, de deshacerse de aquél que encarna la función de la Ley. El parricidio es un intento de liberarse de la ley. ¿Y por qué sentiríamos tal deseo? Sencillamente porque la ley actúa como la palabra, "contra-natura", es decir, como una fuerza que contrarresta una potente inercia, esa inercia es el goce, es decir, nuestro lado más pulsional, más instintivo, si se quiere.  


Por el hecho de no ser causa de nosotros mismos, es decir por el simple y llano hecho de ser producto del Deseo de alguien más, debemos casi que por naturaleza acatarnos a ciertos órdenes y normas con nuestra llegada al mundo pero al mismo tiempo, por el mismo hecho de ser seres para la muerte estamos a la vez condenados a sobrevivir al padre, es decir, a sobrevivirlo en tanto que generación, siendo que el proceso biológico habitual es que los hijos entierren a sus padres y no al revés. Como decía Nietzsche “La vida es una fuente inagotable que constantemente produce individuaciones” y la misma genética explica que hasta las células deben dividirse y ser mortales para poder reproducirse. Ese “matar al padre”, del que hablaban Dalí y Picasso, entre otros, es por supuesto matar al padre como metáfora, como acto de sublimación, representando un ir más allá de lo estatuido, de cuestionar la norma y crear un nueva forma de nombrarnos, de orientarnos y regularnos en función de nuestro deseo, el cual no lo olvidemos, siempre pasa por el otro, por el discurso y por la época.


Esta dualidad experimentada respecto al “Padre”, esta ambivalencia para con la función paterna, es decir respecto a La ley, es casi condición misma de lo humano, ya que por un lado la deseamos - y necesitamos - pero por otro la odiamos, porque como hemos visto La ley es ambivalente y por un lado protege y ampara pero por otro quita y castiga. Es importante recordar en este punto al gran Kafka,  cuando en su Carta al padre dice: “Tú eras la medida de todas las cosas”. La función paterna - la de Dios Padre - es aquella con la que el hombre mide su habitar, “Dios es la medida con la que el hombre mide su habitar”, decía Heidegger, y al mismo tiempo es una vara recta que castiga cuando las cosas no salen conforme a lo esperado, o mejor dicho, a lo establecido.


De esta notable ambivalencia dan cuenta no sólo numerosos mitos de la mitología griega, como el de Edipo, sino también el propio mito cristiano en el cual el pecado original del hombre es indudablemente un pecado contra Dios - padre. Si Cristo redime a los hombres de la carga del pecado original sacrificando su propia vida - nos recuerda Freud en Totem y Tabú -  nos constriñe a inferir que aquél pecado fue un asesinato. Según la Ley del Talión un asesinato sólo puede ser expiado por el sacrificio de otra vida. El crimen no pudo haber sido otro sino el parricidio.


El cristianismo íntegro es la metáfora de este enriedo entre la añoranza de un Padre protector - de una Ley y un orden- y un ardiente deseo de liberarse de ésta.

Por esto podríamos decir que La culpa, el sentimiento cristiano por excelencia, es justamente el efecto que surge de haber reprimido ese intenso deseo de matar al padre. Lacan dirá que sólo puede sentirse culpa cuando se ha actuado en contra de un deseo intenso, pues ese deseo intenso es el propio parricidio, es decir, el deseo de librarse de esa Ley y poder gozar así ad Infinitum. La culpa es síntoma a su vez de haber entrado en La ley, o en términos más psicoanalíticos, es un efecto propio de la castración. Es por esto que en el mismo mito del Génesis bíblico lo primero que experimentan Adan y Eva al haber comido la manzana del árbol de La ciencia, del bien y del mal, es justamente culpa - y vergüenza - ante su propia desnudez, es decir, ante su propio ser sexuado. La vergüenza y la culpa siempre son ante un otro.

La culpa es el resultado de la represión de un deseo, el deseo de matar al padre, es decir,  de burlar la Ley.


Ese es el crimen por el que luego se espera, aunque fuera inconscientemente,  un castigo. El castigo es la Ley operando sobre el propio cuerpo, es decir,  sobre el impulso de matar aquello que intercepta la satisfacción absoluta a la que aspiraría el goce, el cual es acéfalo y sólo quiere gozar. 

El goce - lo hemos postulado antes - funciona de forma similar a lo que en física se conoce como “inercia”, una suerte de resistencia constante que oponen los cuerpos ante el hecho de modificar su estado (ya sea de movimiento o quietud) y que sólo puede ser vencida en caso de ser contrarrestada por otra fuerza - el Deseo - que se opone a ella, aunque en el fondo ambas formen parte de la misma mecánica. Deseo y Goce son dos fuerzas que se contrarrestan la una a la otra, operando la fuerza del Deseo siempre desde un supuesto exterior, desde un otro - ya que  viene de “fuera, de otro”, como la palabra y la ley - mientras el goce se hace sentir desde el interior del mismo organismo a modo de impulso, de tensión, de pulsión y por tanto es algo que proviene del mismo “pulso vital interior”.  

El Padre, como función psíquica rescata al sujeto de ahogarse en su mismidad, ya que el goce llevado al extremo - sin ninguna interrupción por parte de un deseo - equivaldría al ensimismamiento absoluto e incluso a la muerte. La ley, La palabra, es la que salva al sujeto de quedar atrapado en sí mismo ya que lo confronta a responder a un otro, a ese otro que le exige que aprenda y cumpla dicha ley y por tanto responda a un determinado orden. La cuestión es que, paradójicamente, esa misma Ley es la que impide que el sujeto se desenvuelva a merced de su propio querer y parecer y es por esto que se la odia y se hacen esfuerzos por librarse de ella.

He aquí la paradoja, no sólo de Edipo, no sólo del mito cristiano, sino de todo hombre y toda mujer que ha pisado este mundo: Todos nos vemos asaltados por esta ambivalencia respecto a la función paterna y destinados a sentir esa constante oscilación entre el amor y el odio, el desafío y la culpa, el Deseo y el temor. He aquí la esencia del humano, el único animal parlante de toda la naturaleza.


El secreto quizás sea aquél que elaboró Lacan al decir que había que saber servirse del Padre pero pudiendo prescindir de él.



Gracias,




 
 
 

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