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Ensayo sobre la locura

  • Writer: Florencia Franco
    Florencia Franco
  • Sep 1, 2018
  • 36 min read

Updated: Aug 18, 2020





Las siguientes líneas están inspiradas principalmente por una pregunta que me asaltaba el pensamiento más recurrentemente de lo que me hubiese gustado: ¿Por qué a día de hoy, en la era de la prisa y de la urgencia, en la cual como bien expreso Paul Valèry, la mente suele alimentarse de permanentes cambios súbitos, una historia escrita hace cuatrocientos trece años titulada como “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” sigue vigente?


“El periódico de ayer es viejo pero el Quijote sigue siendo actual” expresa José María Barreda Fontes en uno de sus prólogos. A veces me he preguntado ¿Qué es lo que hace que el Quijote sea el libro más editado de la historia, incluso más que la biblia? ¿Cuáles podrían ser las razones para que esta novela se convirtiera en un hito en la literatura mundial y en la cultura universal? También cabría preguntarse por qué se han realizado tantos estudios de toda índole sobre ella.


No estaría de más recordar que incluso el mismísimo padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, confesó haber estudiado español para leer el Quijote en su lengua original, así como Arthur Schopenhauer no vaciló al afirmar que la versión hispana del Quijote ocupaba un lugar en su vasta biblioteca. Jorge Luis Borges le dedicó varios años de su vida y se lo solía escuchar diciendo que cada vez que conocía a alguien que no hubiera leído aún el Quijote le expresaba la enorme suerte que éste tenía, pues todavía se encontraba en sus manos la posibilidad de sumergirse por vez primera en la historia más maravillosa que se haya escrito jamás, y como sabemos, toda primera experiencia de satisfacción es mítica.


Si la literatura es, al fin y al cabo, una creación del hombre y por tanto ésta no puede estar hecha más que a su semejanza: ¿Qué es lo que sigue vigente desde los tiempos en que Miguel de Cervantes Saavedra escribió las líneas que al sol de hoy nos maravillan? ¿Qué vemos de nosotros mismos en las hazañas del último caballero andante? ¿Qué nos revelan por ejemplo su jamás imaginada aventura de los molinos de viento y esos otros sucesos de felice recordación?


En otros términos, menos poéticos si se quiere, las presentes palabras surgen a partir de la pregunta por aquellas preguntas que el hombre se ha formulado a lo largo de la que él mismo llama humanidad. Dicho de otro modo, por esas preguntas que nos señalan con el dedo los grandes problemas metafísicos del hombre. Me gusta recurrir a la literatura y a la poesía porque creo que en ambas se puede encontrar - entre otras cosas - el registro, la constatación por escrito, de aquello que en todo ser humano insiste pese al paso invariable e inevitable del tiempo. Podríamos decir también que muchas veces la literatura nos ofrece una clara radiografía de aquello que se repite de humano en humano, de esos problemas existenciales que demuestran que un hombre es todos los hombres. Es por ello que hoy por hoy uno puede sensibilizarse con un escrito de Borges o de Neruda del siglo XX, aterrarse o estremecerse con un Edgar Allan Poe del siglo XIX.


Quiero pensar que si estas palabras de Cervantes, escritas a comienzos del siglo XVII, tienen el poder de generarnos los más vívidos afectos y las más entrañables emociones, eso significa que nos tocan algo a nivel del alma. Si aún hoy aquellas palabras son capaces de causar eso, es nada más ni nada menos, que por el hecho de que detrás de ellas se enmascara eso que sea que insiste. Eso que demuestra no cesar de no escribirse en nosotros.


La pregunta es, qué es eso. ¿Qué es lo que vemos de nosotros mismos en una novela escrita hace más de cuatro siglos? ¿Acaso no se suele decir lo contrario, es decir, que el ser humano ha cambiado demasiado a lo largo del tiempo a tal punto que ya nada guarda de semejante con aquél hombre que no conoció siquiera la luz eléctrica? ¿No se hace alarde comúnmente de lo “avanzado” del mundo de hoy en día? No pretendo negar, ni siquiera cuestionar que algo cambia con el tiempo, de ahí la metáfora de Heráclito del tiempo y el río, pero ¿Podríamos por un momento considerar el hecho de que esta novela pudiese servir como ejemplo para mostrar cómo a veces lo que cambia son sólo los semblantes, es decir, las formas?


En relación a ello, una vez más, volvemos a encontrarnos con la física moderna: La materia siempre es la misma. Lo esencial no es susceptible al cambio. Karl Sagan lo anunciaba de una forma que rozaba la poético al decir: “La impresión de infinito que nos produce mirar el firmamento en una noche clara, la podemos sentir también cada vez que miramos a nuestro alrededor. Así, recordamos que todos y cada uno de los átomos que forman toda esa materia que nos rodea, incluidos nosotros mismos, no somos ni más ni menos que polvo de estrellas


A mediados del año 2017 y comienzos del 18, durante el cursado en ACCEP y maravillosas caminatas nocturnas en el Raval con Andrés Borregales, comencé a pensar e investigar el fenómeno de la locura. Fue en una de esas charlas en las que ese hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor que se nombró a sí mismo don Quijote de la Mancha me asaltó las ideas hasta el punto de que ciertas noches llegué a soñar con él. Era indudable que esa novela me había marcado para siempre y de tanto en tanto me gustaba recordarla pero esta vez se me presentaba también con otros fines, junto con las preguntas que antes mencioné. Así por tanto, volví a chapucear en la letra de Cervantes luego de cinco años de haber leído por primera vez el Quijote. Allí, debo reconocer, que tuve la gracia de poder reencontrarme con un gran amigo, el ingenioso Hidalgo, pero esta vez también en busca de procurar también bordear esas preguntas enigmáticas que hemos mencionado. La pregunta por la verdad, por el bien y el mal, por la libertad, la cordura y la locura, el amor y por supuesto, el ser.


EL CABALLERO QUE CREYÓ QUE ERA LO QUE ERA


“Llenósele la fantasía, de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias… y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”.


Es imprescindible que por un momento nos dejemos abstraer por el túnel del tiempo hasta aterrizar en los años en los cuales Cervantes escribió el Quijote tan solo con el fin de contextualizar.


Según se deja entrever en los anales de la historia, Cervantes vivió en la España de los reinados de Carlos I, Felipe II y su hijo Felipe III, en plena cumbre de lo imperial cuando Gracián que afirmaba que “la corona de España era la órbita del sol”. Al mismo tiempo, se habla de una gran decadencia económica y de una España inadaptada a los efectos que presentaba el amanecer de la mundialización. A nivel europeo, los años en los que vivió Cervantes coinciden también con los de Galileo Galilei, considerado por muchos como el padre de la astronomía y de la física moderna, y por otra parte nada más ni nada menos que Descartes, padre del método que acompaña la ciencia, por lo que no podríamos negar que el Quijote fue escrito en pleno conflicto entre la religión y la ciencia en la sociedad occidental, en el margen de la revolución científica. No debería extrañarnos entonces que El ingenioso Hidalgo don Quijote de la mancha sea considerada la primera novela moderna. ​


Me resultó imposible no sorprenderme sobremanera al percatarme de que Miguel de Cervantes en aquellos tiempos ya tuviera la corazonada de algo que Lacan representaría muchos años más tarde de forma sublime en “Acerca de la causalidad psíquica” del 46: Que no estaba menos loco un hombre que se creía rey que un rey que se creía rey. Ambos, a simple vista, coinciden con que la locura algo tiene que ver con la certeza, con el hecho de que el sujeto se crea en suma lo que es.


El Quijote no estaba loco por el hecho de haberse destinado a ser un caballero andante. ¿Cuántos caballeros andantes hubo antes que él sin ser por ello necesariamente catalogados de locos? Se dice que a Alonso Quijano se le seca el cerebro de manera tal que viene a perder el juicio (P.20, Biblioteca IV Centenario)cuando se empecina en creer, como Cervantes bien lo enuncia, que no había historia más cierta en el mundo que la suya.

Alonso Quijano, entrañable Hidalgo, de un lugar del cual no se quiso recordar el nombre, pierde el juicio, como su autor describe, en el momento en que comienza a “no dudar de nada”. Esto me da la pauta para pensar que Cervantes ya intuía algo que años más tarde Arthur Schopenhauer pondría en palabras: Que la realidad empírica no es más que nuestra propia representación.


El fondo del espíritu es delirio, no deberíamos ya negarlo y sobre todo asumir que el mismo hecho de venir al mundo es ya de por sí una locura, como bien dice Andrés Borregales. Lacan supo bien cómo dar el giro adecuado para plantear que “la locura es la normalidad”. Todos estamos locos a partir del hecho de que debamos recurrir a un delirio, o llámese si suena mejor, a una realidad subjetiva, que nos sirva para hacer algo con ese gran agujero negro que representa para todo sujeto el hecho de que no haya relación/proporción sexual entre los seres hablantes, sumado a la imposibilidad de encontrar una respuesta a la pregunta por el lugar que uno ocupa en el deseo del Otro, a la dificultad de concebir la propia finitud de la existencia y a la compleja materia que representa el estar sujetos a una vida que se vive hacia adelante pero se comprende hacia atrás.


¿Quién está menos en sus cabales, un sujeto que supuestamente está delirando o aquel otro que procura imponerle que su realidad no es real? ¿Qué su realidad no es real? ¿Acaso hay una realidad para todos?


Esa es una de las primeras preguntas a las que invita a preguntarse nuestro caballero andante. Jorge Luis Borges me acompañaría aquí diciendo que Miguel de Cervantes supo que la realidad está hecha de la misma materia que los sueños. Pero si toda realidad es delirio ¿Qué diferencia hay entre un loco y un supuesto cuerdo? Recuerdo que muchas veces he oído a algunos decir que loco es todo aquel que no se adapta a la realidad en la que vive, otros más procaces incluso, dicen que loco es aquel que vive fuera de la realidad. ¿Pero a qué fuera se referirán? ¿A qué realidad?


Ya Nietzsche lo exclamaba a los cuatro vientos en el siglo XIX: “¡No hay ningún fuera! Cosa que la ciencia misma afirma, con el tan renombrado “Principio de incertidumbre o de Heisenberg” el cual anuncia que es imposible medir simultáneamente y con absoluta precisión el valor de la posición y la cantidad de movimiento de una partícula. ¿Y esto porqué es así? Pues porque el mero hecho de medir altera lo que se mide. La ciencia misma reconoce que no se puede saber nada del espacio exterior sin pasar por la vía de la consciencia humana y por ende que todo aquello que el hombre observa no es lo que es sino lo que él se representa de ello.


El mundo es mi representación, afirmó rotundamente Schopenhauer. Freud, lector de aquél en su momento, lo testifica claramente al evocar que no vivimos en la realidad sino en nuestra propia imagen de ella. No deberíamos entonces permitirnos ya dudar del hecho de que dicha realidad es siempre psíquica, siempre ficción, ficciones diría tal vez Borges y a mi parecer muy apropiado porque siempre es de uno en uno.


Lacan, en los tres registros que conforman el psiquismo, ubica a la vida en lo real. ¿Podría ser por el hecho de que nadie tenga en sus manos la receta de cómo hay que vivir? A pesar de que en estos tiempos que corren, en los cuales se puede palpar hasta en el viento esa premura por acceder a una supuesta felicidad o a un supuesto éxito, muchos son los que se publicitan como aquél que posee el don del saber - los llamados "expertos" - y como aquél que conoce los pasos a seguir para anular, en resumidas cuentas, la imposibilidad de la relación sexual. Esta misma mañana leí en el periódico “La vanguardia” un artículo que hacía referencia a un joven psicólogo argentino de la corriente de las neurociencias que afirmaba tener en su poder la fórmula de amor. De todas formas, a pesar de que a algunos les guste creerle a estos supuestos expertos, lo cierto es que nadie conoce una fórmula de cómo hay que amar, vivir o ser feliz y que sea además aplicable a todos los humanos. El hecho de que no exista receta ni formula de ello prét a portè invita a cada sujeto a preguntarse e inventarse la propia.


Recientemente en una entrevista a Zygmund Bauman lo oí afirmar que hoy en día toda idea de felicidad acaba siendo una tienda. Al parecer en algún momento la idea de lograr una felicidad absoluta se convirtió en una rentable idea de negocio, apalancada por un discurso capitalista que empuja constantemente a acrecentar dicha ilusión.


Sea como sea, lo cierto es que nadie dispone de un saber – hacer con la vida que pueda aplicarse a todos los seres parlantes.


Schopenhauer hubiese estado probablemente de acuerdo con Lacan en cuanto a poner a la vida en lo real ya que como el mismo profesa, en su libro “El mundo como voluntad y representación” en un capítulo titulado “Sobre la esencia intrínseca del arte”, el resultado de toda concepción artística es una expresión más de la esencia del vivir y el existir, una respuesta a la pregunta ¿Qué es estar vivo?


Retomemos entonces el asunto de la locura. Si la realidad es de uno en uno, si toda realidad es una representación, si nadie sabe qué es esto a lo que damos el nombre de vida… ¿Qué es lo que diferencia al loco del cuerdo? Evidentemente, como Lacan esboza en el seminario III, lo que está en juego no es la realidad.


Lacan se ocupa de ello de manera excepcional, a mí entender, en “Acerca de la causalidad psíquica” cuando anuncia que loco sería aquél que no reconoce como propio ese hombrecito dentro del hombre.


El sujeto es siempre sujeto dividido por el inevitable hecho de estar sujetado al lenguaje, por lo tanto, tendrá siempre en sí algo que piensa sin él. Una otra escena, en términos de Freud, escena que no es más que el lugar del Otro, ese “eso piensa” de Nietzsche o en todo caso, el dolor de cabeza del hombrecito mencionado. Los artistas han sido siempre un vivo ejemplo de esta división subjetiva, es por ello que en varias entrevistas se puede escuchar a Cortázar reconociendo una extraña sensación de vergüenza que lo invadía al firmar sus cuentos porque ni siquiera estaba seguro de ser el autor. Borges anunciaba públicamente que nunca podía estar seguro del desenlace de sus cuentos, podía saber cómo mucho el principio o el final, pero finalmente siempre era el cuento el que acababa escribiéndose a sí mismo.


El asunto entonces se produciría, según Lacan en “Acerca de…” en que el loco no reconoce esa otra parte suya como propia sino que más bien la eyecta de sí hasta volverla otro de carne y hueso que luego le retorna desde el exterior, a la manera de un perseguidor por ejemplo. Es por ello que se puede decir que el loco no se reconoce en sus propias producciones.


El loco no reconoce en su bella alma, que también él contribuye al desorden contra el cual se subleva” anuncia Lacan, y luego sigue: “Ni tampoco reconoce en el desorden de ese mundo la manifestación misma de su ser actual”


En esta instancia Lacan se pregunta: ¿Cuál es, por lo tanto, el fenómeno de la creencia delirante? Es, decimos el reconocimiento, con lo que este término contiene de antinomia esencial. Y luego aclara que desconocer supone per se un reconocimiento ya que lo que se niega debe ser de una forma u otra reconocido. Más adelante, en el mismo texto, denuncia que el asunto consiste en saber qué conoce el sujeto de él sin reconocerse allí. ¿Pero cómo podría buscarse algo que no se ha perdido? He aquí donde podríamos pensar en el mecanismo de la forclusión, el cual nos demuestra que ante esa hiancia que el significante instaura en todo parletre, el psicótico en lugar de preguntarse por ella directamente se responde. En otras palabras, a partir de ese hueco constitutivo de todo ser humano parlante, en lugar de surgir una pregunta, resuena automáticamente una convincente respuesta. Una respuesta que es vivida íntegramente en el registro del sentido, lo cual da cuenta, como Lacan asevera, que el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser en general, es decir, del lenguaje para el hombre. Digamos que el loco no duda, sino que más bien, en cada intervalo de su pensiero en el cual surge un espacio para la pregunta por el deseo del Otro, se asoma simultáneamente una certidumbre que hace que el sujeto se crea, en suma, lo que es. Esto queda clarísimo en la descripción que Cervantes profesa al relatar la “pérdida de juicio”, para usar sus palabras, de Alonso Quijano: “Que para él no había otra historia más cierta en el mundo”.


En el seminario III se puede captar claramente cómo Lacan evoca que para el sujeto “normal” no hay nada justamente más característico que el hecho de no tomar del todo el enserio las diferentes realidades que se le presentan y cuya existencia por tanto reconoce. Podríamos decir que el neurótico se puede permitir ensayar otros destinos posibles aunque sin quedar atrapado en ninguno de ellos. La duda lo rescata, la posibilidad de pensar que lo peor no siempre es seguro le permite hacerse preguntas al respecto. Para el sujeto neurótico, Lacan lo dice, la certeza es la cosa más inusitada mientras que para el loco es radical e inquebrantable. La certeza, esta creencia delirante del sujeto, hace las veces de fenómeno elemental en la estructura psicótica.


¿No es acaso un buen momento para recordar aquella fantástica y emblemática escena en la cual nuestro andante caballero descubre a lo lejos treinta, o pocos más, desaforados gigantes con quienes no se le ocurre idea mejor que hacer batalla y quitarles a todos las vidas, haciendo oídos sordos a su fiel compañero que no titubeaba al advertirlo de que esos no eran más que molinos de viento? Así todo, Don Quijote no solo calla a Sancho sino que además lo acusa de temerario, lo quita del medio, lo manda a rezar y acto seguido emprende la más fiera y desigual batalla con esos “gigantes” hasta acabar, como era sabido, rodando muy maltrecho por el campo junto a su inocente Rocinante.


De igual modo, luego de semejante accidente, su escudero lo asiste estupefacto y le dice:

“¡Válame Dios! ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

La certidumbre respecto a lo percibido y la significación otorgada a la misma no dejan lugar a dudas en nuestro queridísimo caballero. Esto sucede debido a lo que se explica cuando Lacan dice que, cito, donde en el primer grado estaba la falta, el vacío de la significación, la imposibilidad de responder a la pregunta ¿Qué significa esto? adviene algo que no es vacío, sino certidumbre, una certidumbre de que eso significa, inherente al significante. Esto no es otra cosa que, como dice Colet Soler en lo Inconsciente reinventado, la definición misma del enigma que el sujeto psicótico encuentra y toma a cargo. Es la certeza la que da su peso, su alta densidad, al significante surgido en lo real. La certeza hace de telón ante la deficiencia de la significación fálica. Y, como es evidente, lo que está en juego en esa certeza le concierne. ¿Por qué sino atacar a esos gigantes?


El Quijote está lleno de ejemplos de esto, uno muy apropiado nos lo da Cervantes en el capítulo en el cual Alonso Quijano se nombra a sí mismo y decide salir de su tierra por vez primera:


Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer”.


No se debería dejar de lado, al respecto de dicha cita, esa sensación de ser “imperiosamente llamado” que Lacan evoca en el seminario del Sinthome al percatarse de que Joyce se sentía llamado a otra cosa que no fuera identificarse con los demás. En este caso se podría decir que el Quijote se siente llamado, como el mismo dice, a deshacer los agravios que se le presentan y que sólo él puede resolver.


Volviendo a la batalla contra los molinos de viento una vez más, sólo con intención de constatar hasta qué punto esa certeza mencionada es inquebrantable, ante las protestas de su honorable escudero Sancho Panza, antes de arrepentirse, disculparse, excusarse o sentirse avergonzado, Don Quijote grita a los cuatro vientos:


¡Calla, amigo Sancho! Que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos para quitarme la gloria de su vencimiento…


Lacan, nuevamente en “Acerca de…” agrega que el loco no reconoce su manifestación del ser en el desorden del mundo que advierte debido a que lo que experimenta como ley de su corazón no es más que la imagen invertida de ese mismo ser, es por ello que el Quijote atribuye a ese sabio Frestón el hecho no sólo de haberle robado los libros, como su tía y sobrina le dijeron, sino también la causa de haber convertido a esos gigantes en molinos para quitarle la gloria de su indiscutible vencimiento. Lo que jamás se cuestiona es que lo que haya visto o vivenciado pudiese haber sido de otra manera, porque justamente lo que se procura todo el tiempo es forcluir ese sin-sentido que es para todo sujeto esa x del deseo del Otro.


En la neurosis, dada la represión, el sujeto tiene la posibilidad de arreglárselas con aquello que vuelve a aparecer, es decir, con aquellos retornos de lo reprimido pero en cambio en el terreno de las psicosis cuando algo aparece en el mundo del sujeto que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra inhabilitado para poder hacer funcionar la verneinung con respecto al acontecimiento. Esto no puede producir más que una eyección automática del compromiso simbolizante propio de la neurosis ya que el proceso se presenta en otro registro a través de una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario.


La clave está en uno de los significantes que más se suelen utilizar para describir al loco: “Desquiciado”. Y esto se debe justamente a que el loco no se reconoce esquiziado, dividido, entre él y esa otra parte de sí que no es más que si mismo. Digamos que estaría vaciado de esa otredad ya que no la reconoce como propia. Es por ello, por no poder de ninguna manera reestablecer esa relación del sujeto con el otro, mediación simbólica, entra directo en otro tipo de mediación de carácter imaginario.


Es por ello justamente que Lacan al referirse a la locura habla de una “estasis del ser” en la cual el sujeto, a mi entender, queda prisionero en la cárcel que implica el sentido, siempre imaginario, que yace del lado del Otro, es decir, queda alienado a ese Otro.

Recuerdo que Ernesto Sábato, en su libro “El escritor y sus fantasmas”, se pregunta algo que me resulta esencial a la hora de abordar el porqué de la escritura: ¿Por qué estamos hoy y aquí? ¿Qué hacemos, qué sentido tiene nuestro existir limitado y absurdo, en un insignificante rincón del espacio y del tiempo, rodeados por el infinito y la muerte? Me parece interesante rescatar esas preguntas que asumo que de algún modo u otro pasan por la cabeza de todo sujeto, son por tanto podríamos decir, un real que insiste desde que el hombre es hombre y habla. La diferencia radica en los semblantes y además, en las respuestas de cada uno, o más bien, en el modo de responder. Tal vez Sábato reconozca allí una de las funciones primordiales de la escritura, a saber, ante la falta de una respuesta que viniera a dar cuenta de la pregunta por la propia existencia y por el lugar que ocupa dicha existencia en el deseo del Otro, el escritor o el artista en general, goza de la creación de sentido en sus elaboraciones y obtiene así una compensación a la manera de sentir que algo del lado del ser se avecina. Esto acompaña lo que Lacan introduce en Aún cuando dice que la función propia de lalengua no es la comunicación sino más bien el goce.


Esto no sólo es válido para los escritores sino para todo sujeto, simplemente por el hecho de que todo el tiempo se escribe. Cada acto es una escritura, todo escribe a nuestro alrededor, “hasta la mosca escribe en las paredes de la sala” decía M. Duras. Todo el tiempo escribimos y muchas veces en esas escrituras ensayamos otros destinos, siendo la duda esa soga que se nos presenta para permitirnos salir de allí y no quedar atrapados en ellos.

Ni lo uno ni lo otro. La alienación consiste en ese vel que condena al sujeto a sólo aparecer en esa división. De un lado, el sujeto aparece como sentido producto del significante y del otro, aparece como afánisis, lo que sería decir que aparece como desaparición a nivel del ser. Nos encontramos ahora en el terreno de la causación del sujeto. El sentido está, tal y como Lacan lo ilustra en el seminario XI, del lado del Otro.


¡La bolsa o la vida! La posibilidad de elegir la bolsa y perder ambas o de lo contrario, elegir una vida inexcusablemente cercenada. ¿De qué? Desde luego que al menos de la bolsa, pérdida ineludible a la que Lacan dio el nombre de objeto a, pero eso ya instaura el hecho de que todo no se pueda, ese inapelable no - todo en el que desemboca siempre la cuestión. Si algo se pierde por el mero hecho de estar vivo ¿Cómo no hablar aquí entonces de libertad? Freud mismo lo anticipó al dar el tercer golpe contra el narcisismo de la humanidad anunciando que el yo no era el amo ni en su propia casa. ¿Y eso que significa? Bueno, por lo menos que el ser humano nunca podrá ser libre de sí mismo ya que siempre estará dividido entre un ello que gobierna el reino de las pulsiones y un atormentado yo que busca poner un poco de orden en el campo de la consciencia haciendo de intermediario entre ese ello y otra instancia denominada súper yo.


Esto daba cuenta de un real, de una imposibilidad de abordarlo todo a través de la conciencia, un detrimento al hecho de que podamos creer que realmente pensamos antes de actuar, y ni hablar también al hecho de creer que se puede decir aquello que se quiere decir. No hay tal libertad. Nietzsche lo enunciaba perfectamente cuando afirmaba que es falsificar los hechos decir que el sujeto “Yo” es la determinación del verbo “pienso”, lo cual lo llevaba claramente a anunciar que algo piensa. ¡Adiós al cogito cartesiano! El sujeto no es libre de sí mismo como tampoco es causa de sí mismo, nadie vino al mundo porque así lo quiso. Todos somos causa de alguien más, es por eso que la causa está siempre del otro lado o mejor dicho, del lado del Otro.


Aquí ya no hablamos entonces de bolsa, hablamos de libertad. ¡La libertad o la vida! Si se elige la vida, como Lacan dice, será entonces una vida amputada de libertad. Esto es, a mi parecer, más que representativo en el caso de nuestro caballero de la triste figura, quien cree poder encontrar esa libertad anhelada en la locura.


Y así se aquietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquél que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras” El Quijote, como el mismo Cervantes afirma, mantiene la certeza de que por obtener la libertad, una especie de libertad absoluta, se debe estar dispuesto a apostar la mismísima vida. A lo largo de sus aventuras, nuestro caballero andante, no deja de relatar en voz alta “su afán por deshacer agravios, enderezar tuertos, enmendar sinrazones, mejorar abusos y satisfacer deudas”, resumámoslo, en una brega por velar todo aquello que la castración deja sin cabeza. Es por esto justamente que la locura, en cierto modo, se promociona a sí misma como una seductora respecto al ser ya que el ser se identifica con la libertad, ocupando en las psicosis el Ideal, el lugar de la infinitización de la libertad. Es por eso, quizás, que Pablo Neruda decía: “Hay un placer en la locura que sólo el loco conoce”.


Lacan lo esbozaba claramente al referirse a la locura y a la libertad como a esas dos fieles compañeras y al decir que la locura sigue como una sombra el movimiento de la libertad. (Escritos pág. 174) No sólo porque el sujeto a través de aquella insondable decisión del ser pueda confundirse en esa trampa del destino que lo engaña respecto de una libertad que no ha conquistado (Pág. 175 Escritos) sino también por el paradójico hecho de que, cito a Lacan nuevamente, al ser del hombre no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.

No puedo no recordar en este momento el magnífico drama mítico de Cortázar titulado “Los reyes” en el cual se refiere tanto a la cordura como a la locura como “esas dos cárceles”. El Minotauro, encerrado en el laberinto por el extraño modo en el que combina y utiliza la palabra, ni bien tiene la posibilidad de escapar de allí al ver el hilo de Ariadna ante un distraído Teseo opta por no hacerlo, total ¿De qué serviría, si allá afuera está esa otra cárcel? Prefiere por tanto quedarse allí y morir dignamente aunque no sin antes angustiar a Teseo quién no acaba de comprender que en verdad a quién desea eliminar no es al minotauro, sino a ese otro que lo atormenta haciéndole notar a ciencia cierta que lo que considera “su realidad” no es más que una mera representación de ella y, como si fuera poco, demostrándole que no todos gozan de la misma manera. Eso es, entre otras cosas, a lo que nos enfrenta la locura.


Forclusión, renegación o represión, en ninguna de esas vías el sujeto se libra del no – todo, lo que cambia es sólo la manera de comportarse ante ello. Esa libertad absoluta que liberaría al hombre hasta de sí mismo es una ilusión. La libertad también es no –toda. Lacan en su conferencia de 1953 en la Societé Francaise de Psychanalyse, titulada “Lo simbólico, lo imaginario y lo real” advierte que: desde que se trata de lo simbólico, es decir aquello en lo que el sujeto se compromete en una relación propiamente humana, desde que se trata del registro del “yo” (je), aquello en lo que el sujeto se compromete en “yo quiero…yo amo…”, hay siempre algo problemático, es decir, hay ahí un elemento temporal. Esto plantea todo un registro de problemas que deben ser tratados paralelamente a la cuestión de la relación de lo simbólico y de lo imaginario. Como es sabido, aquello que sea o no la libertad siempre estará estipulado por medio del significante, en función de un discurso determinado y en base a un ideal.


Por otra parte, no deberíamos dejar de lado un asunto que en un principio puede resultar obvio pero no por ello deja de ser esencial: Además de la certeza que, como hemos mencionado, constituye un fenómeno elemental de las psicosis, podríamos así todo preguntarnos: ¿Qué es lo que hace que el psicótico quede, en muchas ocasiones, fuera del discurso público?


Para procurar ahondar en ello se hace imposible no conducirse nuevamente al seminario III en el cual Lacan enuncia que el establecimiento de dicho discurso común es un factor importante en la función propia del mecanismo de represión. A continuación Lacan pregunta ¿Qué es la represión para el neurótico? Y se responde: “Es una lengua, otra lengua que fabrica con sus síntomas”. Esto se hace evidente si pensamos que el síntoma del neurótico es esa escritura, ese mensaje entreverado que permite expresar la represión, lo cual nos lleva a deducir lo que Lacan afirma y es que “la represión y el retorno de lo reprimido son una sola y misma cosa”.


La verwerfung no es equivalente a la verneinung, no hay que confundirlas. Una cosa es la negación, la cual implica forzosamente un reconocimiento de la cosa a negar, y otra muy distinta es el rechazo, en el cual directamente hay un desprendimiento de esa cosa, un desistimiento en el cual el sujeto rehúsa de aprehender la cosa, no la toma siquiera con fines de rechazarla. De ahí que surja como una proliferación imaginaria, a – simbólica.



UN NUDO: LA LOCURA, LA LIBERTAD Y LA MUERTE


La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida.


Tal vez por el hecho de haber sido encarcelado en Sevilla o por su posterior cautiverio de cinco años en Argel como esclavo, lo cierto es que la historia de Cervantes tiene como punto de partida y de llegada, podríamos decir como epicentro, a la libertad.


Una vez que Alonso Quijano pierde el juicio lo primero que hace es nombrar a su caballo, a su amada y a sí mismo para así emprender su viaje siguiendo el camino que el son de la ley de su corazón marcaba. Así sin más, como todos sabemos, se enreda junto con su compañero Sancho Panza, en las más fabulosas aventuras, batallas y disparates que finalmente lograron lo que él mismo deseaba, a saber, que se entallaran en bronces, se esculpieran en mármoles y se pintaran en tablas.


Se siente así Don Quijote tan libre que a costa de esa libertad arriesga su vida, como él mismo se encarga de impartir, en cada batalla y no repara en acabar con las vidas de aquellos que para él se presentan como enemigos, en honor a su dama y a la divina justicia. Pero la historia no podía continuar así, Cervantes tenía muy claro que la libertad absoluta no era más que una ilusión, por lo que finalmente al llegar el Quijote a Barcelona, ciudad que lo acoge cálidamente por estar sus ciudadanos enterados de la historia del caballero y su amigo gracias a la publicación de una novela compuesta por un tal vecino de Tordesillas, comienza a encontrarse con un cielo que no pinta más que nubes negras y densas que resuenan a tempestad.


La ciudad Condal al parecer ya desde la época de este ingenioso caballero tenía fama de ser misericordiosa con el llegado de fuera, curiosa a su vez por conocer las mayores extravagancias que presenta con éste la diferencia. El Quijote es recibido, luego del encuentro con los cuarenta ladrones, por Don Antonio Moreno un caballero rico, discreto y honrado, bien contactado al parecer con gente de la corona.


Comieron aquél día con Don Antonio y algunos de sus amigos, honrando todos y tratando a Don Quijote como a caballero andante, de lo cual, hueco y pomposo, no cabía en sí de contento”


En Barcelona, se podría decir, que la locura de Don Quijote es digna de admiración y de respeto pero justamente en ese entonces, cuando las cosas parecían andar como viento en popa, aparece un inoportuno caballero haciéndose llamar “El caballero de la blanca luna” y desafía a Don Quijote diciéndole que “su dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que su Dulcinea del Toboso”. Al tocar así el talón de Aquiles del Quijote, le propone una batalla en la playa en la cual declara que si lograse vencerlo, debería dejar las armas y retirarse a su lugar, La Mancha, durante el cabo de un año.


Esta batalla es de suma importancia ya que es la que acaba venciendo al Quijote y obligándolo, ya que él cumplía con su palabra y era fiel a las leyes de la caballería, a renunciar a su oficio y a volver derrumbado a su aldea. Minutos después de haber triunfado en la batalla, poco antes de lograr darse a la fuga, aquél caballero de la blanca luna es interrogado por Don Antonio, al cual sin titubear le dice:


“A mí me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar de Don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuanto le conocemos, y entre los que más se la han tenido, he sido yo. (…) Salí de casa con intención de pelar con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que yo pensaba pedirle era que se volviese a su lugar, y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado. (…) Suplícoos no me descubráis, ni le digaís a Don Quijote quién soy, porque tengan efecto los buenos pensamientos míos, y vuelva a cobrar su juicio un hombre que lo tiene bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería”.


Otro intento, y este sí que será el último, del cura, tía, sobrina y agregados para procurar traer a Alonso Quijano de nuevo a casa e intentar curarlo de un supuesto mal provocado por leer tantos libros de caballerías. Antes de adelantarme, citaré las palabras textuales que un lúcido Miguel de Cervantes pone en boca de Don Antonio para responderle a este mentecato Sansón Carrasco:


“¡Oh, señor! – Dijo don Antonio - ¡Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él! ¿No veís, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos? Pero yo imagino que toda la industria del señor bachiller no ha de ser parte para volver cuerdo a un hombre tan rematadamente loco; y si no fuese contra caridad, diría que nunca sane don Quijote, porque con su salud, no solamente perdemos sus gracias, sino las de Sancho Panza su escudero, que cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía” .


Don Antonio demuestra que esos supuestos intentos por procurar curar a don Quijote sólo acabaron por destruir aquello que éste había logrado construir para sostenerse en el mundo: Su delirio, su ejercicio y por tanto, su mismísimo nombre. He aquí la demostración de que Miguel de Cervantes intuía algo que se supo luego con Freud y se volvió a confirmar más tarde con Lacan y es que el delirio ya es una solución en sí misma, en otras palabras, el delirio ya es una tentativa de curación, un dique que se construye para hacer de contención a eso de lo real que puja por desbordarse, con los efectos caóticos consabidos que ello provoca.


Así es como don Quijote, desarmado tanto de sus armas como de su delirio sostenedor, vuelve con Sancho a su aldea en la cual los suyos se alegran de tenerlo al fin de vuelta y se emprenden en la obstinada misión de curarlo. Un dato curioso es que al poco tiempo de llegar Alonso Quijano, para sorpresa de todos los que le rodeaban y seguían su salud con ahínco, recurre a un nuevo delirio: El de ser el pastor Quijotiz. ¡Un pastor! Imagino que podrán recordar o sino imaginar la respuesta ante ello del cura, tía y sobrina: Aprobaron por discreta su locura, ofreciéndose por compañeros en su ejercicio, a tal punto que el cura le alaba (quién iba a pensarlo) infinito su honesta y honrada resolución, y se ofrece incluso a hacerle compañía.


Al parecer ese delirio sí que iba bien con el discurso de la época. Retomemos a Lacan en la Sorbona de París, en el año 1975, diciendo: Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido otros, más en particular nuestra familia que nos habla. Con este nuevo delirio el Quijote procura responder a un nombre y un ejercicio que, a diferencia de la caballería, sí responde a la palabra de su familia, a esa fe que mamó en la leche, y a los intereses de la Iglesia católica que en ese entonces adquiere nuevas concepciones de poder (El rey, la nobleza y el clero) y no quiere perder su acción sobre el campo del saber y su influencia en una sociedad cada vez más amenazada por una incipiente ciencia.


Don Quijote sabe que esta nueva construcción delirante no le basta para sostenerse porque no responde a sí mismo sino al delirio hegemónico de la época y a los deseos de su tía y sobrina, por lo que al cabo de muy poco tiempo, desprovisto de toda defensa posible, de todo nombre y de todo obrar, cae en la más profunda melancolía de la cual hubiera sabido jamás, hasta el punto de solicitar hacer su testamento y entregarse a la mismísima muerte.

Cervantes lo anuncia: Una de las señales por las cuales tía y sobrina le creen a Alonso Quijano que en verdad está muriendo es justamente por el hecho de haber vuelto de loco a cuerdo. ¡Y claro que sí! Miguel de Cervantes no erró, a pesar del dolor que nos provoque confesarlo, al decidir mancharse las manos para toda la eternidad con la sangre del último caballero andante. Al acabar su novela con la muerte de un cuerdo Alonso Quijano pareciera demostrarnos que no fue la locura la que acabó con él sino más bien algo parecido a una “cordura” impuesta y al indudable hecho de que el Quijote opta por la libertad en lugar de la vida, es decir, Alonso Quijano lleva a cabo el único acto de libertad posible, a saber, el de elegir la muerte.


Yace aquí el Hidalgo fuerte

Que a tanto extremo llegó

De valiente, que se advierte

Que la muerte no triunfó

De su vida con su muerte.

Tuvo a todo el mundo en poco;

Fue el espantajo y el coco

Del mundo, en tal coyuntura,

Que acreditó su ventura,

Morir cuerdo y vivir loco.


Con los últimos capítulos nos abre las preguntas de qué es un delirio y qué no y quién es quién para determinar tal cosa. Michel Faucolt hubiese estado encantado con esto, al menos a mi parecer, encaja perfectamente con el hecho de que el estatuto de la locura en ocasiones responde a un discurso y a unos intereses bastante específicos. ¿Por qué era loco el Quijote y no los anteriores caballeros andantes? ¿Por qué fue considerado “menos loco” cuando decidió ser pastor? ¿Acaso no podría entenderse como delirio el hecho de quemar a un individuo en la hoguera por una determinada forma de pensar o actuar? ¿No fue delirio que en la misma época, ya no en la novela sino en la vida real, un débil anciano arrodillado en el tribunal de la inquisición romana el 22 de junio de 1633 para salvar su vida tuviese que negar su mayor descubrimiento y declararse culpable de “haber defendido y creído la doctrina falsa, contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras, de que el Sol no se desplaza de este a oeste, y de que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo?


Por otra parte no está de más pensar en todos aquellos caballeros de la blanca luna que a lo largo de la historia de la locura han violentado no sólo contra la solución que el mismo delirio provee, cosa que el mismísimo Freud anuncia al trabajar el caso Schreber al decir “Lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el intento de restablecimiento, la reconstrucción”, sino también contra el mismo sujeto. No podría pretender nombrar a todos ellos pero el nombre de algunos, lo más desorbitados tal vez, se me vienen rápidamente a la cabeza: La hoguera, los electroshocks, los “baños” de agua helada, la lobotomía hasta llegar al haloperidol, Risperidona, etc. No niego que muchas veces la medicación es necesaria y de gran ayuda pero tampoco que en numerosos casos se aplican dosis tan elevadas y sostenidas en el tiempo que terminan acabando tanto con el delirio como con todo signo de vitalidad del sujeto hasta dejarlo postrado en la cama de un hospital psiquiátrico.


Avecinándose el momento de concluir este escrito no quisiera dejar de compartir algo que me produjo un gran asombro cuando me dirigí a las primeras páginas del Quijote en busca de la descripción que Cervantes hacía del momento justo en el cual Alonso Quijano viene a “perder el juicio”. Encontré lo siguiente:


“Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote. Pero, acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y su patria, por hacerla famosa, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha”

La denominada “última enseñanza de Lacan” deja entrever la importancia del acto del nombrar a tal punto de que llega a afirmar que nombrar es el acto por excelencia. Esto es así porque en la nominación el parloteo se anuda con lo real, como dice textualmente Lacan. A diferencia de la comunicación, la cual pretende hacer lazo social y se caracteriza por dirigirse a otro, la nominación apunta directamente a lo real, o mejor dicho, a establecer no un vínculo entre sujetos sino un vínculo entre el sentido y lo real.


Lo real puede ser indexado con un nombre” manifiesta Colette Soler en “Lacan lector de Joyce” para luego continuar explicando que es por excelencia lo real lo que debe nombrarse ya que el nombre abrocha ese referente donde el significante falla. No es de extrañar entonces, que así como Cervantes supo leer que la locura tenía que ver con esa certidumbre inquebrantable, haya luego llevado a su personaje a nombrar las cosas y nombrarse a sí mismo tal y como Adán lo hizo en la divina creación. De eso se deduce que uno construya un nombre propio más no se identifique directamente a él.


En el siglo XIX, Friederich Nietzsche anunciaba sin pudor alguno que Dios había muerto para referirse no sólo a la evidente pérdida de poder de la religión cristiana sobre el pensamiento occidental sino también a la muerte de un hombre que vivía dentro de una realidad que se había establecido a partir del renacimiento acorde con los mandamientos que instauró la moral judeo – cristiana. Finalmente Nietzsche, probablemente más que influenciado por la enseñanza de Arthur Schopenhauer acerca de la realidad como representación, supo leer muy bien que se venían tiempos en los cuales cada individuo buscaría ese ”Dios” de una forma más bien individual en lugar de procurar encontrarlo en el altar de una iglesia. Junto con Dios cayeron, como sabemos, muchos de los ideales que hacían de soporte al pensamiento de occidente al mismo tiempo que comenzaban a desdibujarse las figuras que representaban la autoridad y con ella sus verdades.


Esto no se produjo, como es evidente, de la noche a la mañana. Dios no murió de forma abrupta, sino que más bien fue el resultado de un paulatino proceso que posiblemente comenzó en los años de Cervantes en los cuales, como he mencionado, la ciencia surgía y ganaba terreno en el corazón de Europa dando lugar a un nuevo renacer. No es de extrañar entonces que Miguel de Cervantes, acompañado discursivamente en su época por Descartes y Galileo Galilei, entre otros, percibiera cómo esas verdades que eran tan grandes como templos se fueran resquebrajando lentamente, fisurándose como esa fina línea que agrieta la suavidad de un cristal, hasta llegar al punto de hacerse añicos. También fue lo suficientemente sensible para contemplar que algunos ideales también caían y junto a ellos los representantes del bien y del mal que reinaban en ese tiempo.


La verdad no es sino en el tiempo, lo mismo que la libertad y que la justicia o la moral en términos generales. Todas son susceptibles a las fluctuaciones del discurso.

Esa susceptibilidad de los semblantes fue percibida por Cervantes, es por ello que podríamos pensar al Quijote como el primer personaje moderno ya que a falta de un padre que nombra consigue nombrarse a sí mismo, pero al mismo tiempo, allí radica la genialidad del autor a mi parecer, conjuga esa fluctuación de los semblantes con la permanencia de algo que insiste pese al paso del tiempo. El tiempo logra llevarse algo consigo, es cierto, pero al mismo tiempo hay otra cosa que éste nunca acarrea. Hay algo, que posiblemente tenga que ver con una suerte de esencia, que subsiste de estrella en estrella, de tiempo en tiempo y por tanto, de humano en humano.


No en vano Sigmund Freud en su trabajo “El fantaseo y el creador literario”, procuró con gran esmero abordar un tema que a lo largo de la historia siempre ha sido de gran curiosidad para muchos pensadores, el saber- hacer del poeta. Lacan también se ocupó de ello, no sólo en su seminario sobre Joyce sino también cuando en su homenaje a Marguerite Duras afirmaba que deberíamos dejarnos inseminar por el artista, de él <<prendre de la graine>>.


Cervantes, aquél hombre que vivió una vida profundamente surcada por el cambio, la batalla y el cautiverio supo, el Quijote es la prueba de ello, advertir las preguntas que insisten en todo ser humano: La pregunta por el qué soy ahí para ese Otro, la pregunta por la muerte, la pregunta por la identidad, la pregunta por el qué es eso a lo que llamamos realidad. Claramente las respuestas podrán ser múltiples y muy variopintas pero la historia de la literatura y el psicoanálisis demuestran que todo sujeto se ve atravesado por esas preguntas.


Cervantes supo plasmar en las páginas que conforman su más maravillosa novela los grandes problemas de la existencia humana, el núcleo de aquello a lo que Pascal se contentaba con llamar “las razones del corazón”. Podríamos decir entonces que El Quijote es el recinto de los grandes problemas metafísicos del hombre y que por ello se la considera la novela mejor lograda de todos los tiempos.


En relación al fenómeno de la locura puntualmente, con el final de su historia Cervantes nos regala una perfecta ilustración por escrito de algo que Lacan se encarga de impartir en el seminario de Las psicosis y es que el significado no son las cosas en bruto, dadas en antemano en un orden abierto a la significación. La significación es más bien el discurso humano en tanto que siempre remite a otra significación.


Cuando en su aldea dan por “aprobada” la nueva locura del Quijote, ya que ese delirio sí respondía a al delirio hegemónico de la época, Miguel de Cervantes nos intenta mostrar, a mi parecer, cómo se producen deslizamientos a nivel de la significación. El sistema de evolución de las significaciones humanas se desplaza y modifica el contenido de los significantes, que adquieren empleos diferentes, es por ello que Lacan definía a todo discurso como una “cadena temporal significante”. Cito: “Bajo los mismos significantes, se producen, con el correr de los años, deslizamientos de significación como esos que prueban que no puede establecerse una correspondencia bi – unívoca entre ambos sistemas”.

La significación corresponde a la índole del registro imaginario, por ello es siempre evanescente, por ello fluctúa. Podríamos decir por tanto que el sujeto psicótico queda capturado en una significación que no lo lleva a otra significación sino que hace las veces de significado absoluto, una especie de verdad suprema e inescrutable. Lacan deduce que la existencia sincrónica del significante se caracteriza en el hablar delirante porque algunos de sus elementos se aíslan, se hacen más pesados, adquieren un valor, una fuerza de inercia particular, se cargan de una significación a secas. En cambio el delirio del neurótico transcurre en un registro diferente, permanece siempre en el orden de lo simbólico con la duplicidad del significado y del significante a cual Freud dio el nombre de “formación de compromiso”.


Por tanto se entiende que el síntoma esté fundado siempre en la existencia del significante mismo. “Para que haya síntoma es necesario que haya al menos duplicidad, al menos dos conflictos en causa, uno actual y uno antiguo” el problema en la psicosis, en la paranoia más específicamente, es que si bien muchas veces el sujeto procura ahondar en años muy lejanos de su historia, Lacan afirma que se percibe claramente allí su tendencia a proyectar, debido a ese juego de espejos en el que está embrollado, hacia un pasado que se vuelve indeterminado, un pasado de eterno retorno. Esta proyección de más está decir que es muy diferente a la que ocurre en las neurosis, aquí proyección es el mecanismo que hace retornar del exterior lo que está preso en la Verwerfung, es decir, lo que ha quedado fuera de toda simbolización posible.


Si decimos que el inconsciente es el discurso del otro y por otro lado que en las psicosis el inconsciente está a cielo abierto, es entonces porque no se reconoce ese otro de la división subjetiva. Es por ello que se dice que en el delirio psicótico falta el otro. Lacan se percató de que el psicótico era un mártir de su inconsciente, un testigo del testimonio abierto que éste para él representa. El neurótico también lo es pero la diferencia principal radica en que se propone un enigma a descifrar mientras que en las psicosis el sentido que se le da a ese enigma aparece fijado e inmovilizado dejando al sujeto en una posición en la cual restaurar dicho sentido es in-imaginable.


Llegados a este punto creo que uno podría pensar que todo discurso es delirante, da igual la estructura del sujeto que lo sostenga la diferencia estaría en la distinción crucial que hay entre un discurso abierto y uno cerrado, como Lacan bien se encarga de desarrollar en la estructura del fenómeno psicótico.


La propia división subjetiva le permite al sujeto neurótico dialectizar. En su etimología la palabra dialéctica proviene del griego y significa ‘escoger’ en voz activa y ‘conversar’ en voz pasiva. La acción de escoger nos obliga necesariamente a descartar algo, a perder algo para poder obtener otra cosa a cambio y la palabra conversar proviene del latín ‘conversari’ y significa ‘dar vueltas en compañía’, por tanto podemos pensar que conversar implica giros, intercambio, idas y vueltas, alternancias y por tanto divisiones y la división siempre deja un resto. Implica una perdida. El conflicto en las psicosis es que esa pérdida no se reconoce, está taponada, y por tanto “no ocurre” para el sujeto, aunque luego se encuentre con sus efectos.


El discurso logrado es el del ego oficial, allí es donde se encuentran una superposición de acuerdos entre el discurso, el significante y el significado que al mismo tiempo genera enormes confusiones y la tan conocida sensación de que lo que decimos no concuerda las más de las veces con lo que queríamos decir o con lo que creíamos que íbamos a decir. “Esta es la realidad del discurso”, dice Lacan. El sujeto neurótico no sólo se sirve de palabras sino que se aliena a tal punto al lenguaje que acaba convirtiéndose en él, como dice Lacan. Pero lo real y lo imaginario también entran en el discurso, también lo afectan dado que los tres registros están constantemente interactuando. De ahí que el discurso entrañe una dinámica que se escapa de la comprensión de quienes lo imparten, una dinámica neblinosa, secreta.


Para hacer significar algo que al sujeto se le presenta, a modo de angustia por ejemplo, debe recurrir inevitablemente al material significante. Este significante ha estado siempre ahí, incluso antes del advenimiento del sujeto al mundo, el significante está volando por los aires, merodeando por allí constantemente pero así todo éste no es nada hasta que ese sujeto no lo hace entrar en su historia, como dice Lacan. ¿Cómo procurar cernir algo de aquel caótico universo, el universo real, que invade inesperadamente al sujeto de no ser por medio de la palabra? La palabra es ese nexo, ese mediador entre los advenimientos de lo real y la consistencia que promete lo imaginario.


Que la palabra nos salve de la muerte y de la locura” lo escuché decir a Sabato. Y claro, la palabra es lo que permite al sujeto simbolizar y por tanto ordenar su “realidad”, teñir aquél oscuro mundo de las tinieblas con la tinta que ofrece la lógica, la palabra es ese dique contenedor y al mismo tiempo riel que encausa una desbordante corriente proveniente de un lugar muy desconocido para el sujeto.


Freud distinguía neurosis de psicosis diciendo que en las psicosis una parte de la realidad es suprimida, lo que es lo mismo que decir que se produce de esta forma un agujero en lo simbólico, como bien afirma Lacan. ¿Se podría pensar tal vez que el sujeto psicótico se relaciona de una forma enajenante con el campo de lo imaginario, por ello quedaría nadando en el campo del sentido, se relaciona también así con lo real en cuanto materia que “desde el interior del campo donde nada puede decirse, llama a todo lo demás al campo de todo lo que puede decirse” pero no se sucede lo mismo con el campo de lo simbólico? ¿De ahí que la “realidad” se le presente al sujeto como significativa y no como significante?


Que las psicosis son un fenómeno, lisa y llanamente, del lenguaje es algo que no cabe duda. Ahora, cuál es la relación del sujeto psicótico con el mismo y cómo es que llega a producirse ese no – anudamiento al campo de lo simbólico motivado por una insondable decisión del ser en las psicosis...Eso sigue siendo, al menos para mí, un misterio.














 
 
 

1 Comment


transcovery
Sep 30, 2018

Tu que estas en España, si algún día ves al Ingenioso Hidalgo, puedes decirle que fui su mas ferviente admirador cuando era niño?

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