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Angustia y Depresión

  • Writer: Florencia Franco
    Florencia Franco
  • Nov 5, 2020
  • 15 min read

Updated: Nov 11, 2020


Domingo 7 de la tarde, Jimena Losada Lacerna




Este particular año 2020 muchos de nosotros nos hemos tenido que ver cara a cara con la angustia en más de una ocasión, por más de un motivo, posiblemente en bastante mayor medida que otros años anteriores en los que estábamos distraídos con viajes, encuentros sociales de todo tipo, espectáculos, discotecas, etc. Es por ello que consideré oportuno dedicarle un espacio a este artículo, el cual nace luego de una sesión de Tardes de Psicoanálisis en el Club Cronopios.

En otra ocasión procuraremos analizar más en profundidad este "trambólico" año 2020 pero en esta oportunidad solo me remitiré a intentar esbozar algo sobre este afecto fundamental e incluso fundacional, de la subjetividad humana, un afecto que bien podría compararse a una especie de fuerza que hace las veces de “planificadora urbanística” de toda nuestra arquitectura subjetiva, ese afecto famoso llamado “Angustia”. En consonancia con ello, abordaremos brevemente aquello que para muchos es un negocio, para otros un trastorno y para mí un síntoma - en tanto metáfora - un síntoma bien contemporáneo por cierto: la depresión, y para ello nos apoyaremos en el lúcido testimonio que un sujeto que hace poco logró salir de una profunda depresión hizo llegar a mis manos.


Vamos a por ello:

La angustia como hemos dicho es un afecto, de hecho Jacques Lacan la definió como el “el más real de los afectos por ser el único que no engaña y que no entra en la categoría de senti-mientos”, los cuales como su mismo nombre revela a veces pueden “mentirnos”. Lo que es seguro es que la angustia como tal nunca confunde sino que se presenta como una inmensa ola que una noche de viento y marea alta logra a cubrir lo que alguna vez había sido la playa. La angustia nos atrapa, nos envuelve, nos abruma por ser impredecible, insondable, por ir a la deriva e inundar al sujeto en cuerpo y alma. El libro donde la angustia se escribe es siempre el propio cuerpo.

Este año hemos visto claramente cómo este afecto central de la subjetividad se presenta a modo de corte, ya que la angustia misma es un corte que se abre y deja aparecer consigo lo inesperado*, acompañada siempre de grandes dosis de incertidumbre siendo que la angustia es la causa misma de la incertidumbre, por eso Van Gogh le dijo a Theo en una de sus cartas “la angustia es la posibilidad antes de la posibilidad” y el lo sabía mejor que muchos psiquiatras o psicoanalistas puesto que era un hombre muy angustiado, es decir, un gran artista. Magritte y Munch también dieron testimonio de cómo sus grandes obras habían sido inspiradas por proporcionales montos de angustia y no por senti-mientos banales y efímeros.

El psicoanálisis enseña que la causa de la angustia se asocia comúnmente con la proximidad de un objeto que se presenta como real, es decir, como desconocido, como inóspito o no especularizable ni significable para el sujeto. Digamos que este afecto cuando aparece, de forma sorpresiva y sobrecogedora nos posee casi por completo (como el demonio en la película del exorcista) y nos deja como “desnudos” ante un insospechado mundo exterior. Y digo “Desnudos” porque para que surja la angustia tienen que anteriormente haber caído algunos velos y “distracciones” que son parte de la estructura fantasmática que es el soporte de la subjetividad y que se construye como un horizonte de sucesos para bordear un agujero negro en el cosmos.

La estructura del fantasma es la misma que la de la angustia* dice Lacan. El sujeto ante la angustia carece de orientación, de respuestas y de saberes siendo que no hay saber que valga ante la angustia pues ella órbita siempre por fuera del campo de la palabra. La Angustia como señal, como advenimiento de lo Real, encuentra al sujeto y lo atrapa dejándolo como pura condición de objeto ante sí mismo. Veámoslo en palabras del sujeto que nos presenta su testimonio:

"Estaba tan agotado y desesperanzado que no entendía por qué debía seguir haciendo nada de lo que hacía. ¿Por qué no simplemente abandonar este cuerpo y esta alma en la calle? Quizá alguien me encontraría y sabría qué hacer conmigo, pues yo no".


Conduzcámonos por un momento al cosmos, allí - aunque a simple vista pueda no parecerlo - podemos encontrar muchas similitudes con este otro micro-cosmos que es nuestra propia subjetividad, este pequeño micro-uni-verso que somos cada uno de nosotros siendo que, - como dijo Karl Sagan - todos estamos hechos del mismo polvo de estrellas.

La materia es siempre la misma y sus propiedades también, la única diferencia entre el animal humano y las demás especies, o incluso las rocas o las plantas, es que nosotros nos podemos preguntar por esa materia de la que estamos hechos y nos encomendamos a buscar constantemente respuestas que intenten saciar ese vacío fundamental que surca el lenguaje en nosotros. Horderline, el poeta de los poetas, definió el lenguaje como el bien más peligroso que se le es dado al hombre. Yo a veces lo pienso más bien como una mal-dición, puesto que sólo a través de éste podemos saber que moriremos y que somos seres-para-la-muerte como decía Heidegger, aunque, cada vez que termino de leer una novela o cuento de Kafka o converso con Andrés, pienso justamente lo contrario: “¡El lenguaje es la más grande ben-dición, una bendición divina!” y me considero dichosa de ser un ser hablante y de poder leer El castillo, El proceso o, - uno muy apropiado para la angustia - La metamorfosis.


La angustia, en la subjetividad humana, desenvuelve una función equivalente a la que la materia oscura escribe en el cosmos según la misma física. En función de las últimas investigaciones científicas al respecto, la materia oscura no puede verse ni tocarse, es invisible a los ojos humanos y a todos los demás sentidos pero sin embargo, es una “sustancia misteriosa” que genera enormes efectos a lo largo y ancho del cosmos. La materia oscura, al igual que el hormigón y el asfalto en una ciudad moderna, es un vasto halo esférico de oscuridad que subyace tras el cúmulo de galaxias en las cuales - del mismo modo que los edificios se elevan en cada calle de la ciudad - cada una está incrustada dentro de su propio «subhalo» de materia oscura. Algunos astrónomos se han referido a ella como la “planificadora urbanística” del cosmos ya que modela la estructura del universo y al mismo tiempo aseguran que toda la materia visible del universo conocido se encuentra en minoría por seis a uno frente a esta materia inerte y misteriosa que sólo podemos detectar por su tirón gravitacional.

Esto mismo es la angustia para el micro cosmos que es la subjetividad humana.


Lo mismo que han observado los astrónomos más allá de la troposfera, la termosfera y la exosfera lo han observado los psicoanalistas en los humanos siendo que a la angustia también la podemos percibir por los efectos que genera en el sujeto y, al igual que la materia oscura, que ocupa la mayor parte del cosmos, la angustia también es el afecto central, fundacional y más habitual en el humano. El primer afecto que el humano experimenta al nacer es seguramente angustia - por eso los psicólogos dicen desde hace tiempo que el nacimiento es un momento traumático - angustia y dolor siente el bebé apenas lo encandilan las luces del quirófano, y angustia y dolor son lo mismo sólo que la primera se experimenta en el ánimo (lo que respecta al alma) y la otra, el dolor, en el cuerpo. Todos sabemos que es necesario que el bebé se angustie al nacer y llore, justamente porque es esa misma tensión - ese tirón - lo que lo lleva a dar su primer grito, grito fundamental ya que es el que abre las vías respiratorias y le permite respirar por cuenta propia y ya no más a través de la madre. Por eso cuando el bebé no llora liga un chirlo del médico.

La angustia, si bien no podemos medirla como se mediría una célula o una bacteria, es una verdad en sí misma, el único afecto que tenemos constantemente cien por ciento garantizado en la vida y que si bien se experimenta como dolor, al igual que en el nacimiento, es lo que nos permite respirar con su tirón gravitacional interno.

Por otra parte, la materia oscura se ofrece como propulsor de una curvatura en el cosmos y esto mismo ocurre a nivel subjetivo ya que la angustia es la que permite que el sujeto se des-doble recayendo en una condición de objeto siendo que la angustia no es la señal de una falta sino de algo que es necesario concebir en un nivel redoblado como la carencia del apoyo que aporta la falta misma a la estructura, y a su vez, siembra sobre el mundo de certezas una duda abriendo así nuevas vías, nuevos caminos, por eso el gran pintor se refería a ella como “posibilidad de posibilidades”. La angustia, al igual que la materia oscura, es responsable de la expansión del universo subjetivo.

Por otro lado, sabemos que la materia oscura distorsiona el tejido del espacio - tiempo con su fuerza potente e invisible, pues el mismo efecto causa la angustia en el cosmos subjetivo ya que “distorsiona la sensación temporal y espacial” reduciendo todo a un intenso e íntimo aquí y ahora*.

Ahora bien, ya hemos mencionado algunas cuestiones al respecto a la angustia, vamos por la depresión.

¿Qué es la depresión?

Así como hicimos el paralelismo entre la angustia y la materia oscura en el universo seguiremos en la misma sintonía cósmica y haremos una equivalencia nuevamente con la física: La depresión es un agujero negro.


En el mismo testimonio del paciente encontramos un poema que ejemplifica literalmente lo que estamos diciendo, cito las primeros versos:



Depresión:

El Agujero Negro.

Las entrañas del Leviatán

de nuestra era

el kraken, la Tarasca.

Estoy dentro del lugar

más oscuro y desesperado que

hubiera creído posible.


Los agujeros negros son restos fríos de antiguas estrellas y se caracterizan por ser regiones del espacio en las que las fuerzas gravitacionales son tan poderosas que ni siquiera la luz puede escapar de allí. Los científicos aseguran que los gases y el polvo que rodean un agujero negro se arremolinan furiosamente a su alrededor y acaban cayendo dentro de él como el agua cuando es vertida desde la altura en un vaso.


Veamos lo que dice el propio paciente relatando su experiencia en un diario personal:


“Mi cuerpo estaba casi muerto, pero mi mente ha recorrido tantos kilómetros... Ha escalado, rodado, nadado, por valles, picos, carreteras y agujeros más oscuros que la nada”

Así como asociamos la materia oscura a la angustia, los agujeros negros podríamos compararlos más bien con la depresión ya que en la depresión se presentaría una fijación de esta angustia, en la cual el sujeto quedaría atrapado sin que “nada de luz" pueda emerger de él ni escapar a esa poderosa fuerza depresora que lo ha poseído. Por otra parte, dijimos que los agujeros negros eran restos fríos de estrellas muertas, pues en el sujeto depresivo podríamos decir que hay una “muerte”, una muerte de aquello que tiene que ver con lo sideral, en tanto que esta palabra nos conduce rápidamente por etimología a desiderare, es decir, a desiderio, a Deseo. En la depresión el Deseo está en huelga.


En palabras del propio padeciente:

Hay infinidad de tragedias en el mundo mucho más horribles que la depresión pero cuando estás dentro de una de ellas, no existe nada más allá y nada peor. Es el mal en sí mismo. La Nada absoluta. La Muerte en Vida".

Como él mismo relata, su cuerpo está vivo pero lo que está “muerto” es el deseo, la fuerza vital que habita el cuerpo y lo anima, en palabras de Freud diríamos “el motor de la vida”. El deseo es movimiento, es una fuerza que se asocia a la dimensión temporal (al registro simbólico) y que cuando no está “muerto o en huelga” suele contrarrestar a la otra fuerza, la del agujero negro, la de la pulsión y al igual que en el universo es el movimiento lo que permite el equilibrio, ya que éste no existe en sí mismo como una entidad estática, es por eso que Einstein en una carta a su hijo le escribió "La vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio, debes seguir moviéndote”. Sí cuando vamos en bicicleta de repente dejamos de pedalear, el vehículo irá lógicamente disminuyendo la velocidad poco a poco hasta detenerse por completo y hacer que perdamos el equilibrio. Dijimos que la depresión implicaba una fijación de la angustia y por tanto una “falta de movimiento “que se traduce como una muerte del Deseo, una ausencia de esa fuerza que nos rescata del “agujero negro”.

Dijimos que los agujeros negros distorsionaban el tejido espacio-tiemporal pues este espacio-tiempo como hemos dicho corresponde a las dimensiones imaginario-simbólica (cuerpo como espacio, lenguaje como fundador de la subjetividad y ambos como borde ante lo real) y nuevamente, así como sucede en el cosmos, tanto la dimensión del cuerpo como la de la psique se distorsionan en el sujeto depresivo pudiendo provocar una perdida de la noción del tiempo, cambios en los ritmos y horarios, embotamiento, insomnio, etc. Otra cosa curiosa es que los científicos afirman que cerca de los agujeros negros se produce una fuerza tan grande y absorbente que suele atraer a todos los objetos que están próximos hacia su interior como un remolino super poderoso ya que la gravedad allí es aún más intensa que en cualquier otra parte. Quizás habrán sentido algo así aquellos sujetos que han acompañado al depresivo en su proceso y han rondado con él por el borde del “agujero negro”.

Ahora bien, si bien es correcto hacer equivalencias entre la misma materia que encontramos tanto en el cosmos como en la subjetividad humana, cierto es que no podríamos definir a la depresión misma como un agujero negro. ¿Qué es entonces la depresión? La depresión es un síntoma y sobre todo un síntoma propio de nuestro tiempo, tiempo al que por cierto un filósofo contemporáneo como es Byung Chul Han se ha referido como “Dictadura de la felicidad” haciendo referencia a la invitación constante al "feel good" neoliberal.

Entonces bien valdría la pena ahora preguntarnos ¿Porqué en la era de la “felicidad” es tan común la depresión? ¿Por qué en la era "feel good" es cuando más antidepresivos se han vendido en la historia de la humanidad?

Si bien vivimos bajo el constante imperativo del “Dont worry, be happy” y en un cínico mundo en el que empresas como Coca Cola engañan diciendo que venden “felicidad" a sus clientes, lo cierto es que las estadísticas del Ministerio de sanidad indicaran que la gente no es tan feliz como cree Coca Cola, sino que el volumen de la venta de antidepresivos en España ha aumentado en más de un 200% año a año desde el inicio de este nuevo milenio hasta el 2013 y que la muerte por suicidio es responsable de más de 1 millón de muertes al año en nuestros días. En el año 2018 la facturación de estos medicamentos fue 526,6 millones de euros. Tal vez, si alguien sabe de “felicidad” es precisamente la industria farmacológica, puesto que no ha dejado de crecer y de convertirse en un monstruo dantesco que durante la Guerra fría se asoció a esa máquina creadora de trastornos a la que incluso en nuestros días conocemos como DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). El primer DSM surge en 1952, justamente en la “década de oro de la farmacología”, y por cierto, del capitalismo. El nacimiento del Nuevo Mundo, ese que según Hanna Arendt comienza luego de las primeras explosiones atómicas*, es pionero en un fenómeno al que podríamos llamar “trastornización o patologización de la diferencia” y que en verdad busca simplemente etiquetar y patologizar a todos aquellos individuos que no se prestan a ser rentabilizados por la sociedad de consumo. Si no eres un consumidor tipo, un perro de Pavlov que se deja fácilmente comprar con ciertas “recompensas” y responde como un haz de reacciones en cadena, entonces eres fácilmente catalogado como un trastornado que necesita consumir medicación psicofarmacológica urgente - es decir, ¡consumir! - y a demás, como medida complementaria, recibir un tratamiento al cual deberás generar “adherencia” y que consistirá en una re-educación o psico - educación que busca formatear la mente del individuo como si se tratase de un ordenador con la finalidad de que encaje maravillosamente en esta sociedad pos moderna “evolucionada” y “avanzada” arraigada al consumo como a una nueva religión.

¿Cómo es posible que exista un “trastorno” en el DSM que se llame “trastorno de rivalidad entre hermanos? ¿Cómo puede ser que en una sociedad de adultos hiperestimulados, sobreinformados y super estresados se le atribuya a los niños un trastorno por desatentos e hiperactivos (TDAH)? ¿Cómo es posible que exista un trastorno que se llama “Negativista desafiante” y que se le atribuye a los jóvenes que desafían a la autoridad?

Lo que debe reverse y re pensarse es la propia autoridad, esa que se jacta de inventar trastornos en función de la no rentabilidad de los cuerpos que pretenden adoctrinar.

Hoy, Coca Cola vende felicidad y si llamas a una tienda de Orange, Movistar o Vodafone como música de espera te ponen la canción de “All you need is Love”, mientras las agencias de viaje no venden viajes sino sueños, Apple no vende tecnología sino “el futuro”, Airbnbexperiencias vitales”, etc. Mientras tanto, tras bambalinas, los empleadores le exigen a “sus” empleados que sonrían constantemente a pesar de estar contratados en condiciones precarias, se les exige que irradien positivismo y “se vean” felices por más que estén terriblemente explotados, contratados en negro o con contratos temporales que no sirven más que para encender el fuego para el asado del domingo, con condiciones deplorables, sin estabilidad, etc. En las multinacionales “educan” a los empleados de costumer assistent con una cínica estrategia de “possitive possitioning” con la cual jamás pueden decir la única palabra prohibida para un cliente, la palabra “No”. “El cliente siempre ha de tener razón” - por eso hoy nos gusta tanto ser clientes - mientras que los empleados deben siempre estar alegres y dispuestos a hacer hasta lo imposible por acoger cualquier tipo de malestar o denuncia que en realidad le corresponde a los que están contando billetes en las islas caimán. Vivimos en una sociedad cuyos integrantes subimos a las redes sociales fotografías de ensueño en las que lucimos nuestros mejores atuendos y rostros de felicidad pero que si algún día vemos en la calle a alguien llorar pensamos que es porque está loco o fuera de sí, vivimos en una sociedad en la que todos fingimos ser felices mientras tildamos de “negativo”, desestabilizado o mala junta a aquellos que prefieren mostrarse tal cual son o están.


En el testimonio del paciente encontramos lo siguiente:

“Por esto, en este Nuevo Mundo que hemos creado, que se supone un reflejo de nuestro mundo analógico pero que no es más que un burdo boceto o una sombra parcial de nosotros mismos, hay cosas que no se pueden decir. O que no queda bien decirlas. O que en ese momento no puedes expresar... Y entonces callas. Y eso es lo que me ha pasado a mi”


¿Qué lugar queda entonces para la angustia, ese único afecto que no engaña, en la era de las apariencias*?


La depresión es de alguna forma una manera contemporánea de resistir a ser una rata de laboratorio, un perro de Pavlov - el ciudadano ideal para todo gobierno autoritario, como diría Arendt - un ciudadano que finge felicidad de la puerta para afuera pero que de la puerta para adentro, una vez en las sombras, no se conoce ni reconoce a sí mismo. La depresión es una manera inconsciente de luchar contra la idea que nos quieren hacer creer de que es siempre un “objeto” del mundo material y consumible lo que nos falta, siendo el punto central de nuestra sociedad de consumo, la cual no tiene en cuenta al humano como sujeto sino como consumidor de objetos. El depresivo, el TDAH, el anorexico o bulimico, el trans, el “negativista desafiante”, el de la “rivalidad entre hermanos” etc. no son sujetos trastornados sino humanos que buscan salir de esta trampa para ratas que es la sociedad hiperconsumista productora de vacío.

Por eso es que la Depresión en nuestros tiempos es tan común, porque a demás de ser un gran negocio y estrategia de adoctrinamiento de individuos para que se adapten al consumo a través del consumo de pastillas, a su vez hace las veces de resistencia ante la vorágine ajetreada del consumo contemporáneo, en el cual se pretende vender la ilusión de que todo vacío se puede llenar con objetos del mundo exterior, pues algo que caracteriza al depresivo es que si bien a veces puede tener todos estos objetos así todo está depresivo. Es decir que el sujeto depresivo encarnaría ante los ojos de la sociedad un poderoso mensaje: Los objetos del mundo material no son los que logran el verdadero bienestar.


Si algo ha asegurado la física respecto a los agujeros negros es que de éstos no se sale y lo cierto es que quizás de la depresión tampoco y no porque sea un “trastorno crónico” como gusta decir a los vendedores del DSM sino porque el que sale ya no es es el mismo sujeto sino uno renovado. La visita de la angustia no deja a nadie inmune ni intacto sino que ese corte introduce inevitablemente una novedad. La depresión puede ser un agujero negro en el que el sujeto, poseído por el poderoso influjo de estas fuerzas oscuras, decida no salir nunca pero también para aquellos que realmente encuentren las fuerzas para salir puede convertirse en una verdadera metamorfosis.


No es posible indicar cuál es la forma de salir de una depresión en simples pasos, no le crean a nadie por más “experto” que diga ser que diga que tiene “la solución para salir de la depresión” de manera rápida y efectiva pues cada depresión tiene una puerta de salida distinta en función de cada sujeto particular. Lo que sí puedo esbozar es que la única fuerza capaz de contrarrestar a la poderosa fuerza del agujero negro es, como dijimos, el movimiento, el ponerse en marcha, el Deseo y éste siempre tiene que ver con el amor. Lo importante es ponerse en movimiento y hacer resistencia a la fijación que impone la angustia.


En cuanto a la angustia no hay que tratar de suprimirla, como nos impone la “dictadura de la felicidad” sino dosificarla. Si nos alejamos de la angustia nos alejamos también de nuestro deseo y por tanto de nosotros mismos, cerrarse a la angustia es cerrarse a una posibilidad llena de posibilidades, es negarse a encontrarse y conocerse. El extremo opuesto es la fijación absoluta. Por tanto, concluiremos este ensayo de una forma un poco aristotélica: Quizás lo ideal sea buscar el punto medio.




Gertrude Abercrombie






 
 
 

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